Obstáculo epistemológico

 

 

En nuestro medio es común escuchar que se habla de líderes tradicionales, de partidos políticos tradicionales, de la religión tradicional, como refugios en torno a los cuales se aglutina la mayoría, los que no se arriesgan a explorar qué existe más allá del entorno en que nacieron, crecieron y se han desarrollado.

 

Parece cómodo para los integrantes de estas masas aferrarse a los paradigmas del medio, a pesar de la rigidez de los mismos y de su tenaz resistencia al cambio. No solo se conforman con lo que tienen, sino que lo creen suficiente para satisfacer sus aspiraciones y que les proporcionan la seguridad y tranquilidad interior que ambicionaban.

 

Esta actitud, propia de nuestras mayorías, genera lo que ha sido llamado

“obstáculo epistemológico”, que es considerado como la gran paradoja o hasta ironía del pensamiento humano.  Esto es, que el conocimiento que se posee se convierte en obstáculo para la adquisición de nuevo conocimiento, en virtud de que se piensa que no existe nada más o de que lo que se posee es lo mejor.

 

En pocas palabras, los conocimientos e ideas acariciadas y arraigadas internamente se llegan a valorar tanto, que se convierten en obstáculo o resistencia a la posibilidad de nuevos saberes, sobre todo si parecen muy revolucionarios o contradicen aquellos que ya se poseen y a los que se está ligado afectivamente.

 

Pero hay más, las personas afectadas por el obstáculo epistemológico y los paradigmas no procuran ofrecer resistencia a las nuevas ideas mediante la defensa razonada de las ideas propias, sino que  están en la disposición de llegar, incluso, a la violencia como forma de impedir que las nuevas ideas se conozcan, sean aceptadas y se difundan.

 

Fue el pensador francés Gastón Bachelard (1884-1962) quien primeramente describió lo que denominó “obstáculo epistemológico”. Su intención fue identificar y poner de manifiesto elementos psicológicos que impiden o dificultan el aprendizaje de conceptos revolucionarios al interior de las ciencias.

Dichos elementos están presentes en todos los sujetos que se oponen y enfrentan a nuevas realidades sobre las que no tienen referencias directas.

Frente a los grandes cambios sociales, económicos y culturales  experimentados en nuestro país en las últimas décadas, no parece lo más razonable responder con el obstáculo epistemológico o prejuicios radicalizados. Pero tampoco es sensato permanecer impasibles. Lo ideal es procurar un enriquecimiento epistemológico mediante la apertura intelectual, dejando atrás los mitos y prejuicios.

No se justifica poner limitaciones o impedimentos al conocimiento de nuestras realidades. Tampoco procede inducir creencias en falsedades con el apoyo de la influencia de los medios de comunicación.

Las personas deben partir del conjunto de ideas propias acerca de cómo y por qué las cosas son como son en nuestro medio y tener la oportunidad de explorar nuevas posibilidades, espacios, conocimientos y discursos.

Mientras más se estimule el uso del intelecto y el sentido común en nuestra población, mayores serán nuestros logros como país, porque quienes nos dirigen se verán estimulados y hasta obligados a manejarse con pulcritud y emplearse a fondo para  lograr resultados óptimos.

jpm

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