OPINION: El derrumbe

 

  • Del endeudamiento improductivo a la pérdida de la soberanía

En 1916, tras la desaparición del Estado dominicano, de resultas de la ocupación estadounidense y de la sustitución de las autoridades dominicanas por gobernadores yanquis, don Federico García Godoy (1857-1924) escribió un ensayo intitulado  El derrumbe. La obra fue censurada y llevada a la hoguera por las autoridades estadounidenses. Algunos ejemplares fueron salvados de las llamas. En 1974, a cincuenta años de la muerte de don Federico, fue publicada nueva vez, con un excelente prólogo de Juan Bosch.

Al leer este libro vemos proyectados en el tiempo el resultado de las malas decisiones  del liderazgo político. La corrupción, la ignorancia, la irresponsabilidad, la falta de ideales patrióticos condujeron al desmoronamiento del Estado.. La bandera de la cruz blanca fue sustituida en todos los pabellones por la bandera de las barras y las estrellas. De este modo, se daba sepultura a la segunda república en 1916.

Las menudencias   que nos llevaron al desastre fueron contadas con pelos y señales en la obra del historiador Cesar A. Herrera (De Hartmont a Trujillo. Estudio para la historia de la deuda pública, Sto. Dgo. Colección Banreservas, 2009). En 1869, el Presidente Buenaventura Báez contrató un empréstito con un tenedor de bonos privados de Londres, Edward Harmont, mediante el cual comprometía al Estado al pago de 1.472.500 libras esterlinas a cambio de  420.000 libras nominales. En el artículo 10 del contrato se entregaban  en garantía las aduanas de Santo Domingo y Puerto Plata. De las cantidades prometidas entraron al tesoro público unas 45.000 libras; Harmont vendió la deuda a otro tenedor, Peter Lawson. Durante el Gobierno de Ulises Heureaux, en 1888,  se contrajo otro empréstito con una casa de tenedores de bonos de Holanda,  la Westendorp .  Heureaux le transfirió el préstamo de la Westendorp   a la  San Domingo Improvement. A partir de entonces, todas las aduanas quedaron  bajo el control estadounidense. Los trastornos continuaron imperturbablemente. En 1906,  llega al poder el general Ramón Cáceres, en ese punto y hora,  según el informe Hollander, enviado confidencial del Presidente Roosevelt,  la deuda dominicana ya había alcanzado los 40.269.404.dólares con 83 centavos. Fue así como  Cáceres  firmó  manu militari   la Convención de 1906.  Tras el magnicidio de  Cáceres en 1911, la deuda continuó creciendo; se contrajeron nuevos empréstitos.  La causa de la destrucción del Estado soberano radica en ese endeudamiento improductivo, que,  produjo primero  una tutela internacional y, posteriormente, tras unos gobiernos canallas, produjo la pérdida total de la soberanía.

Al igual que en  el pasado, hemos llegado a un endeudamiento que compromete la soberanía nacional y que encorseta la capacidad de maniobra del  liderazgo político, que, de tiempo en tiempo, deja la autodeterminación en manos del Fondo Monetario Internacional. O nos pone bajo la tutela de otros acreedores.

Si observamos detenidamente el pobre desenvolvimiento de nuestros vecinos, llegaremos a darnos cuenta cabal de los peligros que nos acechan. La economía haitiana se halla penetrada de una contradicción. Por un lado, tiene una altísima inflación, en vista de  su escasísima productividad en todos los renglones y  del  reducidísimo mercado interno. Por otro lado, tiene bajísimos salarios porque el 70% de su población laboral no tiene empleo ni cualificación. De los que tienen empleo,   85% son trabajadores informales o por cuenta propia.

La otra cara  de la moneda es la desigualdad salarial.  Mientras el salario mínimo en Haití anda por los 80 dólares;  en nuestro país se mueve de 175 y 250 dólares. Si a esos hechos se añaden  otros factores, la economía de ese país no produce empleos, y destruye, de tiempo en tiempo,   para darle acceso a  la alimentación a la población de ese país,  el gobierno le abre  las puertas a las importaciones masivas de alimentos..  Otro tanto  hace la ayuda internacional alimentaria. Estas operaciones combinadas destruyen a los productores internos.  Muy a menudos  son llevados a la ruina.  Los haitianos han hallado una excusa a esa dinámica de su vida política . Culpan a la República Dominicana de su incapacidad para producir y tratan de que cambiemos la soberanía nacional por negocios.

La trampa de la deuda

La desnacionalización del empleo se ha convertido en el modelo de producción dominicano.  El Gobierno permite que se destruya el empleo en las grandes inversiones de la agricultura, de la construcción, de los servicios e incluso de la buhonería. Es decir, que la inversión del Gobierno en grandes obras públicas  no crea empleo ni distribuye prosperidad. Al desempleo que genera nuestra propia economía que no permite soñar con el pleno empleo, se añaden las marejadas de ilegales. La repartición de la demanda de trabajos entre dos poblaciones, la nacional y la extranjera, perjudica a los dominicanos.  La población nacional queda fuera del  empleo; la extranjera se implanta.  Las grandes diferencias salariales entre los dos países desplazan al dominicano; en ese esquema neoliberal: el haitiano resulta menos costoso; anula los gast0s salariales del trabajador formal; permite mayor flexibilidad en los despidos; crea menos obligaciones laborales; derriba definitivamente el crecimiento de los salarios; destruye las posibilidades de modernizar la producción.

La oferta de mano de obra sin cualificación se ha vuelto inagotable. Por lo tanto, la demanda nunca será suficiente para producirles prosperidad a los dominicanos más pobres. Hemos caído en la trampa haitiana. Sin sindicatos  que  los defiendan;  a abandonado por todos los partidos políticos que prefieren complacer a los empresarios; toda la prosperidad  del trabajador dominicano se halla secuestrada.

¿Qué ha hecho el Gobierno para defender los empleos de los trabajadores dominicanos? ¿Cuáles son las medidas que ha tomado para hacer cumplir con la Ley de Trabajo que impone un mínimo de  80% de trabajadores dominicanos?  Para conocer la respuesta ante un problema de tan extrema gravedad, hay que responder otra interrogante. ¿A cuántos empresarios se ha sometido a la Justicia por haber quebrantado las disposiciones de la Ley de Trabajo?             ¿Puede decirse que un Gobierno que ha sido incapaz de transferirle a su propia población los empleos de las grandes inversiones públicas ni los de la agricultura ni los  de los servicios actúa a favor de su población?. Los efectos de la penetración de esta mano de obra desvanecen las conquistas sociales del dominicano.  ¿Adónde han ido a parar todos esos dominicanos, excluidos del bienestar y del crecimiento de la economía?

Muy probablemente son ellos los que han hecho crecer de modo sin precedentes el narcotráfico, la delincuencia, la  emigración ilegal de los dominicanos, la prostitución , el juego, y  las bancas de apuestas. Ante la circunstancia verdaderamente desesperantes de tantos dominicanos, ¿cuáles son las soluciones que ha imaginado el Gobierno para enfrentar el descalabro de tantas familias?

 

  • En primer lugar, el modelo neoliberal, adoptado por el mando político y por la oposición que aspira a suplantarlo,  ha abandonado a los trabajadores dominicanos. Los ha suplantado con las marejadas de poblaciones llegadas abruptamente de Haití. Se ha destruido el mercado laboral. Se ha desorganizado como en ninguna época anterior la vida del dominicano. Para mantener la paz social el Gobierno  ha llevado la nómina pública de 250 mil personas a más de 800 mil.  El fenómeno parece no detenerse, pudiendo llegar sencillamente a la insolvencia del Estado.
  • En segundo lugar, el Gobierno ha tenido que desarrollar una enorme política asistencialista:  los  programas del Plan Social de la Presidencia; el bonogás, las ayudas a las madres solteras; subsidios al gas licuado; a la tarifa eléctrica,  los comedores económicos, el desayuno y el almuerzo escolar, el impulso a las pymes y mypimes. El modelo  tritura las conquistas sociales de los dominicanos. Hemos  llegado a un callejón sin salida. El Estado dominicano se enfrenta, pues, a un dilema.  O asume las responsabilidad de ponerle punto final y escapa de la trampa, o prolonga la agonía  de nuestra población  y mantiene contra viento y marea ese modelo nefasto.

Para mantener  inalterable el modelo,  el Gobierno echa mano de los préstamos internacionales. Hemos llegado a un endeudamiento sin precedentes. El 42% de los gastos del Presupuesto es para pagar el servicio de la deuda. Pagamos la mitad de lo que producimos.  Es tal el peso muerto de la deuda que para hacerle frente a las obligaciones de salud, de educación, medio ambiente, el Estado vuelve a emitir nuevas emisiones de bonos. El poder adquisitivo de los salarios ha caído en 48%, y la deuda externa del Estado alcanza ya  los  27.103 millones de dólares, equivalente al 44,9% del Producto Bruto Interno. (Banco Central,2015)  En otros tiempos, la deuda predominante se hacía con organismos multilaterales (Banco Mundial, FMI, BID) o con Gobiernos prestatarios, para grandes proyectos- Estos han sido desplazados por  los tenedores de bonos, que antes representaban  el   21% del monto total  y hoy ya constituyen al 37, 7%., de deudas internas y externas para cubrir los déficits del presupuesto.

De alguna manera, el modelo terminará anulando la soberanía. ¿Podrá nuestro país, mantener permanentemente excluido a los dominicanos  del bienestar y del empleo, y financiar un modelo que tritura a la nación con préstamos internos y externos? Llega un momento que estas políticas colapsan vertiginosamente.  Ni el mandato de las Naciones Unidas ni la ayuda internacional  ni las distintas ONG convertirán a Haití en un país rico. Sin recursos apreciables, sin capital humano, sin instituciones y completamente entregado al asistencialismo internacional, Haití seguirá gravitando negativamente en la sociedad dominicana. En ese marco, si cuando menos se aplicara la Ley de Protección al mercado laboral dominicano es decir, que el Gobierno no hiciera nada que perjudique al país, tuviéramos razones para la esperanza

Algunas sociedades han aprendido de sus fracasos. La historia ha estado presente para ilustrar permanentemente con el  ejemplo de un pasado llenos de claudicaciones y caídas.  Los dos líderes más importantes del siglo XX, Juan Bosch  y Joaquín Balaguer rechazaban  el endeudamiento externo, porque vivieron en carne propia la desaparición del Estado en 1916. Los discípulos, al parecer,  han olvidado las lecciones de sus maestros. O, quizá, algo peor:  han decidido traicionarlos.

 

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