Nostalgias de la calle El Conde
Las dos columnas iniciales dedicadas a rememorar El Conde que conocí en mi niñez, adolescencia y adultez temprana, han generado un real entusiasmo entre los lectores. Algo que atribuyo más al mérito del tema, que arropa las vivencias de varias generaciones, sensibles a la pérdida lamentable del encanto que encarnó esa vía -en su momento centro comercial por excelencia, glamorosa pasarela social y nervio político de la nación. La arquitecta Risoris Silvestre -hermana de nuestra inolvidable Sonia, profesora de historia de la arquitectura y especialista en conservación de monumentos- y Kin Sánchez, coordinador cultural del Clúster Turístico de la Ciudad de Santo Domingo y connoisseur de su historia, me comunicaron su disposición a integrarse al recorrido virtual (y real) por la calle El Conde. El doctor Andrés Lugo Vizcaíno, oncólogo eminente, me remitió desde su celular un breve mensaje: «José, apúntame». La doctora Milqueya Portes, una destacada profesional ligada a la industria farmacéutica y al Club Rotario Internacional, me refirió: «Viví en San Carlos, pero mi padre vivió por muchos años en la Hostos donde luego estaría el Hotel Comercial. Posteriormente vivió en la Padre Billini y el paseo obligado de mi niñez, adolescencia y juventud fue El Conde. ¡Cuántos recuerdos hermosos!» Pero la primera nota de nostalgia que me llegó el sábado 12 de abril por email fue la del querido compañero de aula del Liceo Juan Pablo Duarte, César Pina Toribio. «José: Como espero una saga de tu cartografía sentimental de El Conde, no te enrostro nada, sino que echo de menos la mención de la Librería Amengual. Primero en la acera norte, y donde gracias a los paseos matinales con mi inolvidable madre, me encontré con la magia de los libros y la lectura. El periplo empezaba por donde Macalé, junto a la barbería de El Chino Lora, mi primer peluquero, amigo de mi familia materna desde Santiago, hasta ese mundo mágico de la Amengual. Mi madre, gran lectora, se apertrechaba allí de las revistas de la época. Para ti, Ellas, Carteles, Romances, O'Cruceiro, sin olvidar Selecciones del Reader Digest. Entonces a mi me correspondía la mágica Billiken y los libros biográficos de la misma editorial, donde encontré a mi primer José Martí, personaje que sigue seduciéndome todavía. Luego, al mudarse a la acera de enfrente, fue la época de los «paquitos», tanto los de westerns, como vino a decirse luego, como los de Vidas Célebres, Vidas Ejemplares y Leyendas de América. Entradas primeras de lo que terminó siendo pasión por la lectura y por los libros. Ya en El Conde pos-trujillista, con las tertulias intelectuales del Jai Alai y el Sublime, estaba la librería de Antonio Lockward, en el zaguán de donde también funcionaba un colegio de la familia (si no recuerdo mal), donde semana por semana íbamos a buscar las nuevas ediciones de Neruda y de Guillén y los textos que nos acercaban a las ideas avanzadas de la época, marxismo incluido. Yo, que vivía bastante lejos de El Conde para la época (Villa María y sus cruces), no tenía mayores fiestas que ese paseo eterno que agotó mis años entre los ocho y treinta y tantos. Dejo sin comentarte, para no alterar tu línea memorial, los cines y los primeros encuentros con películas y actores.» Otro correo provino del amigo Luis José Américo Prieto Nouel, ingeniero electromecánico y presidente de la Academia Dominicana de Genealogía y Heráldica, un consagrado estudioso de la historia de las familias dominicanas. «Hola José: Disfrutamos mucho, mi esposa Gloria Villegas y yo, tus escritos semanales y todo lo que nos recuerda la zona colonial. Ella porque es hija del Dr. Víctor Villegas y nació en la cuesta de la Hostos dos años después que tú, y estudió en al Serafín de Asís, todos sus años de escuela. Yo como sobrino nieto de Américo Lugo, aunque no nací en la zona, mi abuela, la mamá de los Prieto Peña, si vivió en la Macorís y en la Arz. Portes 80. Mi papá siempre trabajó en la zona desde su llegada de San Pedro de Macorís en el 1933, a la muerte de su padre español de León. Con 16 años empezó a trabajar en el Royal Bank como mensajero, luego fue tasador en Dargan & Co., desde allí fue llevado a Kettle, Sánchez y Co., donde trabajó toda la vida. Con su compadre don Rafael Sánchez Cabrera, con su otro compadre, mi padrino don Máximo Valdez y con don Calixto Guerra y otros compañeros. Mi padre conoció a mi mamá aquí en la capital en una de las fiestas de la zona y se casaron en Puerto Plata en 1945 y hasta allí fue su otro compadre don Fello Esteva, padrino de mi hermano Guillermo. Mi madre vivía en la capital cuando venía de PP en la casa de Américo Lugo y Lolita Romero y después de casarse se mudaron a la vieja casona de la Bernardo Pichardo y allí nacimos los hermanos Prieto Nouel, seis varones que estudiamos en el Colegio Santa Teresita de la José Reyes con las profesoras Minetta Roques, Ita Roques, Lourdes Roques, Tatá Báez de Roques, Toñita González de Roques, Lesbia De Soto, doña Gracita, doña Idalia, doña Evalina Cambero y su hermana, la teacher Hernández, y el inolvidable chofer llamado Papito. Hicimos la primera comunión entre el Convento y Regina Angelorum. Quién no se acuerda de esos desfiles que hacíamos caminando todo El Conde a pie. La visita al periódico El Caribe, el juramento a la bandera todos los días usando de podio el rellano de la escalera frente al patio. Comprábamos los zapatos en La Parisien, la tienda de don Tomás Alonzo, a la que mi madre llamaba por teléfono y nos enviaba dos docenas de zapatos para que nos midiéramos los que nos sirvieran a los seis varones. Y nuestra ropa de niños era comprada donde doña Teresa en la Aguja de Oro. Cómo olvidar los cines de la zona: el matinee en el Olimpia, la vespertina en el Leonor o el Santomé en El Conde, y en la noche la tanda de los grandes en el Rialto y ver la película desde el tercer piso. Luego las tandas del Elite los domingos en la mañana o los cine fórum del Lido cuando era decente. Cuando conocí a Gloria en la Universidad, como ellos vivían en la José Gabriel García esquina Pina, me hice asiduo de la ciudad colonial. Íbamos a misa del Convento los domingos caminando la Padre Billini antes de ir al cine o podía ser en la tarde y después pasear por el malecón, comernos un hamburger de los Imperiales o un helado de los Capri. Más tarde, cuando mi papá nos prestaba su carro, íbamos al cine y terminábamos comiendo sándwiches en Dumbo o en la barra Payán. Tiempos estos que terminaron casándonos en el 1973 en la Catedral, Primada de América, donde también fueron bautizados nuestros hijos, y hasta mis nietas gemelas en la capilla del Santísimo donde fue testigo su tatarabuela Clemencia Bobadilla de Nouel, quien está enterrada en el piso. Como genealogista que soy, he visto lo copioso que es tu árbol genealógico y comprobé que todo lo que dijiste en el artículo de hoy es correcto y por eso me inspiré a escribirte. Somos lasallistas aunque no me acuerdo de ti en el colegio. Nosotros vamos a cumplir 50 años de graduados, somos de la promoción del 1965, la que nunca se graduó por la revolución. Un abrazo hermano, y espero que sigas deleitando a todos con tus escritos que nos traen tantos recuerdos siempre.» Otro mail, de Federico G. Read, observa ausencias notorias: «De veras que tus descripciones contienen muchos detalles interesantes. En el curso de la semana le hice un comentario a mi esposa que no recordaba que hubieras mencionado al Colmado ELAH, ni a la tienda de dulces importados Mickey Mouse. Creo que estuvieron donde luego se construyó el Panamericano y en el sitio del edificio contiguo, respectivamente. En la intersección de la calle 19 de marzo con El Conde donde se instaló la tienda de relojes japoneses, creo que Orient (Casa Tonos?), operaba un restaurante-bar llamado El Moroquito, de un Sr. de apellido Cohen. Que por cierto poseía un vehículo con todos los adornos imaginables que existían para esa época. Ese sitio era visitado todas las tardes por un señor inglés y su esposa, para tomar cerveza y fumar su pipa como hasta las 7 p.m. Al extremo de que creo que Príamo Morel le dibujó una caricatura que se exhibía en el salón del local. Donde hoy opera el estacionamiento del ADN, había un edificio colonial en el que se instaló un colmado moderno para la época llamado La Estrella de España.» Alvaro Belmar, un buen amigo chileno experto en informática matrimoniado con Maritza Pellerano, escribió para recordarme: «Hola José, usualmente leo tus relatos en Diario Libre. Este sábado me extrañó que en 'Érase una vez El Conde' no mencionaras El Roxi. Sitio en el cual 'tertuliábamos' creo por el último quinquenio de los 70, poco tiempo después de yo haber sido importado por IBM en el 72. Normalmente Alberto Perdomo Cisneros, Carlos Félix Gimbernard, Federico Perdomo (un arquitecto primo de Alberto), un muchacho historiador de apellido Santiago y el esposo de la prima de Gisela, entre otros que Alberto debe recordar con su memoria de elefante. Nos encontrábamos en la esquina de Flomar y a las 12 enfilábamos al Roxi, donde junto a unos tragos picábamos bolitas de queso y tostones decorados con 'cachú'.» El historiador era Pedro Julio Santiago Canario, un viejo compañero del Liceo Juan Pablo Duarte que residía entonces en la Abreu. Con quien bajábamos la Duarte hasta llegar a El Conde, para ocupar nuestros cubículos en el legendario Café Sublime, en la mesa capitaneada por Silvano Lora. Perucho trabajó con Sacha Volman en el centro de formación y documentación que operó bajo el gobierno de Bosch. Egresado de la Complutense de Madrid, se vinculó al Museo de las Casas Reales y al Archivo General de la Nación, en los que realizó trabajos de investigación y dirección. Fallecido en 1990, fue autor de obras escrupulosamente documentadas sobre historia colonial y editor de Casas Reales. Un hermano muy querido, con quien disfrutábamos El Conde, cuando era un hervidero de sueños libertarios.