OPINION: Debajo de cualquier yagua, tremendo alacrán
La autodeterminación de nuestro pueblo se ejerce en una isla densamente poblada. Nuestra soberanía se halla circunscrita al 66% del territorio de la isla de Santo Domingo; Haití ocupa el 34%, en un suelo brutalmente deforestado y empobrecido. Esto empuja a los haitianos a una embestida por los recursos marítimos y forestales de nuestro país. Pero la batalla no es sólo por el espacio geográfico, sino que se halla mediada, además, por la embestida de animosidades psicológicas que podrían ser el motor de un combate de grandes repercusiones.
Los conflictos entre los países pueden ser impulsados por el sentimiento de humillación de una nación que ha perdido toda la esperanza de redención en sus clases dirigentes; pueden ser promovidos por la angustia ante el porvenir, por ilusiones infundadas, por el miedo y el terror sin nombre que le produce a una población el hundimiento de su nación.
Son esas manifestaciones las que mueven el resentimiento que aparece estampado en el comportamiento de los haitianos. Entre éstos, el resentimiento se ha convertido en una fuerza social. Es el rencor de una sociedad que se imagina aún viviendo en los tiempos de la esclavitud, plagada de miedos y de odio racial. Porque entiende que su frustración y su miseria indecible son el efecto de un acontecimiento que aun cuando ocurrió hace doscientos años permanece vigente en su vida como un anacronismo.
El resentimiento del negro al mulato y al blanco, que lo ha llevado a encabezar matanzas raciales en varias etapas de su historia, y que introdujo la privación de los derechos fundamentales a las personas de raza blanca, en sus primeras Constituciones, ha inspirado a los apóstoles de la negritud, que fueron Jean Price Mars, Lorimer Denis y, su mejor discípulo, Francois Duvalier alias Papa Doc. Los haitianos viven su presente como una humillación. De haber sido la colonia más rica en época de los franceses, cuando estos fueron arrasados por la degollina, se convirtió en el país más pobre del continente.
La malquerencia se dirige, ahora, contra los dominicanos a los cuales hay que arrebatarles el bienestar. Hace poco más de cincuenta años, Juan Bosch, logró vislumbrar las circunstancias con la que hemos tropezado hoy:
Los dominicanos sabemos que a causa de que Haití está ahí , en la misma isla, no podremos desarrollar nunca nuestras facultades a plena capacidad; sabemos que un día u otro, de manera inevitable, Haití irá a dar a un nivel del cual viene arrastrándonos desde que hizo su revolución. En aquellos años finales del siglo XVIII y los primeros del XIX, nadie quiso invertir un peso en desarrollar, por ejemplo, la industria azucarera por miedo a las invasiones de Haití (O.C. T.XI, pág.202)
Tres son los factores en los que puede fundarse el resentimiento (Véase Marc Ferro: Le Ressentiment, París, 2000)
- El miedo que llevaría a una sociedad a la búsqueda de la seguridad;
- La avidez, la batalla por los recursos naturales que pueden hallarse en el territorio del vecino;
- Y, el orgullo, la búsqueda del desquite de una humillación recibida en un tiempo remoto.
En un pasado que sus historiógrafos califican de glorioso, los haitianos gobernaron como país invasor a la República Dominicana; suprimieron su Independencia e implantaron sus leyes y su dominio. El sentimiento de pérdida de poderío alimenta el resentimiento y la frustración. El odio anti dominicano une, define, congrega. El resentido descalifica la existencia de la República Dominicana. Imagina que ese período añorado puede volver; están esperando a Dessalines.
Buena parte de sus historiadores, en conciliábulo con historiógrafos anti dominicanos, han tratado de desnaturalizar la historia dominicana. Los hechos irrefutables , blindados por una documentación apabullante son que Haití suprimió la Independencia proclamada por Núñez de Cáceres en 1821; que nos obligó a pagar la de ellos en indemnizaciones a Francia; que arrasó con la educación, cerrando todos los centros de enseñanza y anulo las libertades del pueblo dominicano. Que el pueblo dominicano encontró su verdadera autodeterminación en el proyecto, iniciado por el padre de la Patria, Juan Pablo Duarte. Nuestra Independencia fue la obra de preservación nacional: el pueblo dominicano se envolvió en una guerra desigual y mortífera para salvaguardar su lengua, su cultura, su religión, su modo de vida, su identidad y de entronque histórico de pueblo hispanoamericano, mundo del cual formaba parte, como una formación nacional que antecede en dos siglos a la fundación de la colonia de Saint Domingue, que sirvió de pesebre, de lo que sería posteriormente, Haití.
En el teatro de los acontecimientos hemos visto plasmarse el resentimiento de hombres que se consideran reencarncaciones o espectros de de Jean Biassou, Boukmann, Mackandal y Dessalines; para los cuales la esclavitud aún no ha pasado. El pasado se halla más vivo que el presente.
Una cruzada de resentidos
En Washington, frente al Capitolio, habló una multitud de creyentes, una de esas reapariciones del pasado, el haitiano Joseph Makhandal, representante negro de la nación del islam ante Haití (31/10/15). El propósito del líder religioso es anular la Independencia dominicana de Haití para volver a una supuesta unidad anterior, que sería fraguada por el influjo del islam.
El motor de todo ese resentimiento se fundamenta en dos factores.
- La fuerza de un islamismo que se ha tropezado con el combustible de la humillación y la tentación de una aventura mesiánica. Las madrazas, escuelas coránicas y las congregaciones islámicas han servido de madriguera de los más despiadados terroristas. Se trata de una fábrica de mártires, sometidos, primero a un meticuloso lavado de cerebro que los hace desdeñar la vida terrenal, y los convierte en kamikazes, capaces de las más estrambóticas matanzas. Buena proporción de los argumentos Louis Farrakan y de otros gurús es manipular a los islamistas para ponerlo al servicio de sus planes perversos de sumarse a su proyecto y, desde luego, poder contar con sus montañas de dinero.
- El segundo lugar, el movimiento la nación del islam de Haití se apoya igualmente en el caucus negro. En la oración de Boukmann leída con mucha devoción se dice lo siguiente:
“Dios del hombre blanco promueve el crimen, Pero nuestro Dios solo hace actos de bondad. Nuestro Dios, quien es tan bueno,
nos llama a la venganza; Él dirigirá nuestros brazos y nos ayudará”
¿Podrán unos cientos, quizá miles de haitianos, organizados en las mezquitas que se diseminan en su territorio, llevar a cabo el grandioso plan de Louis Farrakan de suplantar el proyecto nacional dominicano, por una sociedad fusionada con la nación haitiana? Parece descabellado. Pero no hay que echarlo en el olvido.
En las redes sociales, nos tropezamos con videos insultantes, campañas de ultraje a la imagen de la República Dominicana, como la llevada a término por el grupo TNT (tomando nuestro territorio). O aquella plagadas de amenazas como la estruendosa campaña de SAM SE PAM y otras de igual jaez.
Vivimos en la creencia ingenua de que no tenemos enemigos. Considerar que no se tienen enemigos es una torpeza que suele pagarse caro. La primera dificultad es, pues, distinguir las operaciones del enemigo que trata de destruirnos. Que se empeña en desintegrar, pulverizar nuestra soberanía. Que se propone suplantarnos. Vivimos dentro de la máxima cristiana: “tú amarás a tu enemigo, y rezarás por él”. Nosotros, al colocarnos, al servicio del enemigo, al tratar de complacer al otro, nos hemos transformado en nuestros propios enemigos, omitiendo nuestros propios intereses.
Pero nosotros le atribuimos al otro cualidades que no tiene. Nosotros no podemos ponen en los otros una generosidad, una solidaridad y una entereza que no tienen. ¿Cómo nos mira ese otro? ¿Cuáles reacciones tiene ante nuestro porvenir? Es el enemigo que nos escoge, independientemente de nuestra actitud. Incluso si finjo ignorarlo, si me niego a admitirlo, no puedo evitar que actúe como tal. No podemos volvernos voluntariamente ciegos, ante una circunstancia en la que se juega el porvenir de nuestro país. Tras una campaña mentirosa e infame en las que se nos acusó de llevar a cabo una crisis humanitaria y se solicitó abiertamente la intervención internacional y el desmantelamiento del Estado de derecho, la República Dominicana, solicitó una disculpa por parte del Gobierno haitiano. . “No le pediremos excusas a nuestros torturadores·” Así se refirió a República Dominicana el Primer Ministro haitiano, Evans Paul.
El victimismo, la impotencia, la mentalidad de asistidos sociales, la postración, son el caldo de cultivo del resentimiento haitiano. Se suelen hacer cálculos fantasmagóricos. Pero , a decir verdad, no se le puede pedir a ninguna sociedad, y menos a la dominicana, que renuncie a su identidad nacional en nombre de la solidaridad con otro pueblo, que se aniquile en nombre de la fraternidad y de ideas piadosas que los haitianos desprecian brutalmente.
El mayor enemigo de los dominicanos es la ceguera. La primera reacción es disminuir la estatura del enemigo, considerarlo de poca monta. La ceguera nos lleva a ignorar al adversario; atribuirle nuestras propias percepciones; es una credulidad militante. Los dominicanos no quieren creer que todos estos movimientos lo hace un país que nos considera como su enemigo. No se denuncia el problema; se rechaza verlo.
¿Por qué tantas cabezas han permanecido ciegas ante el hundimiento de nuestra vida como sociedad? No quieren creer que una pequeña cuadrilla de personajes imbuidos de mesianismo pueda influir en nuestra historia. Olvidan que esos mismos enemigos nos han llevado varias veces ante una Corte Internacional; han logrado armar un conciliábulo de fuerzas en contra de nuestra soberanía; han obtenido varias victorias diplomáticas y mantienen en jaque a una buena proporción de comerciantes dominicanos. Para la plataforma de ONG pro haitianas en el país el pueblo dominicano no existe. Las únicas víctimas que hay que salvar son los haitianos.
Esta cruzada en la que se combinan el movimiento islámico y los apoyos de las comunidades negras estadounidenses, pasa del sentimiento de humillación al mesianismo. Une, congrega, empalma las emociones transformadas en energía política. La envidia se vuelve odio por la riqueza del vecino. El resentido tiene necesidad de presentar al otro, al odiado como un malvado. De ahí toda una práctica de emplear los estereotipos contra el país, para desacreditarnos y volvernos despreciables a los ojos del mundo.
No hay peor ceguera que negarse a examinar el problema. La ceguera de los dirigentes del Gobierno que creen que haciendo concesiones lograrían bloquear el ataque internacional haitiano. La ceguera de una parte del pueblo, al cual se le ha secuestrado las repercusiones del problema. La ceguera de los intelectuales, convertidos en militantes crédulos de la causa haitiana, y para los cuales el problema principal no es la destrucción de la República Dominicana sino el prejuicio anti haitiano, y enceguecidos por un discurso embrollado, algunos han llegado a creer que tienen las facultades taumatúrgicas para convencer a los haitianos de obrar con arreglo a las normas internacionales. Cosa que no ha logrado nadie. El pueblo que ha acumulado su gran sapiencia en proverbios y refranes, lo expresa de este modo “debajo de cualquier yagua, tremendo alacrán”.