Odebrecht, 12 apóstoles y 7 pecados capitales

En una alegoría de arte, si miramos el cuadro de la Última Cena y lo comparamos con la imagen del Consejo de Gobierno, el Primer Mandatario en el centro de la mesa, -aun sin barbas- representaría la sagrada figura de Jesús. Pese a que el presidente advirtió en un discurso sobre el mal de la corrupción, al parecer no fue suficiente, porque la manzana del soborno llevó a los “apóstoles” (como Eva) a morder esa fruta prohibida.

 

Según una fuente de crédito incuestionable, una decena de opulentos apóstoles (incluyendo del Poder Legislativo) están supuestamente en el listado de los sobornados por la Odebrecht. Y al parecer, ya no bastaría con echarlos del paraíso por sus pecados capitales, porque  dicen que para la gente merecen el infierno de la cárcel. Otros plantean que el viaje a Brasil del procurador es un tiempo perdido, porque el listado hace varias semanas que está en sus manos.

 

Para muchas personas cercanas a los apóstoles, la revelación de sus nombres no será una sorpresa, ya que “el  pasajero se conoce por la maleta”. Y más cuando en vez de ropa carga dólares. Se sabe que de los mencionados algunos actuarán como víctimas y otros como chivos expiatorios, para cubrir de esa forma reputaciones. No faltan quienes en su estado de nervio amenazan con hablar si les ponen el uniforme de rayas de los presidiarios. “Si yo caigo, se derrumbarán otras fichas como en el dominó”. Dicen con voz de miedo.

 

RAÍCES Y CARACTERÍSTICAS DE UN MAL

 

Sin embargo, prefiero profundizar en las causas reales de la descomposición de las instituciones partidistas y del fenómeno que presenta Latinoamérica como un espacio de corrupción. Los sobornos de la Odebrecht ahorran palabras, muestran la llaga de una clase política sin pudor en la piel ni en el alma, que les importa cometer todos los pecados capitales, porque cuenta con aliados como la impunidad.

 

Estudios académicos plantean hipótesis en el sentido de que algunos partidos del sistema son asociación de malhechores, donde se lava y se plancha el dinero de los contribuyentes y de otros que no contribuyen con el erario pero que les sobran los pesos de sus fechorías. Los procesos electorales son la factoría que emplea la mayor cantidad de obreros del clientelismo.

 

Casi todas las revoluciones o cambios políticos comienzan como grandes ilusiones y terminan como grandes frustraciones. El caso dominicano es un ejemplo elocuente. En el año de 1996 la sociedad nuestra inició un sueño, hoy en el año 2017, ese sueño es pesadilla. Las cosas que se les criticaron a Balaguer son en la actualidad las mismas o peores. Los moralistas (¿esta palabra procede de morado?) que se asqueaban de la corrupción roja y blanca, la han teñido del color de la amapola. Para no decir del color de las amargas y casi podridas berenjenas.

 

PECADOS CAPITALES

 

En la escena política de República Dominicana, los siete pecados capitales que más resaltan son: ambición, codicia, gula, soberbia. Yo sumaría corrupción, soborno e impunidad. Como la cosa pública parece no tener dueño, se llega a un nivel de la ambición, de deseo insaciable de dinero, que aún no cabiendo las papeletas en las cajas o armarios donde se guardan o se esconden, los hambrientos funcionarios o legisladores quieren más y más. Entonces se convierte en gula, en avaricia sin freno.

 

Esos glotones de las arcas públicas terminan enfermos, ven dinero hasta en la sopa, con la angurria y el exagerado apetito de los personajes “Gargantúa y Pantagruel”. Aquellos gigantes e insaciables glotones  de la novela clásica de François Rabelais (1494-1553). Esa obra literaria recuerda a estos desmedidos que, no ocultan las ansias de poseer y adquirir fortuna, para atesorarla como si trataran de  levantar en la playa castillos de arena cada vez más altos, sin pensar en el riesgo de que las olas de indignación del pueblo se los derrumben.

 

Con el pecado capital de la soberbia, los funcionarios o políticos, envueltos en la túnica púrpura de sus mediocridades, se transforman en el poder en otros seres humanos, que olvidan a sus amigos más íntimos, ven con desdén a sus ex compañeros de aulas, se mudan del sector donde siempre vivían y levantan caras residencias a la altura de sus bonanzas y vanidades.

 

Pero hay que escucharlos en las entrevistas donde hablan con arrogancia de sus esfuerzos para progresar. Esas mentiras o disfraces aparecen en sus declaraciones juradas como símbolos de una vida dedicada al sacrificio y al ahorro personal. ¡Cuánta ironía!, porque hacen lo contrario en sus cargos, que los mandamientos de moral enseñados en el catecismo de su partido.

 

Lo extraño es que, el nuevo millonario, es el único con suerte dentro de su familia, cuyos hermanos, sobrinos, primos o cuñados, muchas veces a penas logran conseguir un empleo. Son dichosos y organizados al ahorrar, porque lo guardado del erario es suficiente para vivir con suprema comodidad los años que les quedan de existencia.

 

Nunca en nuestra historia política un grupo de dichosos había acumulado tanta riqueza y había dado muestra de un afán desmesurado de glotonería. Están embriagados con el dinero como si fuesen alcohólicos de los recursos del Estado. Se puede decir que en el ámbito de América Latina constituyen una clase aparte que ha roto todos los parámetros de la plutocracia (gobierno de los ricos). Ellos como servidores, se han servido mucho más allá de lo imaginado.

 

SOBRAN PRUEBAS

 

Pero la prueba de mayor contundencia de esta verdad es que, no pueden ni esconder ni disimular su extraordinaria fortuna. La riqueza se exhibe en las marcas de sus zapatos, en los trajes que visten, en las corbatas, en los lugares que se divierten, en los vinos y otras bebidas de sus borracheras. Los “cuartos” se ven en las amantes que visitan “a lo claro”. Muchas de las cuales viven en apartamentos donados por sus adorados apóstoles. El dinero que le sale del bolsillo se malgasta en ropas y lujos para sus adoradas “queridas”.

 

Los recursos de un pueblo pobre sin medicina ni comida, se disipan en los constantes viajes que realizan a nombre de su institución. Las riquezas que ellos poseen y no disimulan, se aprecian hasta en el diezmo que dan en la iglesia y en las limosnas que regalan a los impedidos. Es increíble, así como la pobreza se muestra a los ojos de todos, igualmente la riqueza mal habida es un escándalo social que toda la gente aprecia indistintamente escandalizada.

 

Nada obra para mal. La Odebrecht es la marca mayor, es el PARE que la sociedad dominicana hace años necesitaba colocar frente a los políticos gobernantes. La marcha del 22 de enero fue el principio de un final. Quienes no lo creen así, que recuerden que el inmenso Mahatma Gandhi, aquel hombre pequeño con menos de 115 libras de peso, venció  con sus luchas pacíficas al imperio más poderoso del mundo. Los apóstoles del dinero y todos sus pecados capitales, esencialmente la avaricia, la soberbia y la impunidad, serán  igualmente derrotados.

leonelmartinez3000@gmail.com

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