La verdad y la libertad de prensa acosadas

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POR MARIANO AGUIRRE

Recientemente Rudolph Giuliani, abogado privado de Donald Trump y exalcalde Nueva York, declaró que “la verdad no es la verdad”. Si el presidente de Estados Unidos, dijo, fuese llamado a declarar ante la justicia por la supuesta complicidad de su campaña electoral con Rusia “su verdad” chocaría con “verdades” de otros actores políticos, como el ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), James Coney.

Esta relativización de la verdad, que deja de lado tantos las tareas de investigación como las reglas del sistema judicial, está relacionada con los ataques que Trump lleva años lanzando contra los medios periodísticos tradicionales (como el New York Times o la cadena CNN) y su exaltación de los denominados “medios alternativos” que cuentan “la otra realidad”, por ejemplo, la cadena Fox News y publicaciones digitales como Breitbart News.

Los medios y la verdad

En las últimas semanas, a medida que aumentan los juicios contra colaboradores de su equipo, y salen a la luz datos que implican a Trump en acciones ilegales, han aumentado sus ataques, denominando a los medios “enemigos del pueblo”. Durante su campaña electoral, el actual presidente y su equipo les acusó de ser un “partido político”. Más de 300 periódicos estadounidenses han respondido ahora publicando un mismo texto, defendiendo la libertad de expresión contra esos ataques.

Al finalizar su mandato, Zeid Ra’ad al-Hussein, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, lanzó una advertencia acerca de la demagogia de los mensajes contra la prensa. Esos ataques, dijo hace pocas semanas, pueden desatar agresiones contra los periodistas y generar autocensura. Así mismo, indicó que Estados Unidos “crea un efecto demostrativo, que es aprovechado por otros países con líderes con tendencias autoritarias”.

Trump y sus asesores saben que los medios de prensa sufren desde hace años una creciente pérdida de prestigio y legitimidad. Las ventas y audiencias de los grandes periódicos, como The Washington PostLe Monde en Francia o The Guardian en el Reino Unidos, han descendido notablemente.

Mayoritariamente las nuevas generaciones se alimentan de información por otras vías y formatos.  A la vez, la dispersión de la audiencia en centenares de canales y plataformas televisivas ha quitado público a las cadenas tradicionales.

La crisis del periodismo tradicional  

A la crisis de los medios han contribuido diversos factores. Primero, a lo largo de décadas, la imagen (la televisión) tendió a sustituir a la palabra (en la radio y los periódicos).

Segundo, el lenguaje racional explicativo, especialmente en política, ha sido sustituido por el mensaje publicitario sintético. Los políticos cambiaron el discurso por el brief (el texto muy breve) y de este al tweet, con un máximo de 140 caracteres. Trump es un ejemplo, generando una fuerte confusión entre sus mensajes y las decisiones que toma su gobierno.

Tercero, formas nuevas de comunicación como Twitter, Facebook o Instagram, permiten que cada ciudadano, o grupo de interés (sea político, cultural, sindical, de identidad, no gubernamental y otros) sean transmisores potenciales directos de noticias. Esta supuesta democratización de “lo que ocurre” y sobre la selección de “qué es noticia” ha roto el papel que tenían los medios periodísticos para ser mediadores legítimos entre los hechos y la información sobre los mismos. Los medios ya no son, para millones de individuos, poseedores fiables de la verdad.

La entrada de los algoritmos

A esta ruptura han colaborado las plataformas como Facebook, que no se han hecho responsables de los contenidos que publican (ni cómo acumulan para su beneficio datos de los usuarios). El debate ha comenzado con motivo del tráfico y venta de datos de Facebook a empresas como Cambridge Analytica.

Esta consultora británica utilizó entre 2013 y 2017 los avances de la inteligencia artificial para analizar e influir sobre las orientaciones de los votantes durante las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos y el Brexit en el Reino Unido. (Su web https://cambridgeanalytica.org/indicaba que utilizaba “datos para cambiar los comportamientos de las audiencias”).

Antes de ser denunciada por malas prácticas en el uso de información de Facebook y otras plataformas, Cambridge Analytica operó en decenas de procesos electorales alrededor del mundo, promocionando candidatos conservadores, muchas veces a través de noticias falsas. En 2017 la empresa declaró la quiebra y reabrió con el nombre de Emerdata.

Desde esos centros, donde se agrupan bots que sintetizan, generan y lanzan mensajes falsos (por ejemplo, durante la campaña presidencial en 2016 se propagó la noticia falsa que el Papa Francisco apoyaba la candidatura de Trump). Cuando se denuncia la falsedad del mensaje, los medios alternativos comienzan la segunda fase de su batalla, relativizando la verdad.

La libertad de las plataformas nació desregulada en 1996 cuando, mediante una ley impulsada por el gobierno de Bill Clinton, se estableció que los proveedores de internet no tendrían responsabilidad sobre los contenidos.

Como escribió Andrew Rawnsley en The Guardian: “Clinton permitió a las empresas titanes de la tecnología evitar cualquiera de las responsabilidades que los editores de prensa estaban obligados a cumplir. Así, ayudó a crear las condiciones para que su esposa, Hillary, perdiese años después la presidencia frente a Trump”.

La competencia imposible

En el pasado reciente, el debate social sobre los medios estaba entre los “serios” y los “amarillos” o “sensacionalistas”. Pero se ha pasado a que la noticia que emite cada ciudadano u organización, grupo o medio “alternativo” sea la “realidad”. Más aún, individuos y grupos de interés han creado sus medios propios con el propósito de proveer a los ciudadanos, la “verdad alternativa” a la que proporcionan los medios.

Además, al denunciar -como hacen el presidente de Estados Unidos o Marine Le Pen en Francia- que los medios son “partidos políticos” y que están “en contra del pueblo”, desprestigian el valor de neutralidad que tenían. Los medios tradicionales terminan atrapados entre darles voz a estos políticos y, a la vez, ser desprestigiados por ellos.

Los medios tradicionales han cometido el grave error, en muchos casos, de repetir y republicar mentiras, con el objetivo de competir. Esto los ha llevado a entrar en un mercado imposible ya que la producción de noticias falsas es prácticamente gratis e infinita.

Un cuarto factor es que en los últimos 30 años se ha producido una despolitización, o desinterés por la política, que ha acompañado a la hegemonía de políticas neoliberales que promovieron menor peso del Estado, desregulación de los mercados financieros y de movimientos de bienes, y modificaciones en normas laborales (o sea, más facilidades de contratación y despido, exaltación del trabajador individual sin protección sindical) y medioambientales.

Este desinterés refleja la distancia cada vez mayor entre la política profesional y los ciudadanos, que han concluido que las decisiones importantes que afectan a sus empleos y a la provisión de bienes y servicios (por ejemplo, salud y pensiones) dependen de decisiones tomadas en esferas incontrolables de poder nacionales o internacionales.  Los medios tradicionales o liberales han sido asociados a esas esferas de poder (no siempre equivocadamente), y han pasado a formar parte del enemigo.

El voto de grandes sectores de población se ha desplazado hacia formaciones políticas no convencionales, generalmente de extrema derecha que apelan al nacionalismo, la xenofobia, la crítica a la globalización económica, y a las élites.

La narrativa o discurso que construyen estos líderes y formaciones políticas supuestamente antisistema incluye la lucha contra la corrupción del sistema (“el pantano”, le denomina Trump) y contra los medios de prensa liberales tradicionales, considerados cómplices.

La facilidad de lo banal

El quinto factor es la banalización de la cultura. La brecha entre la denominada cultura popular y sus múltiples expresiones, y la cultura culta, se ha ampliado, especialmente gracias al uso de medios tecnológicos masivos y el abismo educativo que produce la desigualdad.  Esto se proyecta en el mundo de las noticias y la verdad alternativa. Un estudio de la Universidad Tecnológica de Massachussets indica que “un contenido falso tiene un 70% más de posibilidades de ser compartido que uno real”. O sea que, salvo excepciones, el ciudadano medio se detiene más tiempo y reenvía con más facilidad un contenido falso que uno verdadero.

La verdad está relacionada con la concordancia entre lo que sabemos, lo que creemos y la realidad. Así mismo, con valores morales como la sinceridad y la justicia.  La crisis de la verdad en los medios nace de deficiencias educativas, manipulaciones por intereses (por ejemplo, sectores industriales que financian estudios de escaso rigor para poner en duda los análisis científicos sobre el cambio climático), rencores por la exclusión social, y prejuicios alentados y reproducidos. Es una grave crisis política que va más allá de los medios periodísticos serios, pero no podrá resolverse sin ellos y sin la libertad de expresión que necesitan.

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