Pedro Francisco Bonó: prócer dominicano (2 de 2)
En la Guerra Restauradora el prócer Pedro Francisco Bonó Mejía anduvo por cerros cargados de dificultades. Su hoja de vida es el ejemplo más elocuente de esa verdad con fuerza de axioma.
El historiador Rufino Martínez, con su “visión de águila y hormiga”, luego de hacer un repaso minucioso acerca de la vida de Bonó concluyó que era “un recto varón” y que sus maneras se “proyectaban sobre su fondo de honorabilidad…” (Diccionario Bibliográfico-Histórico Dominicano. Editora de Colores. Tercera edición.1997.Pp.75-78.Rufino Martínez).
En la entrega anterior hice una ligera referencia a la Revolución Cibaeña de 1857, librada contra el sátrapa Buenaventura Báez, aquel “volcán de odio” con “el cráter de su alma” lleno del “fuego de venganza que ardía en sus entrañas”, como lo describió el gran humanista dominicano Mariano Lebrón Saviñón.
Bonó fue el principal redactor del Manifiesto del 8 de julio de 1857, que dio sustento intelectual al arriba mencionado movimiento revolucionario. Es válido decirlo aquí.
Al referirse a los aciagos artículos 210 de la Constitución del 6 de noviembre de 1844, y el numeral 22 del artículo 35 de la Carta Magna aprobada el 16 de diciembre del 1854, el patriota y jurista Bonó consideró con gran razón que dichos textos sustantivos fueron fuentes de luto para el pueblo dominicano.
Ambas disposiciones constitucionales eran en sí mismas liberadoras de responsabilidades para el gobernante de turno. Fueron basculadas por el déspota Pedro Santana para lograr “facultades omnímodas”.
Con ellas obtuvo una suerte de mampara legal para matar, encarcelar y exiliar a muchos dominicanos, con sus solas “imaginaciones conspirativas”; tal y como se demuestra en el martirologio que forma parte de la historia dominicana.
En el 1858 Bonó era presidente del Congreso Nacional. Ante la presión de Santana y sus áulicos abandonó el cargo y se fue al exilio, embarcándose en el puerto de Monte Cristi hacia los EE.UU.
Bonó, contrario a no pocos de sus contemporáneos, nunca fue un arrimado del poder ni perteneció a esos intelectuales ancilares que medraban en las canonjías estatales.
Proclamó más de una vez que algunos se interesaban por ser presidente de la República para recibir “mucho dinero, lisonjas, cañonazos, repiques de campana y festejos oficiales”.
Con esa expresión condensaba con elocuencia la experiencia que había acumulado observando el comportamiento de individuos de aquí y de otros lugares del mundo.
Con motivo de la nefasta Anexión de la República Dominicana al reino de España, por la traición de Pedro Santana y sus secuaces, Pedro Francisco Bonó desarrolló una ardua lucha en procura de restablecer la independencia nacional.
Al instalarse en la ciudad de Santiago de los Caballeros, el 14 de septiembre de 1863, el gobierno provisional de la República en armas, Bonó estuvo presente y aceptó ejercer elevadas misiones de bien patrio.
En calidad de Ministro de Guerra realizó diversas inspecciones en varios teatros de combate, como la que hizo el 5 de octubre del citado 1863 en el famoso cantón de Arroyo Bermejo, cerca del hoy municipio de Cevicos, dentro del cual está enclavado el desfiladero llamado El Sillón de la Viuda, y para entonces escenario de importantes acontecimientos de la historia dominicana.
Bonó destacó los méritos marciales del coronel Santiago Mota, comandante de esa unidad de guerra, de quien escribió en sus apuntes titulados En el cantón de Bermejo, que “fue uno de los héroes más sobresalientes de esa epopeya que llamamos Restauración”; pero de inmediato dejó una estampa elocuente de lo que era la sociedad decimonónica dominicana, al describir el ambiente que encontró entre las tropas que en pie de guerra estaban acantonadas allí:
“No había casi nadie vestido. Harapos eran los vestidos…varias hamacas tendidas, algunos fusiles arrimados, dos o tres trabucos, una caja de guerra, un pedazo de tocino y como 40 ó 50 plátanos era todo lo que había. El tambor de la comandancia estaba con una camisa de mujer por toda vestimenta… el corneta estaba desnudo de la cintura para arriba. Todos estaban descalzos y a pierna desnuda…una yagua les servía de colchón y con otra se cubrían”. (En el cantón de Bermejo. Descripción, 1863. Pedro Francisco Bonó).
En cierto modo el oficial militar e historiador español Ramón González Tablas, perteneciente a las filas de los anexionistas, corroboró lo dicho por Bonó sobre lo anterior, al señalar que en Arroyo Bermejo los restauradores (él usa la palabra insurrectos) estaban “desnudos, sin sal, sin papel y sin porción de artículos necesarios a la vida racional…” (Historia de la dominación y última guerra de España en Santo Domingo. Editora de Santo Domingo, 1974.P.196. Ramón González Tablas).
Bonó también fue secretario de Estado de Justicia e Instrucción Pública y secretario de Relaciones Exteriores. Dicho esto señalando que las más de las veces rechazaba los altos cargos gubernamentales que le ofrecían.
El 26 de enero de 1884 Luperón, en su todavía condición de jefe supremo del Partido Azul, insistía en que Bonó era el personaje que mejores condiciones tenía para encabezar la boleta presidencial por esa entidad política de signo liberal.
El 12 de febrero de 1885, ante un Bonó reacio a aceptar tan tentadora oferta, insistió el caudillo restaurador escribiéndole lo siguiente:
“Su candidatura ha sido bien acogida por los hombres de alguna importancia de todos los pueblos de la República a quienes he escrito proponiéndola y aceptada de lleno por la opinión pública…”
El primer día del mes de marzo del referido año Bonó, en un manifiesto dirigido al pueblo dominicano, dice de manera diáfana que: “Yo no quiero ser partidario, quiero ser ciudadano dominicano…Sé que en todos los partidos hay hombres excelentes y hombres abominables; estos últimos son regularmente incorregibles…”
En ese mensaje de Bonó, por su profundidad y clarividencia, no sólo estaba la reflexión del político sino el juicio ponderado del pensador y escritor. Por eso se puede empalmar lo que él dijo en el 1885 con lo que en estos días expresó en Gijón, en la Asturias de España, el gran escritor japonés Haruki Murakami: “El escritor tiene que profundizar hasta el segundo sótano de la conciencia”.
Una prueba elocuente de la zozobra padecida por Bonó, por participar activamente en la brega de la defensa de las mejores causas del país, está contenida en una carta que le envió el 24 de febrero de 1882 a su amigo Tomás Pastoriza, en la cual le dice lo siguiente: “Vivía en Santiago en el año 1863 y fui una de las víctimas del incendio de ese año. Casas, tienda, almacén, biblioteca, todo se quemó, y sólo salvé la ropa que me cubría, que a los ocho días ya estaba hecha jirones.” (Papeles de Pedro F. Bonó. Editora del Caribe, 1964.P.8. Recopilador: Emilio Rodríguez Demorizi”).
El general Heureaux, cuando todavía no era el dictador que luego fue, tratando de convencer a Bonó para que le aceptara un cargo de ministro en su primer gobierno (que le había rechazado varias veces) le escribió una carta fechada el 23 de marzo de 1882 cuyo culmen melifluo es esta línea:
“Nunca dejaría de medir la distancia que separa mi tamaño de la importancia de usted”.
El escudriñador de las interioridades de la Guerra Restauradora Pedro M. Archambault escribió de Bonó, con motivo de su fallecimiento, frases tan merecidas como las siguientes:
“Cuando se inició la chispa veloz de la Restauración, Don Pedro fue uno de los primeros que voló a la brecha del deber, distinguiéndose por su patriotismo y por el brillo de su noble inteligencia…Bonó previó toda nuestra desgracia nacional a través de medio siglo, pues era un político sagaz, un patriota acendrado, un repúblico austero, un sociólogo observador y un talento vario y brillante…”
En resumen, los méritos patrióticos de Pedro Francisco Bonó deben resaltarse permanentemente, para que las presentes y futuras generaciones tengan en él un referente de gran valor del pueblo dominicano.
jpm-am