Los daños de la guerra psicológica
Hace unos meses , en un acto patriótico celebrado en Puerto Plata, uno de los oradores comenzó excusándose, y planteando que nosotros no odiamos a los haitianos; llegó hasta la constricción jurando que nosotros no éramos racistas; sus palabras llevaban una pesada carga de todos las culpas y chantajes que se han vertido para desacreditarnos, para acorralarnos psicológicamente e incluso para que sintamos vergüenza de defender la soberanía dominicana. Se auto acusaba brutalmente. Solo entonces comprendí los daños que ha hecho la guerra psicológica que libra despiadadamente desde todas las trincheras contra la conciencia nacional.
¿Por qué tantos dominicanos han llegado a pensar la realidad con las palabras del enemigo? ¿Por qué han afrontados estos problemas con argumentos prestados y fabricados por los traidores? De algún modo, esperan inútilmente la indulgencia de una prensa vendida o la aprobación de un grupo de farsantes. Pero, ¿hasta dónde pudo haber penetrado una culpabilidad previa, para que personas que defienden el interés nacional tengan que disculparse, por las intenciones que se le atribuyen? Porque se ha propalado la idea de que todo dominicano es culpable hasta tanto no se pliegue al interesado juego de los que combaten nuestra soberanía. Hay, pues, una culpabilidad previa. El dominicano sólo deja de ser sospechoso, cuando abandona la defensa de su país. Porque, en definitiva, lo que se combate con tanta saña, es la independencia del pueblo dominicano. La corrupción del lenguaje corrompe incluso el comportamiento y deforma el pensamiento.
El amor a la patria vive de estos sentimientos nobles y exaltados. Martí, el apóstol de América, decía que el amor a la patria es el odio invencible a quien la ataca; es el rencor eterno a quien la oprime. Si hemos de manifestar amor por los que nos roban el alma, si hemos de sentir vergüenza para defender este palmo de tierra, estaríamos renunciando a nosotros mismos.
Los ilegales haitianos suplantaron a los agricultores dominicanos, y se lo permitimos. Remplazaron al albañil de las ciudades, y guardamos silencio. Se han diseminado por todo el territorio como nuevos colonos; han desmontado los bosques y han sustituido hasta los mendigos de las calles. Ante circunstancias tan calamitosas, el objetivo del nacionalismo es la recuperación de nuestra patria; no hay sustituto para esa meta, superior a la significación de nuestras propias vidas.
En vista de las diferencias cada vez mayores que existen entre los dos pueblos que ocupan la isla de Santo Domingo. Uno que ha logrado progresos notables en el último medio siglo, y otro que, definitivamente, ha llegado a convertirse completamente en inviable para proveer a su población de salud, seguridad, empleo y alimentación. La existencia de la República Dominicana ha estado, por estos hechos fatales, sometida a un perpetuo estado de conspiración. Los haitianos han aplicado la diplomacia del victimismo. Porque entienden que el mundo se bate continuamente a favor de los débiles, Pero su debilidad la han empleado para implantar una oprobiosa dictadura dirigida contra nuestra integridad. Esta guerra contra la soberanía nacional la estamos librando, solos, sin el apoyo de una porción de la opinión pública, moldeada por la prensa, con la indecisión de la mayoría de los líderes políticos y combatiendo en el terreno contra Organizaciones No Gubernamentales, transformadas en los brazos del intervencionismo internacional, estimuladas por el ideario de hallar en nuestro país la solución al problema haitiano.
El argumento predilecto de las criaturas perforadas por las cañoneras retóricas del enemigo es forzarnos a decir que toda la culpa es nuestra. Que somos nosotros los culpables de todo lo que nos pasa. Nosotros desde luego no hemos desforestado a Haití ni hemos destruido sus instituciones ni hemos arrasado con sus riquezas ni lo hemos invadido, ni lo hemos transformado en una peligrosísima bomba de tiempo. Y, sin embargo, se plantea urbi et orbi de que los responsables de todo el desastre migratorio son precisamente las víctimas.
La maniobra consiste en presentar a las víctimas como culpables. ¿Cuáles son las víctimas?
- El Estado dominicano: sus leyes, su Constitución y sus instituciones.
- El pueblo dominicano, su territorio, sus conquistas sociales y su autodeterminación.
Queda claramente demostrado que, ni el Estad0 (como entidad jurídica y organización social) ni el pueblo dominicano son responsables de esta espantosa destrucción. Inmediatamente el dedo acusador cae sobre la clase política, los Gobiernos que han actuado como representación del Estado y del pueblo dominicano. Durante años, esos Gobiernos han obrado contra los intereses de su población y contra las normas y disposiciones de su Estado. Asediados por ONG, que son los brazos y las manos de la política exterior del intervencionismo internacional; manipulados por todos estos actores: ONG, embajadas extranjeras, organizaciones internacionales, no han afrontado los problemas y han zozobrado en la ambigüedad y en la vacilación.
Las primeras derrotas internacionales contra el Estado dominicano lo demuestran clamorosamente.
- Dictamen contra el país dado por el CIDH en Costa Rica por el caso de las niñas haitianas Dilcia Jean y Violeta Bosico ( 8 de septiembre del 2005)-
- Sentencia por el caso Nadege Dorzema, en Costa Rica, conocido en la propaganda haitiana como la masacre de Guayubin, ( 24 de octubre de 2012),
- Fallo punitivo en México por el caso Tide Méndez (23 de octubre del 2014).
En todas esas condenas se hallaban las ONG de los jesuitas, las ONG haitianas, MUDHA, el MOSTCHA, CEJIL, GARR y otras. En todas se hallaba el dinero de la USAID, fondos de la Unión Europea y de OXFAM. El dinero ha transformado a los dominicanos que participan en esas maquinaciones en instrumento de la política exterior de otro Estado. Al examinar de cerca las listas de ONG financiadas por el Gobierno dominicano, se descubre que, a las claras o con tapaderas, el propio Gobierno paga a los sepultureros del Estado.
En medio de esta maniobra de destrucción de la soberanía del país, nos encontramos con tres tipos de individuos: los que colaboran en este sucio negocio para sacar ventajas del extranjero ( periodistas, intelectuales, políticos, mercaderes); los que enfrentan el problema, denunciándolo y combatiéndolo; y los irresponsables, los indolentes, que miran para otro lado, para no enterarse de su propia desintegración.
Algunos creen que deformando el pensamiento alteran la realidad. Si defendemos la independencia y la soberanía nacional con relación a este problema externo se nos acusa de promover la confrontación. Dicho de otro modo: que para evitar los conflictos debemos renunciar a nuestros derechos; que para promover la paz debemos considerar como derechos adquiridos por extranjeros ilegales los empleos que el país produce. Si reclamamos que se le aplica lo que establece la Ley, que los nacionales, cuando menos el 80% tenga la prioridad en los empleos, se nos acusa de xenofobia. En otros casos más extravagantes se traen los disfraces de otras realidades como el apartheid de Sudáfrica, el nazismo de la Alemania de Hitler para destrozar la imagen del país- Contra nosotros se ha desarrollado un brutal proceso de satanización.
En lugar de desmontar toda esa propaganda negativa, la tendencia que ha prevalecido en el mando político dominicano ha sido la de ahogar los conflictos, cediendo porciones de soberanía, llegando a negociar la nacionalidad con leyes y decretos que laceran la dignidad y el honor de nuestro pueblo.
No conozco ningún país soberano e independiente que haya voluntariamente decidido suspender la aplicación de sus leyes migratorias (decreto 327/13, decreto 250/14) ; desahuciar el ejercicio de la autoridad, en una guerra sin cuartel contra las instituciones. Orwell decía que “la manera más fácil de finalizar una guerra es perderla”. Pero olvido explicar que el modo más fácil de eternizar un conflicto es privar a un pueblo de sus mecanismos de subsistencia y despojarlo de su libertad en su territorio . No hay descanso. No hay paz para los que aspiran a una redención. La paz en esta isla no puede fundarse sobre la base de privar al pueblo dominicano de sus conquistas sociales.
Concluyo con estos clarividentes versos de Constantino Cavafis, que podrían resumir la circunstancia de todo dominicano, donde quiere que esté:
Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.