OPINION: Lo que éramos, y lo que hoy somos
Hace un poco más de dos décadas, cuando acontecieron las convulsiones del Alto Manhattan a raíz de la muerte de Quico García a manos de un policía neoyorquino, con todo y la revuelta que escenificamos, la mayoría de dominicanos gozábamos de la estima de ser gente noble y laboriosa.
Hoy, evidentemente, la imagen de la dominicanidad se ha deteriorado. La ley 168/13 del Tribunal Constitucional (TC), ha generado todo tipo de repudio hacia los dominicanos. Y ese desprecio por nosotros no proviene únicamente de anglosajones y afroamericanos; también de nuestros hermanos latinoamericanos.
No sería exagerado el afirmar que la mayoría de connotadas comunidades, al menos en Nueva York, nos consideran racistas y xenófobos. Aunque trascendental, resulta paradójico que ni las actividades del narcotráfico de una minoría de dominicanos, en estos momentos, concitaran a considerar esas deplorables calificaciones.
Durante el pasado Desfile Dominicano en la sexta avenida del Bajo Manhattan, en ocasiones, se nos tildó de racistas y se lanzaron otros epítetos. Evidentemente por razones obvias, esto no se difundió ampliamente.
Lo cierto es que independientemente de querer aplicar las leyes migratorias, todo el mundo se ha enterado de los abusos y maltratos, quema de viviendas, asesinatos y otros hechos espeluznantes contra algunos haitianos, sólo porque uno dos o tres de ellos hayan cometido diversos delitos.
Que sepamos, y al menos en esta coyuntura histórica, en Estados Unidos; es más, ni en el mismo Haití u otra nación de la región ni de Europa, se ha registrado ese tipo de ensañamiento contra los dominicanos, sólo porque uno de nosotros haya incurrido en algún crimen o acto delictuoso.
Mucho antes de estos acontecimientos, los que hemos tratado con un concierto multicultural de diversas razas en factorías y otros empleos, sin distraernos sólo en fanatismos y obcecarnos por el chauvinismo; hemos sido testigos de que se nos tiene como un conglomerado que aun proviniendo de una tierra de mayoría mulata, odiamos a los negros y haitianos.
Hoy sentimos cierta aprensión cuando algún extraño o conocido reciente, nos mira de arriba abajo y pregunta: ¿tú eres dominicano? Algunos sólo nos contemplan y callan, pero los más avezados nos preguntan el por qué queremos echar a los haitianos del país.
Aunque no nos consideramos “patriotas” porque hoy todo el mundo lo presume en República Dominicana, nos cuesta cierto trabajo el tener que explicar que estamos enfrascados en cumplir nuestro derecho; en un proceso de regulación de los indocumentados. Explicamos, sin embargo, que una buena parte no está de acuerdo con que se desnacionalice a los dominicanos de origen haitiano que le corresponde la ciudadanía dominicana, ni que se maltrate a nadie únicamente por ser indocumentado.
Lo cierto es que posiblemente, en lo adelante, nuestros hijos y nietos enfrenten mayores dificultades que nosotros para sobrevivir en estos predios. Basta con que se les considere descendientes de dominicanos racistas, xenófobos y llenos de odio. Parecería que desde ya cargarán con una impedimenta en sus espaldas que les dificultará abrir trochas en estas tierras.
Esta situación todavía puede subsanarse, no con la ley 169/14 que viene a frenar un poco la embestida del TC. Basta con que las autoridades migratorias y tal vez el mismo presidente Danilo Medina al igual que el secretario general de la OEA, Luis Almagro, que pidió disculpas por el apoyo del organismo a la invasión de marines a territorio dominicano en 1965, condenaran, efectivamente, y asumieran similar actitud por las acciones de desaprensivos que, debiendo castigar a los haitianos delincuentes, las emprendieron contra sus compatriotas inocentes.
También deberían pedir sentidas excusas por la tardía restitución, en este caso retornar a alguien lo que le pertenece, de la Junta Central Electoral (JCE) que se abrogó el derecho de desnacionalizar injustamente, por vía administrativa, a unos 55 mil dominicanos de origen haitiano, amén de que haya otros en esa misma situación.
Esa sería una excusa que tendría efecto en partida doble: demostraríamos que nuestras autoridades no son insensibles ni discriminatorias, y de otro lado, los armaría de la suficiente moral, para no rendirse ante lo que consideran necias acusaciones de sus pares haitianos.
El autor es periodista, directivo del CDP en Nueva York, donde reside
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