Para qué traseros si no hay látigos

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EL AUTOR reside en Miami.

 
Generalmente, cuando me surge una inspiración sobre un tema, rebusco una palabra que me sirva de apoyo para elaborar mis ideas. Eso fue precisamente lo que sucedió cuando atravesó por mi mente la palabra impunidad.
 
Para la protección y la promoción de los derechos humanos mediante la lucha contra la impunidad, se plantea el siguiente principio: «La impunidad constituye una infracción de las obligaciones que tienen los Estados de investigar las violaciones, adoptar medidas apropiadas respecto de sus autores, especialmente en la esfera de la justicia, para que las personas sospechosas de responsabilidad penal sean procesadas, juzgadas y condenadas a penas apropiadas».
 
Según este mismo principio el Estado debe «garantizar a las víctimas recursos eficaces y la reparación de los perjuicios sufridos de garantizar el derecho inalienable a conocer la verdad y de tomar todas las medidas necesarias para evitar la repetición de dichas violaciones».
 
Mi interés sobre este tema nace como preocupación de todos los que pululamos por el tormentoso mundo de las investigaciones de las ciencia sociales. Pero, por qué tanto interés en la definición de una palabra para introducirme en la sociología y la política?.
 
Sencillamente, porque sabiendo que en la República Dominicana la corrupción, la inseguridad ciudadana, la delincuencia, la pobreza y la perdida de valores han alcanzado su clímax, precisamente, por la facilidad con que todos los crímenes contra la sociedad son encubiertos por la indemnidad garantizada que tienen sus autores.
 
Resulta doloroso que algunos personajes aventajados por la inmunidad y por la maestría con que son capaces de encubrir sus criminales acciones, se salgan con las suyas en perjuicios de los menos favorecidos por el sistema de democracia mustia de nuestro país. Ponen en peligro la estabilidad de los intereses patrios. Son puros ejemplos de un narcisismo patológico. Primero están sus intereses personales por encima de los intereses de los demás.
 
Estos antisociales de cuellos blancos y a veces en pactos de corbata azules le sobrepasaron a aquellos famosos personajes del sofismo del sigo V quienes fueron artífices de convertir artificialmente una vil mentira en una poderosa verdad a través de un espejismo de oratoria alucinógena, convirtiendo la audiencia en obnubilados idiotas y tontos útiles, quienes como yo incluido, fuimos capaces de creer sus falsas e hipócritas ideas.
 
Si me pidieran que le diera un nombre al maestro del relativismo agnóstico de los tiempos de Platón y Sócrates, Protagora, yo le pondría el nombre de Leonel Fernández, quien esconde su maestría en la virtud de su magistral retórica.
 
Leonel Fernández sabe dominar la naturaleza particular de sus interlocutores. El confunde con la complejidad demagógica de que la verdad solo existe en la forma como el individuo perciba, interprete y codifique la realidad. Es ahi donde el se hace artífice del sofismo. Leonel Fernández como Platón, Sócrates, Pericles tiene sus seguidores y confabulados.
No mencionare ninguno de esos personajes como un ejemplo de impunidad literaria. Esa tarea se las dejaremos a Vincho Castillo, César Medina, Félix Bautista y a otros ilustres defensores de la época del crecimiento de la impunidad democrática de los gobiernos del PLD.
 
Le dejaré a la decisión del actual presidente Danilo Medina quien como primer mandatario tome las medidas providenciales para que Andrés Mateo encuentre respuesta a su pregunta: ¿No es, acaso, porque ellos saben que ya en este país la palabra es una ramera que enseña su trasero? Yo, en cambio digo: No hay látigos para castigar el trasero.
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