Paseando por Cantabria

Aquel verano de los años 70, organizamos las vacaciones para conocer algunas localidades de la cornisa cantábrica, rica en cuanto a las opciones que una zona geográfica puede brindar y complacer los sentidos de quienes la visitan: gastronomía exquisita, impresionante paisajística natural, sin olvidar su riqueza cultural y los milenarios monumentos que la adornan. Desde Logroño, La Rioja, como primer punto, nos dirigimos a Santander, hermosa ciudad bañada por el Cantábrico. Planificamos ruta para conocer, entre otras, a San Vicente de la Barquera, Santillana del Mar y Comillas. Bordeando la carretera cántabra, nos maravillaba la visión costera. Mapa turístico a mano y poder disfrutar de la pintura rupestre, hicimos una parada obligatoria en Santillana del Mar, donde visitaríamos el Museo de Altamira, junto a la Cueva original, cavidad natural de la roca en la que se conserva uno de los ciclos pictóricos más importantes de la Prehistoria. Conforme a los estudios, con unos 14,000 años de antigüedad, ambos situados en un prado del que tomó su nombre, a 2 km del núcleo urbano de la ciudad, en la Comunidad Autónoma de Cantabria. Respecto a esta técnica, la pintura sobre piedra de un bisonte, es considerado como el animal más representativo del arte rupestre. La hoy mundialmente famosa Cueva de Altamira, fue descubierta en el año 1868, por Modesto Cubillas, un cazador quien accidentalmente ve la entrada de la cueva –situada en el término de Juan Mortero- al pretender liberar a su perro, que persiguiendo a una pieza, había penetrado entre las grietas de las rocas. Por décadas, las visitas continuadas provocaron el deterioro de las pinturas. El 1º de octubre de 1977, Altamira se cierra al público por vez primera. A la fecha señalada, en las Cuevas de Altamira habían entrado hasta 4.000 personas por día. Salimos de las Cuevas impregnados de olores, colores y de historia. Una experiencia de muy gratos recuerdos. Fatigados, nos apremiaba un pequeño descanso, además de desentumecer las piernas. Como fortuna llegamos a Potes, pequeño y bullicioso, distante de Santander a unos 117 kms. El Municipio está constituido por la villa de Potes, en el centro de la comarca de Liébana, próxima a los Picos de Europa, ubicación que la convierte en un importante punto turístico. Caminar por sus calles fue un verdadero lujo. En pleno verano, el colorido de los trajes invernales de los turistas, por las bajas temperaturas de la zona, -las que se mantienen casi todo el año- daba un toque especial al ambiente. La gastronomía de esta villa, debe su reputada fama a los productos de la comarca: hortalizas, papas, maíz, legumbres; entre las bebidas, el vino (tostadillo) y su no menos célebre aguardiente, bien conocido como “orujo”. Lo exuberante del paisaje, acompañado de ricos aromas provenientes de tascas y bares del área, estimulaba el apetito, incitándonos a degustar la tentadora cocina de Comillas, localidad de 18 Kms2 y unos 2374 habitantes, en la que Anton Gaudí i Cornet (25 Junio1852–10 Junio1926), quien es reconocido como el arquitecto español más popular de la historia, diseñó “El Capricho”, edificio considerado el primero por él construido. En la pequeña y hermosa ciudad, también puede verse el edificio de la Universidad Pontificia, antiguo Seminario Mayor, de gran belleza arquitectónica. Luego de almorzar, mientras paseábamos por la plaza, un zapato empezó a molestarme. No llevaba alpargatas, porque aún en verano, el frío calaba hasta los mismísimos huesos. Me senté en uno de los bancos, próxima a otros ocupados por muchos viejecitos -a todas luces jubilados- que parloteaban alegremente aprovechando las riquezas del sol. Curiosa por saber qué molestaba mi pie, decidí subirlo al banco y quitarme el calzado. A la vez de encontrar una tremenda ampolla ¡que tanto daño me hacía!, me sorprendió la proximidad de uno de los ancianos, quien llamándome la atención, suave y enérgico, le escuché decirme: «Oiga, esas cosas no se hacen en esta plaza, vaya al baño de su casa y córteselas allá». Enterada del reclamo de este buen hombre, ¡me quedé de media pieza! Le miré fijamente a los ojos y repliqué: “Señor, no me estoy cortando las uñas, quise saber qué me lastima y mire… tengo una ampolla”. Se acercó a mi pié y verificando mi comentario, tranquilamente, haciendo pequeños movimientos de cabeza, a regañadientes murmuró: “Bueno, bué…, baje el pié del banco ¡que eso aquí no se hace!…y… cuídese su ampolla»…. Tranquilo se alejó, dejándome impactada, estirada como una foto. Por la reacción de sus amigos, supuse que algo les comentó porque luego de un rato, todos me saludaron. Inadmisible dejar en el tintero esta vivencia. Caminando en otros lares por sitios similares, recuerdo la lección que en una pequeña plaza de Comillas, aquel entrañable viejete gratuitamente me enseñó, tal cual ¡guardián de su ciudad!, con la piel curtida por los aires del tiempo, la sierra, y el buen humor que le acompaña, consecuencias de haber vivido en una región de muy exquisitas sidras. La lección de este viaje, educadora por demás, me enseñó que no importa la edad para cuidar de nuestras ciudades, su orden y limpieza, además de proteger su patrimonio. Si alguna vez logramos comportamos conforme a la enseñanza de este hombre sabio, vigilante de su medio ambiente, estaremos cultivando un bienestar futuro y construyendo para los nuestros un mejor país, el que todos ansiamos y todos nos merecemos.

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