OPINION: Distorsionar la información, un hábito demócrata

De nada serviría que nos dispusiéramos a criticar la falta de objetividad de los nóveles -aunque no necesariamente jóvenes- comentaristas que hoy pululan en los medios de comunicación. Pero lo cierto es que estamos en presencia de una legión de gente que genera opinión sobre cualquier hecho y que evidentemente, no ha investigado su veracidad con el rigor que demandan las circunstancias.

 

Supongo que la culpa de esta “degradación” en la calidad de la información servida, se debe a la masificación de los medios, en especial los electrónicos y al auge del computador en particular. Hoy día, la información está a la mano de cualquier persona y así mismo, está en las manos de cualquier persona su difusión, alteración y descomposición.

 

Para tener una idea de cómo están las cosas en materia de compartir la información, démosle una miradita a los comentarios que hace el público lector, a los artículos publicados en los medios digitales escritos. Resulta alienante la lectura de esos comentarios, en gran parte intolerantes, y hasta indecentes. Pero debo reconocer que dichos comentarios, vienen de la gente común -afectada por los diferentes tintes partidarios- no de los articulistas en función de informadores. En ocasiones sin embargo, algunos de ellos aportan ideas que enriquecen el debate.

 

Aunque son los jóvenes -supongo yo- los que muestran mas pasión en la interpretación y difusión de los hechos, no son ellos los únicos culpables de la continua desinformación que se nos sirve diariamente a los consumidores de radio, TV, periódicos, revistas y redes sociales. Ni siquiera son los mas dañinos, porque su condición misma de emergentes, hace que su influencia en las personas que los leen, no llegue a alcanzar la categoría de orientación, como era antes.

 

Recientemente y en conexión con las elecciones presidenciales de noviembre, los consumidores que pagamos el servicio de cable e internet recibimos como hechos reales, toda clase de conjeturas e interpretaciones de escenarios que al final resultaron totalmente desvirtuados. Durante meses, fuimos bombardeados con amañadas “encuestas”, que describían una situación inexistente.

 

Y lo peor aún, esos bizarros razonamientos nos llegaron de boca -y de la pluma- de veteranos comunicadores que suponíamos mantenían el hábito de investigar siempre, antes de emitir juicio de valor. Claro, nosotros no alcanzábamos a entender que todo era parte de una trama para posesionar a uno de los contendientes, a la candidata demócrata, bautizada por el público como “la dama de la guadaña”, en alusión a su macabro desempeño como canciller de Barack Obama.

 

Algo mas tétrico aun; el ícono del comentario político de CNN durante los últimos cuatro lustros, John King, nos dejó perplejos al analizar las encuestas que a diario -según él- “hacía” la poderosa cadena de noticias y que sostenía -mas allá de toda duda- que Hillary Clinton no tenía forma de perder, frente a un Donald Trump que cada vez lucía mas seguro y convincente, agregamos nosotros.

 

También el liderazgo nuestro -digamos, los oficiales electos de Nueva York- nos mintieron; aunque, no sabemos si fue por ignorancia o por mala intención. Pero lo cierto es que los políticos del patio -el patio nuestro- exhibieron un desconcertante y pasmoso desconocimiento, de la forma como opera el sistema electoral en el que ellos mismos han hecho carrera.

 

Sin temor a equivocarme, afirmo que no hubo un solo político de los nuestros que entendiera a plenitud, cómo funciona el Colegio Electoral. Y ello se deduce de la desbocada campaña que hicieron para que los votantes creyeran que la Clinton -que  lucía imbatible en el voto popular, por el apoyo que tiene en California y Nueva York- tenía asegurado su escritorio en la Sala Oval. Es como si ellos creyeran que la presidencia se gana con el voto popular y no con 270 votos electorales.

 

Sin embargo, reconozco que ese comportamiento por parte de los candidatos locales, era el que “mas convenía a sus débiles candidaturas partidarias”.

 

Explico esta última afirmación: los candidatos demócratas a los puestos menores en Nueva York, siempre supieron que sus candidaturas no alcanzaron ni el 10% de los votos de su partido en las primarias y que en unas elecciones generales -donde tanta gente participa- literalmente, cualquier cosa puede suceder. Es un hecho comprobado: en Nueva York, los candidatos demócratas solo consiguen en las primarias, entre 3% y 5% de los votos registrados en las elecciones generales.

 

Eso es lo que justifica la insistencia en el pedido a los votantes: “vota en la línea demócrata desde arriba hasta abajo”. Ellos buscaban y consiguieron, ser arrastrados por el empuje de la candidatura presidencial, nunca por la solidez de sus liderazgos.

 

Pero volvamos al punto de partida. El objetivo no es dilucidar las maniobras de los demócratas, los mas hábiles en mañoserías electorales. Ni tampoco analizar a profundidad el inexplicable desconocimiento -por parte de la maquinaria demócrata y de nuestros políticos- de las implicaciones que se desprenden de saber que el día 8 de noviembre, en Estados Unidos no hubo una elección sino, 51 elecciones, independientes y nada vinculantes unas de las otras en lo que a resultados se refiere.

 

Lo que quiero resaltar realmente, es la debilidad (o talvez la mala intención) de ciertos analistas y políticos nuestros -tanto fuera como dentro del país- cuando de conocer e interpretar la Ley Electoral americana se trata.

 

Lo primero es establecer que no existe en Estados Unidos una Junta Central Electoral como en Santo Domingo sino, 51 “Juntas Provinciales” independientes -que son los 51 Board of Elections de cada estado, mas el Distrito Columbia- y que éstos actúan, repito, de manera independiente, cada uno de los demás.

 

Lo segundo es saber que el Colegio Electoral no es una estructura física, ni tiene un recinto específico donde seccionar. Generalmente lo hace en el Capitolio de cada estado, de manera simultánea y a partir “del primer lunes que sigue al segundo miércoles de diciembre”, ratificando los resultados obtenidos en noviembre y entregando las actas firmadas al Secretario de Estado del estado en cuestión. Luego de ello, los estados tienen hasta el 28 de diciembre -como dice la ley- para enviar los resultados al Congreso en Washington, por vía del Archivo Nacional.

 

Finalmente, el día 6 de enero, el Congreso se reúne para verificar los votos electorales de cada candidato, proclamar el ganador y tomarle juramento dos semanas después, el 20 de enero.

 

Como se puede inferir, la prensa en general y las cúpulas de los dos partidos políticos principales de esta nación, se confabularon para evitar el ascenso al poder de un personaje, que puede no ser todo lo democrático y convencional que esperamos los inmigrantes, pero que es a todas luces el mas “conveniente” de los que se presentaron a nuestra consideración en noviembre 8. El resultado es solo un Gobierno de transición, que no hará todos los cambios deseados, pero que si marcará el punto de retorno a lo que todos aspiramos: América grande y próspera de nuevo. Por eso estamos aquí.

jpm

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