OPINION: Bienvenida Tatiana
Hace apenas varios días recorrí seis cuadras en dirección contraria a la 139 street de Manhattan, para encontrarme con ella. El viaje en el tren D, del norte a lo más profundo del sur frente a la playa de Coney Island, por lo menos tomaría una hora.
Durante el prolongado viaje, atravesamos el mismo corazón de Manhattan hasta internarnos en lo más extremo de Brooklyn. De repente, es decir, sin percatarme, me sobrevino la manía o el trastorno de mi niñez; me sentía afectado por la ecolalia. Repetía una y otra vez su nombre: Tatiana… Tatiana, como si se tratara de un nombre que abrigaba algún suspenso, o un suceso por demás marcadamente trascendental.
De pronto vuelvo a la realidad; salgó del ensimismamiento. Hemos recorrido todo el subway horadando todo Manhattan hasta llegar al famoso Brooklyn Bridge (Puente de Brooklyn).
Hasta ahora no me había sorprendido ante tal artilugio arquitectónico. Me maravillo con esa obra que no sé si definirla como dantesca, por la aparente hipérbole de que se habla de un asunto con características de esperpento.
¡No había reparado en esto! Estoy observando varias vías: dos de norte a sur y viceversa donde la gente de a pie camina, trota o cabalga en bicicleta a la vez que transitan los vehículos; otra en dirección contraria a mi trayecto, que conduce al uptouwn, es decir, hacia la parte alta de Manhattan. En total, dos líneas ferroviarias donde el tren empalma con el subway, e igual número que completan las necesidades del más exigente de los munícipes que utilizan el servicio de la Autoridad Metropolitana de Transporte, (MTA), por sus siglas en inglés. ¡Sí que es deslumbrante!
Por fin, llegamos a la amplia plataforma de Stilwill, tomé un vehículo de dos dólares. Hay una serie de automóviles operados mayormente por indios (hindúes) que, desde aquella terminal, conducen al viajero al interior de las calles de Coney Island, próximo a la playa.
Una línea alimentaria como la que hace falta en el Metro de Santo Domingo; tarea que, por intereses, parecería no conveniente para algunos políticos, talleres de repuestos, de mecánica, sindicalistas del transporte, ni para los dueños de estaciones que despachan combustibles.
Penetro en aquel complejo habitacional que para mí conforma un virtual gueto. La puerta para abrirme paso a mi destino final, está entornada. Al fondo la veo a ella en una cunita que se balancea con pendular lento pero preciso.
La observo emocionado. Al nacer pesó más de diez libras y media, casi 11, al igual que su madre. –-Pamela quiero que abra los ojos. –Pa’, ella se durmió casi ahora y está “jarta”, me responde mí única hija que a duras penas habla el idioma español.
Aun así, con mucho cuidado tomo su cuerpecito tratando de acomodar bien su espalda. Le digo –mira a buelo, la mimo y apapacho; la “sanguluteo” para que despierte. En un momento, ¡bingo! ¡Abrió los ojos! No son rasgados o achinados como los míos. Tiene unos ojazos color marrón claro como los de su progenitor.
Abro tiernamente sus puñitos. Me pregunto si tendrá una espalda platónica. ¿Casi no tendrá cuello, como su bisabuelo y abuelo? En contraste con los demás órganos. ¿Estará dotada de manos pequeñísimas al igual que nosotros? Pero, por lo que observo tiene un poco de todo el mundo, la frente amplia; una suave y tupida cabellera. Tiene la tez más clara que su abuelo y, por supuesto, también será mejor parecida.
Su padre, nacido en Nueva York, desciende de los negros garífunas de Honduras. Esta es mí sexta nieta, y por lo visto está compelida a no discriminar a nadie, ni a temerle a los colores del entorno en que se desenvolverá. Pero ella tampoco será víctima de la incertidumbre e infelicidad. No hay tribunal ni malhadada retroactividad sentenciosa que la torne apátrida y/o cercene sus derechos elementales. Es casi seguro que será un ser libre de acoso xenofóbico y racista que tronche su futuro como ente nacionalizado.
Además, por lo menos me reconforta el que nunca tendrá-se supone-, la sensación de sentirse abandonada. Tampoco no estará sujeta al desaliento de entenderse huérfana de protección del Estado. No tendrá que emigrar por falta de oportunidades, y sólo por una muy poderosa e ineluctable razón, emprendería tan azarosa empresa.
Como otros de ascendencia dominicana, Tatiana no debió nacer en Norteamérica. Su ciclo de vida que apenas comienza, al igual que su hermanita y primas, tal vez debió evolucionar en Santo Domingo. Pero no es así, aunque su abuelo nunca pretendió establecerse en estos lares.
Otra vez, si no lo hace su madre, para evitar relaciones incestuosas, debo decirle que en su ser prevalece el ADN de una familia que ostenta un apellido de cierta sonoridad en República Dominicana. Pero tendré que informarle que el mío por parte de madre; el De León, al menos en las generaciones inmediatas, también se corresponde con la estirpe de una digna familia donde abundan los bailadores, músicos y antiguos pescadores. En su mayoría son tolerantes, sencillos, coherentes y sin malas artes con respecto a lo ajeno.
Ha llegado Tatiana, y sólo espero que encuentre la oportunidad de superarse. Albergo la esperanza de que no sea motivo de mofas y acosos sicológicos (Hoy bulliying) de sus amiguitos acomodados al igual que aconteció en otros tiempos con su abuelo, sólo por provenir de un hogar y barrios humildes como Villa Francisca y Borojol donde, para algunos, hoy muy distantes de la honestidad, en ellos abundaba la corrupción, delincuencia y malas reputaciones.
Bienvenida Tatiana. Y en honor a algunos de tus ancestros profundamente cristianos voy a desearte lo que no recuerdo haber invocado en mi pubertad: Dios te bendiga.
jpm