No puede ser una iglesia complaciente

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.

La iglesia, conservando líneas de   timidez y falta de combatividad, pone el dedo en la llaga en el Sermón de Las Siete Palabras. Más que discursos destinados para abordar la situación eclesiástica, es un vistazo a los problemas nacionales que están debajo de la alfombra.

La pesarosa situación que se vive en los barrios, en la zona rural y en las áreas  que se encuentran en las orillas del sistema productivo y social, muy pocas veces trasciende en los medios de comunicación y en los análisis económicos. Más bien son notados cuando se desborda la violencia en torno a ellos.

Es positivo que la iglesia permita  a los comunitarios y a las religiosas,  que de viva voz ofrezcan el mensaje-denuncia sobre sus males actuales. Las soluciones están en otras manos, pero es vital y necesario que se haga el examen profundo de realidades que todos viven, y en muchas ocasiones se ahogan y silencian.

Los barrios marginales son canteros en la lucha de pandillas, en el micro-tráfico de drogas, en el ejército de la violencia callejera. Pocas acciones se toman para solucionar esos males, salvo la ayuda alimenticia y económica.

Pero se les deja abandonados a su suerte. En esa zona excluida que sólo sale en la prensa cuando se vierte sangre, no hay servicios sanitarios, hay pocas aulas escolares disponibles, lo que multiplica la deserción escolar.

Son espantosas las estadísticas de las niñas embarazadas y de las madres solteras. No hay trabajo, el chiripeo es una forma normal de ganarse el pan diario. Los que se cobijan en techos de cartón hacen sus necesidades a cielo abierto, dando paso a que se desaten los brotes infecciosos.

La iglesia católica tiene representación en estos sectores. Sus curas y fieles viven allí, es uno de los pocos estamentos de la sociedad dominicana que tiene contacto permanente con la marginalidad y el abandono extremo. De ahí que no se justifica que en muchas ocasiones esté de espaldas a  buscar soluciones a estos males ancestrales.

Hora es de qué se levante la voz  de los que dicen representar a los humildes, para que se busquen soluciones a sus problemas centrales. Para el humilde  sus cadenas se comienzan a romper con garantías de comida, de asistencia médica, de educación y del sacrosanto derecho a la vida.

No puede haber una iglesia que sea complaciente, que calle, que voltee la cara y que cierre los ojos para no ver realidades lacerantes. El mensaje cristiano tiene que ser  de redención, de romper las ataduras que atan a los humildes  a una norma de vida intolerable.

jpm-am

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