OPINION: Bibliotecas Alto Manhattan carecen de literatura dominicana (1 de 4)

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El autor es costumbrista, investigador histórico y comunicador. Reside en Nueva York.

Por SERGIO REYES II

El sector de Washington Heights, en la parte norte de la isla de Manhattan, en la ciudad de New York, se ha caracterizado por la imponente presencia de un alto número de inmigrantes de origen dominicano, quienes han establecido su impronta y sello personal en múltiples facetas del diario vivir, entre las que destaca el comercio, las artes, la política vernácula (tanto a nivel local como insular), el deporte, el negocio del entretenimiento y el quehacer social y comunitario.

Esa sólida presencia ha sido lograda a partir del trabajo tesorero que, por décadas, ha venido realizando una serie de líderes naturales que levantan en alto sus raíces culturales, manteniendo presente en el día a día los lazos indisolubles con la Patria, sus costumbres y tradiciones, estimulando entre los miembros de las segunda y tercera generaciones el apego a una Nación y una idiosincrasia que, por momentos, apenas se vislumbra como un espejismo envuelto en la nebulosa de la lejanía.

Las fachadas de las bodegas, restaurantes, centros de diversión y compañías de envíos de valores y paquetería, ostentan con orgullo los nombres de lugares y jornadas épicas que rememoran el lugar de procedencia de sus propietarios. Bases de taxis, grandes avenidas, plazas, equipos deportivos de diferentes disciplinas, bustos venerandos, escuelas, centros de salud, instituciones de capacitación y adiestramiento, exhiben los nombres de los patricios, prohombres, mártires y heroínas que ofrendaron la vida en aras de la Patria y la nacionalidad.

… Y vigilando celosamente esa latente presencia, la comunidad dominicana cuenta con entidades culturales, de índole histórica y de vocación patriótica, que se hacen sentir en todos los espacios en donde sea necesario, para mantener vigente en el seno de la diáspora la llama ardiente de la dominicanidad.

No obstante, a pesar de lo dicho hasta éste párrafo, es penoso hacer constar que, tal y como ocurre con una considerable porción de la población en el presente, en ciertos núcleos de nuestra gente prevalece un voraz afición, con señales claras de adicción, al uso y manejo de las redes sociales fomentadas por la tecnología de corte modernista, lo que les sumerge en interminables jornadas de juegos, entretenimientos, conversaciones y paliques que muy poco o ningún beneficio aportan al intelecto, al desarrollo y a la superación personal.

El culto a los libros y la investigación documental se avizora como cosa del pasado y, por lo general, entre los jóvenes de hoy se nota un mayor interés en tener acceso a la más reciente versión de un vídeo juego o la pieza musical de una destacada figura del Reggaetón o del merengue de calle (por solo mencionar un género), antes que entrar en conocimiento de los valores y virtudes de una obra clásica o la última producción de algún laureado escritor contemporáneo.

Ésa realidad, penoso es decirlo, es la que podemos percibir a diario en las tremerías del circuito de bibliotecas públicas de la ciudad de New York, y de manera especial, en aquellas unidades que se encuentran enclavadas en diferentes lugares del Alto Manhattan, así como en lugares específicos de El Bronx, Brooklyn o Queens, en donde tiene mayor incidencia la población hispana y, para el caso que nos ocupa, la de ascendencia dominicana.

Un simple vistazo a los estantes atiborrados de publicaciones nos arroja en la cara, como vergonzoso aldabonazo, el hecho de que, a pesar de que casi todas las unidades cuentan con una considerable cantidad de obras en idioma español, en secciones y espacios expresamente creados y señalizados al efecto, con honrosas excepciones es casi insignificante la presencia de obras de autores dominicanos o de publicaciones oficiales diseñadas para promover a la Patria y sus virtudes en el exterior.

Además de dejarnos sin aliento, esta bochornosa realidad nos deja martilleando en el cerebro una urticante inquietud por saber de qué han valido tantos reconocimientos y premiaciones, tantas jornadas culturales desarrolladas año tras año con bombos y platillos, tantas entidades creadas de manera expresa para promover y difundir la dominicanidad entre los integrantes de la diáspora y, lo que es peor, tantos recursos oficiales invertidos en mantener consulados, agregados culturales, Institutos, centros y casas de cultura, Comisionados, concursos literarios y otras múltiples vías por donde se escurren los recursos del erario público y el aporte de los contribuyentes si ni siquiera hemos sido capaces de colocar en las tramerías de las bibliotecas de Washington Heights una pequeña muestra del vastísimo acervo cultural del que vivimos ufanándonos a diario, repitiendo como papagayos una verdad que sólo será tal cuando la ostentemos en la práctica, con orgullo y dignidad, …Y sin tanta estridencia ni hipocresía!!
(Seguiremos con el tema).

JPM

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