OPINION: La parroquia de Miches

 

El sentimiento común se torna en una fuerza indispensable para que un conglomerado humano se constituya en una real comunidad, en un pueblo. Esa fuerza resulta indetenible  cuando busca  un propósito que interesa a la mayoría de la colectividad. Y ciertamente, reporta un goce a espíritu “vivir los hermanos en uno”.

Por razones ordinarias del periodismo, esta columna  debió tratar la sorprendente -y deprimente- victoria del señor Trump en los Estados Unidos y lo que podría significar para millones inmigrantes hispanos. También pudo enfocarse este espacio en la elección de los miembros de la Junta Central Electoral, que no deja de tener su zurrapita.

Como ven, destinado a escoger entre esos dos temas, he optado por referirme al programa de actividades  realizado  por la comunidad  de Miches, con su párroco Andrés Solano a la cabeza, para festejar el sexagésimo aniversario de la bendición del templo  que aloja  la parroquia san Antonio de Padua.

El vínculo entrañable con el terruño donde he nacido guarda vetas  especiales   para con la iglesia donde recibí el sacramento de la confirmación, aunque no el  bautismo. Además  de que  en ese templo  ocurrió lo que podría llamar “el inicio de mi vida pública”, con la lectura de textos bíblicos  en los oficios religiosos.

La celebración duró 10 días de octubre e incluyó: noche de bodas y renovación de votos; organizado por la pastoral familiar, y una noche de concierto, organizado por la vicealcaldesa Nilcia Mota, Jesús Santos y un equipo. Por igual, hubo un día de jóvenes, organizado por la Pastoral Juvenil.

Los feligreses tuvieron momentos para referir historias de la parroquia, que es un acto vital para reforzar los sentimientos comunes. Los niños tuvieron su oportunidad, organizados por Ramona y un equipo. Así fue  prevista la tarde de damas, organizada por tres exquisitas damas: Alba González,  Francilín Gil y Tanya Peralta.

La celebración juntó lo religioso con lo social y lo cultural: el canto folclórico con la renovación carismática, la charla a los adolescentes con el toque de atabales; la convivencia y cooperación de sectores  políticos adversos como la vicealcaldesa Mota y el senador Santiago Zorrilla. Es notorio –y era necesario-  el liderazgo del  padre Solano.

No podía faltar la recordación al venerable sacerdote Daniel McNeil, de los Scarboro, quien fuera párroco durante 21 años y  se mostrara como un auténtico paradigma de amor al prójimo. Tuve la honra de hablar en torno a la vida  de este  magnífico misionero del bien. No fue buen orador, pero lo que le faltó de retórica, lo multiplicó con el ejemplo.

rafaelperaltar@gmail.com

jpm

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