Para salvar la democracia. ¡Vaya cinismo, caballero!

 

 

El sábado 24 de abril del 65, al iniciar la tarde, recorría el centro de la ciudad en la Rambler de don Fernando Silié Gatón junto a sus hijos Rubén y Fernandito, haciendo tiempo para buscar en Radio Comercial a Nelson Sánchez, un allegado a la familia dirigente de la JRD y locutor de Tribuna Democrática, a quien recogíamos diariamente en nuestra ruta hacia la Escuela de Sociología de la UASD, que operaba en tanda vespertina. En esas estábamos, cuando escuchamos la voz del capitán Peña Taveras notificando el arresto del general Rivera Cuesta, jefe del Ejército, con lo cual se inició el movimiento para derrocar al Triunvirato, reponer la Constitución del 63 y a Juan Bosch en el poder. Peña Gómez, con su proverbial fogosidad retórica, exhortaba al pueblo a respaldar en las calles el movimiento.

Aceleramos y nos dirigimos a la estación, sita en la 19 de Marzo con Padre Billini, segunda planta. Ya allí, situados frente a la cabina de transmisión y separados por un marco de cristal, Nelson nos hizo señas para que abandonáramos el lugar. Peña daba los últimos puntillazos de su arenga. Al terminar, todos, presurosos, nos zambullimos en la Rambler. Al arrancar, una patrullera policial llegaba a la estación. En las calles la gente empezaba a reaccionar. Peña nos pidió que le lleváramos a casa de Mario García Alvarado, residente en la Billini próximo a la Palo Hincado y así hicimos.

Seguiría el pugilato por ocupar Radio Santo Domingo. Los contactos entre mandos militares para definir lealtades. El intento de Donald por retener el poder y su arresto el domingo 25. El efímero gobierno de Molina Ureña, cuya suerte vivimos en el Palacio Nacional, incluyendo negociaciones para formar una junta propuesta por San Isidro, con respaldo americano. Los vuelos rasantes sobre el Palacio, el ametrallamiento y el lanzamiento de cohetes desde los P-51, así como el bombardeo errático de la MGD, cuyas balas cayeron en mi calle Martin Puche y en las aledañas avenidas Francia y México.

La procuración de mediación en la embajada americana por los líderes constitucionalistas y el trato humillante del embajador Bennett, quien planteó el rendimiento incondicional. El asilo en legaciones diplomáticas cuando todo se creía perdido. La heroica resistencia cívico-militar en el Puente Duarte para impedir el paso de los tanques del CEFA y de su infantería –allí emergieron junto al pueblo llano los coroneles Caamaño y Montes Arache. La toma de la Fortaleza Ozama.

El reparto de armas a la población civil en el Parque Independencia y en otros puntos. La juramentación en la noche del 3 de mayo –que vi por TV- del gobierno de Caamaño en Ciudad Nueva. Esa noche, don Fernando Silié –quien sería ministro de Educación en el gabinete de Caamaño- formó un comando expreso en la Academia Renacimiento de la 30 de Marzo con una dotación de fusiles FAL procedente de un campamento insurgente.

LA INTERVENCION

La percepción por la embajada y los centros de decisión en Washington –Departamento de Estado, Casa Blanca con Johnson a la cabeza, Junta de Jefes de Estado Mayor del Pentágono y CIA- de que las “fuerzas leales” estaban en desbandada y se corría el riesgo de un “golpe comunista” y el surgimiento de una “segunda Cuba”, condujo a la decisión de intervenir. Johnson instruyó personalmente al general Bruce Palmer, designado comandante de la Operación Power Pack. Su misión aparente sería humanitaria, pero la real, evitar por todos los medios la instauración de otra Cuba.

El 28 de abril LBJ trató de convencer a la opinión pública de la validez de su desatino, aludiendo a una operación limitada de 400 marines para salvar vidas. El 2 de mayo apeló a la OEA y habló de evitar una “dictadura comunista” en el país, ponderando la “imparcialidad” gringa y el interés en propiciar elecciones. Cerrando amenazante con sello de designio imperial: “No permitiremos que nos entierren.”

Lo que siguió está en los libros de historia. Una historia que tratamos de escribir con arrojo y valentía, en la que se interpuso el poderío militar del imperio norteamericano, que desplegó a partir del 28 de abril más de 42 mil marines y paracaidistas de las fuerzas élites del Army, Navy, Air Force y Marines Corps –entre 24 mil y 34 mil tropas a mitad de mayo estiman historiadores militares-, transportados por una flota formidable con el portaviones US Boxer como flagship y mediante un intenso convoy aéreo desde las bases de Fort Bragg en North Carolina y Ramey en Puerto Rico. Apoyados en equipos súper modernos y en tecnología bélica de punta. (Todavía retengo en la retina la impresión que me causó en la avenida Pasteur con Santiago un tanque de dimensiones descomunales que casi alcanzaba la copa de los árboles que coronan esa vía formando un arco entre ambas aceras).

ENCAMISAMIENTO

Los estrategas militares de EEUU se propusieron encamisar la ciudad rebelada. Desde Haina, tomada como base de la flota naval, los marines comandados por el vicealmirante Masterson, establecerían una Zona de Seguridad Internacional que cubriera el suroeste garantizando el Hotel Embajador, el Campo de Polo contiguo para el uso de los helicópteros y la Embajada. Desde San Isidro, haciéndola su base, los paracaidistas de la 82 división aerotransportada del general York cubrirían el flanco este, para asegurar el Puente Duarte, tomar el Campamento 27 de Febrero, Sans Souci y Molinos. Para partir en dos mitades la ciudad controlada por los comandos constitucionalistas, trazando el Corredor Internacional que recorría desde San Isidro-Puente Duarte-Teniente Amado-San Juan Bosco y otras vías.

Con el Corredor se aislaría el comando central constitucionalista acantonado en Ciudad Nueva de su conexión con la Zona Norte de Santo Domingo, paso previo para la Operación Limpieza realizada por San Isidro con apoyo logístico y reequipamiento americano. Despejando así la parte alta de la ciudad de presencia constitucionalista, liberando del asedio a Transportación del Ejército y controlando la estratégica Radio Santo Domingo Televisión.

Esta ocupación unilateral generó críticas en EEUU entre los círculos liberales. El veterano William Fullbright, cabeza del comité de relaciones exteriores del Senado censuró acremente el rechazo a movimientos pro reformas en la región alegando respaldo comunista. Cuestionó la fiabilidad de los informes de la embajada que afirmaban que “desde el principio de la revolución estaba dominada por los comunistas”. El patriarca liberal esperaba se enmendara este error de enfoque.

PROTESTAS INTERNACIONALES

Gobiernos de signo ideológico diverso condenaron la acción. En Venezuela el socialdemócrata Leoni, en Chile el demócrata cristiano Frei, en México Díaz Ordaz del PRI y en Cuba el socialista Castro. El primero expresó su “consternación” ante Johnson, exhortando a sus colegas a convocar a la OEA para discutir un caso “que revive etapas superadas en la vida del continente”. Frei planteó que se buscaba “aplastar un movimiento popular cuyo sano origen nadie ha discutido” y que “el sistema interamericano había recibido un golpe mortal”. El primer ministro cubano -en un discurso el 1ro de mayo que escuché por Radio Habana- llamó a “obligar al imperialismo a que cese su intervención armada, su participación en la guerra civil, sus acciones de guerra contra los patriotas dominicanos”. Remachando: “aunque no sean comunistas, nosotros saludamos a los heroicos y valerosos combatientes dominicanos”.

El general De Gaulle, presidente de Francia, fue uno de los estadistas más consecuentes en rechazo a la intervención americana y en su relación con el gobierno de Caamaño. La Unión Soviética y China, al frente del bloque socialista, manifestaron su repudio, haciendo la primera valer su puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU para frenar la actuación de EEUU en el conflicto.

Un estadista de la estatura histórica del ex presidente de México Lázaro Cárdenas –quien estatizó mediante la creación de PEMEX la industria petrolera-, consideró “criminal” esta ocupación extranjera, exigiendo el inmediato retiro de las tropas y respaldando nuestro derecho a restablecer el régimen constitucional. Desde Argentina, el ex mandatario desarrollista Arturo Frondizi difundió por radio un documento desmontando las falacias invocadas para justificar la intervención: la supuesta influencia externa en el origen del conflicto y el riesgo de su propagación o amenaza hemisférica. Asimismo, refutó la competencia de las cartas constitutivas de la OEA y la ONU para interferir en un conflicto estrictamente interno en su origen.

El senador socialista Salvador Allende, en comunicación al embajador americano en Santiago, significaba que “la invasión a la República Dominicana es un acontecimiento siniestro porque significa simplemente el predominio de la fuerza sobre los valores morales, culturales y cívicos que después de trabajosa lucha han llegado a considerarse propios de la civilización”. Con Allende y Neruda compartiría en abril de 1966 un acto de solidaridad con nuestro país, en el cual el poeta leería su famoso Versainograma a Santo Domingo.

Un nutrido grupo de académicos latinoamericanistas de EEUU –sociólogos, antropólogos, historiadores, politólogos y economistas- condenó la acción de su gobierno como violatoria a la carta de la OEA y un regreso a la “diplomacia de las cañoneras y el garrote”. Que desalentaba los movimientos progresistas en la región bajo la acusación de “procomunistas”. Desde Francia, intelectuales como Sartre, Simone de Beauvoir y André Breton, exhortaron a la retirada de las tropas de ocupación reconociendo al gobierno de Caamaño como el único legítimo.

El conflicto duraría más de cuatro meses y la ocupación casi año y medio con consecuencias permanentes. Resalta el sarcasmo mismo de los hechos. Las tropas del Paraguay de Stroessner, de la Nicaragua de Somoza, de los gorilas brasileños y hondureños, de las dictaduras más feroces de América, barnizaron con tinte interamericano (FIP) el contingente interventor norteamericano. Para salvar la democracia. ¡Vaya cinismo, caballero!

JPM

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