Los independientes
A Orlando Martínez, asesinado por decir lo que pensaba.
A Juan Bolívar Díaz, por vivir diciendo lo que piensa.
A Radhamés Gómez Pepín, a quién tanto quiero y de quién aprendí tanto.
Soy un periodista independiente que depende de sus ideas, valores y principios, de los que suele decir si cuando muchos dicen no. (Y viceversa)
De los que odia a los neutrales por la máscara.
Me considero un independiente raro, una especie de especie en extinción en la comunicación, valga la redundancia por imprescindible.
Un independiente que depende de sí mismo, de lo que dice y de lo que calla (por convicción, en los dos casos)
Me gusta ser dependiente, dicho de otro modo, autónomo, al que le gusta más andar por la izquierda que por la derecha, al que no le gusta saltar de rama en rama cuando hay árboles de troncos firmes en la comunicación de masas.
Soy un dependiente, parcial, objetivo en mi subjetividad humana y compleja.
No soy un ambidextro ideológico, ni un saltarín político, ni un proxeneta de la comunicación en las cloacas subterráneas del gobierno de turno.
Los comunicadores independientes ignoran la sangre proletaria y las tumbas campesinas de la pobreza y la marginalidad milenarias.
Prefieren el lodo y el fango burgués que se lava sus conciencias con agua oxigenada y las deja limpias para extenderla y llenarse los bolsillos.
Independiente porque nadie paga y luego ordena lo que escribo o lo que digo.
Porque nadie decide por mí.
Porque no suscribo lo que otros escriben en mi cuaderno de multiplicar favores.
Porque nadie me dice si debo mirar hacia arriba o hacia abajo, porque nadie cambia los colores de mi bandera.
Soy el más dependiente de los independientes cuando estoy frente al computador y mis ideas dependientes dominan mis dependientes dedos. (Valga de nuevo la redundancia por redundante)
Me gusta ser dependiente, es decir, libre, es decir, viento, es decir, mar, es decir yo.
Los periodistas independientes me parecen detestables por falsos, por camaleones encubridores y manipuladores de los hechos y de la verdad.
Odio a los periodistas independientes que viven de su dependencia política y económica. (Por la plata baila el mono, dicen)
Admiro a los dependientes, parciales siempre, que viven de su independencia política e ideológica porque tienen cabeza propia, porque no alquilan el cerebro ni le ponen precio a sus ideas, ni a su voz.
Ellos me llamaron un día.
En su abrevadero sacié mi sed
En su escuela me eduqué.
No soy ni mejor, ni peor que nadie.
Simplemente soy un periodista parcial, dependiente de mi parcialidad.
No lo niego, ni lo negaré nunca: soy dependiente, parcial, termocéfalo, irreverente, ateo, controversial y comprometido conmigo mismo, en el mejor y en el peor de los casos. (¡Como debe ser!)