Pactos y democracia partidaria

 

 

¿Por qué resulta tan difícil aprobar una Ley de Partidos? ¿Cuál es la razón por la que se muestra tan seguro de que la Ley de Partidos no será aprobada antes de las elecciones del 2016? Son interrogantes que nos vemos precisados a responder con mucha frecuencia.

La primera inquietud encuentra respuesta en la clásica “ley de hierro de la oligarquía” formulada en la primera década del siglo XX por Robert Michels, como demostración de que los partidos políticos son gobernados por élites que, con el fin de perpetuarse en el poder, reniegan de las prácticas democráticas.  Por lo tanto, las oligarquías de los partidos carecen de vocación democratizadora como para hacer leyes, por voluntad propia, que los regulen efectivamente.

Para la segunda pregunta, la respuesta es sencilla y pragmática.  Como se sabe, en las próximas elecciones serán escogidos, mediante el voto popular, alrededor de cuatro mil doscientos cargos, incluido el de presidente de la República, que las élites partidarias no permitirán que se vea en peligro por las luchas internas que deben librarse por las demás candidaturas.  En ese orden, prefieren seleccionar la mayoría de las candidaturas mediante acuerdos entre las principales facciones o tendencias, y solo dejarle caer migajas de ellas a las bases, que una vez más serán burladas.

En consecuencia, una Ley de Partidos que les doble el dedo de la imposición de las candidaturas a las cúpulas partidarias, jamás sería aprobada en una coyuntura como la presente. 

Si existiera una Ley de Partidos, aun con la opacidad del proyecto que aprobaron los diputados y que luego volvió a dormirse en los archivos del Senado, se hubiera evitado la suscripción por parte del Comité Político del Partido de la Liberación Dominicana, del pacto antidemocrático mediante el cual se les otorgó a treinta y uno de treinta dos senadores, el privilegio de no tener que competir por esas candidaturas, al tiempo que se les conculcó el derecho de competir por ellas a decenas de dirigentes y militantes de ese partido.

En ese mismo sentido, se les otorgaron a los actuales diputados de esa organización, sus candidaturas para la reelección, sin tener que competir.  Afortunadamente, en el pacto no se pudieron definir las diputaciones ganadoras, gracias a que el voto preferencial no ha sido eliminado, a pesar de las múltiples gestiones hechas con ese propósito,

Con una auténtica Ley de Partidos, tampoco se hubiera podido pactar la extensión, hasta el año 2020, del mandato correspondiente a los actuales directivos de la mencionada formación política.

Solo cuando los partidos hayan escogido la totalidad de sus candidatos, una verdadera Ley de Partidos Políticos no será, momentáneamente, una amenaza para las cúpulas partidarias.  Para entonces, los principales partidos habrán probado el sabor amargo de la división y perdido la confianza de sus afiliados y de toda la sociedad.

Afectados por la falta de democracia y de transparencia, los grandes partidos terminarán, sin excepción, empequeñecidos y de sus años de grandeza solo quedará el recuerdo.

Es por todas estas razones que la actual partidocracia que, a través de su principal integrante, como diría Gianfranco Pasquino, ha tenido en los últimos años el completo control de la sociedad, será sustituida por medianos y pequeños partidos, que formarán las alianzas y coaliciones que muy pronto dominarán nuestra democracia representativa.

 

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