OPINION: La destrucción de la soberanía nacional

 

  1. La soberanía no es una declaración vacía

Cada 27 de febrero, día de la Independencia y cada 16 de agosto, día de la Restauración de la Independencia, se conmemora la preponderancia de la soberanía nacional sobre la servidumbre o el dominio extranjero. Los tres  poderes del Estado– el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial– juran  solemnemente  ante todas sus instituciones  y desde luego, ante el pueblo que  le ha otorgado esa representación  mediante el sufragio electoral, ser leales al ideario y al esfuerzo que emprendieron los hombres que pagaron con sus vidas la implantación de la soberanía nacional en el territorio dominicano.

Cuando un pueblo pierde su soberanía,  pierde su capacidad de autodeterminación, queda privado de su libertad.  Desde ese momento queda expuesto a la destrucción de su identidad, a la ruptura de su cohesión nacional.  Sin soberanía el Estado no puede llevar a cabo la felicidad de su población ni tener  el control del porvenir. La soberanía—tal como la definía magistralmente Jean Bodín— es  consubstancial a la existencia del Estado. Sin ella, el Estado se convierte en un cuerpo vacío. Cuatro son los elementos fundamentales de la soberanía, según Bodin: la moneda,  la ley, la impartición de Justicia y las posibilidades de declarar la guerra o la paz. Toda la vida del Estado se halla organizada por la Constitución, norma fundamental, que define la independencia del Estado  y el ejercicio territorial e internacional de la soberanía dominicana.

El Estado dominicano no se halla sujeto a ninguna tutela internacional. No reconoce competencias en su territorio de otros Estados ni de organismos supranacionales. Ninguno de los tratados y las convenciones refrendadas por el Estado dominicano se ha propuesto transferirle competencias a otros Estados u organismos supra nacionales que impliquen el desmantelamiento de su independencia ni la supresión de las competencias de los poderes del Estado ni el secuestro de sus atributos.

La soberanía nacional no es, pues,  una abstracción ni una declaración vacía. Es lo que legitima el ejercicio de los poderes del Estado.

En el caso dominicano, la soberanía no es una realidad adquirida de una vez por todas. Siempre ha estado amenazada por los vecinos. Estos, al independizarse de los franceses en 1804, nacieron como un Estado agresivo, e inscribieron en su primera Constitución de 1805 que el territorio de los dominicanos pertenecía  al Imperio de Haití (art.18). Circunstancia que sólo desapareció en 1874, fecha en que Haiti  reconoce finalmente al Estado dominicano.  Pocos pueblos de América han peleado tanto por su libertad.  Luchando por su libertad,  los dominicanos  le hicieron la guerra a los franceses, que gobernaban nuestro territorio  desde 1802 en nombre del Tratado de Basilea (1795)  y los vencieron en la batalla de Palo Hincado (1809). Vencieron a los haitianos en una guerra larga  de doce años  (1844-1856) contra un enemigo avieso, omnipresente y hostil. Vencieron a la España anacrónica del general  O´Donnell  y de la reina Isabel Segunda, que quisieron reconstruir con nuestra incorporación, la grandeza de un Imperio que ya se había desmoronado.  En el  1916, cuando el país fue ocupado por el ejército de Estados Unidos,  el espíritu y la dignidad del país lo representaron los gavilleros, Ramón Natera y Juan Evangelista. En ese punto  y hora, desapareció el Estado dominicano,  la bandera de la cruz blanca dejó de ondear, y fue suplantada en todos los pabellones por la bandera de las barras y las estrellas. En esos momentos,  cuando el genio revuelto, caprichoso y anárquico  de Desiderio Arias puso los pies en polvorosa, un dominicano absolutamente inolvidable, decidió morir combatiendo a los yanquis  en La Barranquita. Se llamaba Máximo Cabral. El sacrificio de  ese hombre junto a un puñado de valientes es el mayor homenaje a la soberanía nacional.

El esfuerzo de todas las generaciones pasadas por legarnos una patria independiente y soberana ha comenzado a ser demolido. Nunca antes en los 171 años de Independencia, todos los elementos de la soberanía había entrado en barrena, en caída libre, despedazados por las maniobras del poder extranjero, por el abandono y la servidumbre a ese poder  por parte de los dirigentes del Estado y por haber perdido el control de sus fronteras, y haber abandonado la defensa de su Constitución  y sus leyes,  y por la incapacidad para decidir el porvenir de la nación.

Combatimos a un enemigo brutal e invisible, encarnado en un conciliábulo de fuerzas,  que tiene  como objetivo central destruir a la nación dominicana, su unidad, su identidad, su cohesión, su Constitución, su historia, el fundamento mismo de su Independencia y  la capacidad para preservar todas sus conquistas sociales.

  1. Los factores de la destrucción

Los pilares de la soberanía son derribados como  las columnas de un templo sagrado. Los grandes  líderes que dominaron  con su influjo extraordinario toda la vida del siglo XX, Juan Bosch y Joaquín Balaguer, vivieron la desaparición del Estado dominicano en 1916 como si se tratase de una gran tragedia histórica.  En vista de ello, ambos rechazaron el endeudamiento improductivo de las presidencias de Buenaventura Báez y del dictador Ulises Heureaux  que nos habían llevado primero a la tutela internacional y finalmente a la pérdida de la independencia y  a la desaparición del Estado. ¿Por qué  esos presidentes traicionaron a la nación? Su falta de patriotismo, su falta de confianza en el país,  su voluntad  manifiesta de entregarle la responsabilidad de dirigir el país a manos extranjeras, su compromiso con la corrupción, con el enriquecimiento personal y su irresponsabilidad ante el legado histórico que el pueblo dominicano había colocado en sus manos. Todo eso nos llevo a la ruina.

Las circunstancias que hoy vive el pueblo dominicano son radicalmente distintas. Todos los factores de la desintegración  de la soberanía se han  desplegado en el terreno de una guerra que se libra al mismo tiempo en todos los frentes  como si la destrucción fuera nuestro destino.

  • El primer factor es la suplantación de la población dominicana. La disolución de la unidad del pueblo dominicano a consecuencia de un desplazamiento masivo de la población haitiana a nuestro territorio. Circunstancia que, a su vez, supone la desnacionalización del empleo; la destrucción de todas nuestras conquistas sociales. Los cambios demográficos son el mayor ataque a la integridad y a la identidad de una nación y a  la supervivencia de su cultura. El Gobierno ha contribuido con esa implantación: ha prohibido por dos años plenos las deportaciones (decreto 250/14 y decreto 327/13); le ha otorgado por Ley la nacionalidad a los descendientes de los inmigrantes no residentes Ley 169/14.-
  • El segundo factor es la desaparición de la la frontera que ha hecho que los parques nacionales, los bosques dominicanos sean ocupados por poblaciones haitianas que han decidido satisfacer  sus demandas extraordinarios de recursos forestales   de más seis millones de metros cúbicos de madera por año en el territorio dominicano. Estamos, pues,  ante el desarrollo de dos proyectos de sociedad. 1)  El que funda la supervivencia de Haití en la explotación sin piedad de la República Dominicana;  y 2)  el que representa el camino de la Independencia de esos factores nefastos que emprendimos a partir del 27 de febrero de 1844. Entre  los  dos proyectos no hay conciliación. O somos soberanos e independientes, y salvamos el territorio nacional de la depredación, de la ocupación ilegal y de la desnacionalización, o permitimos que todas las fuerzas que conspiran contra la soberanía terminen arruinando definitivamente el legado histórico que recibimos con la proclamación del Estado dominicano.
  • El tercer factor es la destrucción de nuestra autodeterminación. Es la incapacidad para ejercer el gobierno propio que opere en función de los intereses del pueblo dominicano. Cuando el propio Estado dominicano, representado por su gobierno legítimo, le niega a la nación el ejercicio de su soberanía, encarnada en el referéndum, cuando suspende indebidamente la aplicación de sus leyes de Migración, cuando impone una ley que cambia el régimen de ciudadanía, sin consultar al pueblo como establece la propia Constitución, cuando le traspasa el derecho soberano a poblaciones extranjeras, y construye la base de la destrucción de su unidad nacional se autodestruye el ejercicio de la soberanía.
  • El cuarto es la debilidad en el status del reconocimiento internacional del Estado dominicano. Nos enfrentamos hoy a una política de demolición y de acoso internacional, que tuvo como objetivo hacer depender la aplicación de nuestra Constitución de tribunales extranjeros; interferir en lo que es el dominio reservado del Estado, con presiones procedentes de los burócratas de la Unión Europea,  del Secretario General  de la ONU, Ban Ki Moom, y de todas las ONG que tratan de resolver la tragedia de la  inviabilidad de Haití a expensas de la República Dominicana. El objetivo de todas esas presiones es privarnos de la capacidad de decidir, con arreglo a la Constitución y a las leyes.

En resumidas cuentas: todas esas argucias quieren vaciar la soberanía nacional de su contenido. Hemos abandonado uno a uno los factores de la soberanía: población, territorio, gobierno y representación internacional del Estado. La soberanía es inseparable de la libertad., excluye la subordinación y la sumisión a obligaciones extrañas al su historia y su existencia. La soberanía no se divide, no se comparte ni se limita. Cuando el Estado es incapaz de aplicar sus leyes y por el contrario, le declara la guerra abierta a la Constitución; cuando se propone, motu proprio, disolver la autoridad y la autodeterminación en un mecanismo de negociaciones, renunciando a ese ejercicio por el cual lucharon tantos hombres y mujeres dominicanos, cuando permite que se viole el espacio sagrado de su territorio, que se suplante a su pueblo en el Registro Civil, que se pisoteen sus derechos en el concierto de las naciones  del mundo, nos hallamos ante la aniquilación de la soberanía.

Imaginemos que nos encontramos ante  el supremo tribunal de la historia.

El país no tiene política de  empleo. Porque ha permitido que los empleos sean devorados por la inmigración ilegal en todas las áreas. No tiene política migratoria. Porque ha hecho posible que el territorio se halle plenamente ocupado de ilegales, como si las fronteras fuesen inexistentes. No tiene política sanitaria ni educativa ni de transporte porque todas esas conquistas han sido devoradas, consumidas y desarticuladas por unas circunstancias, que se han impuesto  contra la comunidad de destino que constituimos los dominicanos. Todo eso se ha hecho,  sin contar con el pueblo . Y,  particularmente,  operando contra su propia existencia.

 

La soberanía nacional pertenece al pueblo dominicano que la ejerce mediante  unos representantes electos en el sufragio y mediante los mecanismos de la democracia directa que son el referéndum  y las iniciativas populares. La soberanía  nos lleva a romper con el fatalismo, con la impotencia, con el conformismo. Es el ejercicio de autodeterminación de la nación.

La historia como una tragedia se repite. La falta de compromiso  con la nación, con la soberanía del pueblo en los hombres que nos gobernaron en el siglo XIX nos condujo primero a un endeudamiento improductivo y finalmente a la pérdida de la soberanía.  El pasado vuelve a ensañarse con nosotros. En nombre de una supuesta defensa de los derechos humanos de los haitianos no puede destrozarse a la República Dominicana; en nombre de los extranjeros no pueden sepultarse los derechos de los nacionales;  devolverle la dignidad a un pueblo no debería implicar hacer desaparecer a otro pueblo. Nosotros tenemos derecho a existir, libres e independientes de las circunstancias trágicas de nuestros vecinos.

 

 

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