Mitos y realidades en el discurso inaugural de Trump

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 
Los discursos inaugurales de los presidentes en la sociedad norteamericana están rociados con el perfume de las plantas que nacen por primera vez para competir en un mundo lleno de espinas, de contradicciones propias de las ideologías y de las aquiescencias que brotan de las bases de los partidos políticos, del encanto que producen los discursos de campañas y de la magia del propio candidato y luego erigido presidente de la nación más poderosa del mundo.

Esos mismos encantamientos son transmitidos al discurso de instalación del presidente, dándole con ello sentido de coherencia a los planteamientos expuestos durante la campaña, con lo cual se trató de seducir -y se sedujo- a amplios sectores de votantes, dentro y fuera del partido triunfante.

No obstante, las expresiones populistas cargadas de ilusionismo nunca faltan en las alocuciones inaugurales de los mandatarios y el presidente Donald Trump ni Ronald Reagan son las excepciones, ello así por aquello que describe Gustave Le Bon sobre la psicología de las masas, referido por Sigmund Freud: «La masa es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado. Pero, desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que los sentimientos provocan, puede, según las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende del modo en que sea sugestionada». Por eso, las masas deben ser alentadas con frases hermosas colmadas de fantasías. Alguien dijo que «Una sola fantasía basta para cambiar un millón de realidades».

Como prueba de lo expresado anteriormente me permito trasladar a este trabajo un párrafo de la disertación inaugural del presidente Reagan el 20 de enero de 1981. Veamos: «Oímos mucho acerca de los grupos de interés. Nuestra preocupación debe dirigirse a un grupo de interés que ha sido desdeñado durante demasiado tiempo. No conoce límites sectoriales o étnicos ni divisiones raciales y cruza las líneas políticas. Se compone de hombres y mujeres que cultivan nuestros alimentos, patrullan nuestras calles, trabajan en nuestras minas y en nuestras fábricas, educan a nuestros hijos, cuidan de nuestros hogares y nos curan cuando estamos enfermos: profesionales, industriales, tenderos, encargados, taxistas y camioneros. Ellos son, en pocas palabras, «Nosotros el pueblo», este pueblo conocido como los americanos».

El presidente Trump, en su discurso inaugural, recurre a un mensaje similar al de Reagan para seducir a los estadounidenses, pero introduce una ligera variante. Entre realidades y mitos washingtonianos éste manifestó:

«Sin embargo, la ceremonia de hoy tiene un significado muy especial. Porque no solo estamos transfiriendo el poder de una administración a otra o de un partido a otro, sino que estamos transfiriendo el poder de Washington y se lo estamos devolviendo a ustedes, el pueblo [realidad/mito].

Durante demasiado tiempo, un pequeño grupo de la capital de nuestra nación ha cosechado las recompensas del Gobierno, mientras que el pueblo ha pagado los costos. Washington floreció, pero el pueblo no compartió su riqueza» [realidad].

A pesar de que muchos estadounidenses situados en la clase media baja y baja inmigrante, la mediana clase media blanca caucásica, negra y asiática o amarilla en los Estados Unidos, entusiasmados por el discurso de Hilary Clinton, que aparentaba favorecerlos utilizando una prosa política y social cautivadora que no pudo materializar su ascenso a la Casa Blanca en razón de la estructura electoral existente que contradice la democracia norteamericana, los asesores de Trump estudiaron muy bien los disgustos de ciertos sectores importantes de la sociedad norteamericana contra los políticos. Observemos:

«Los políticos prosperaron pero los empleos se acabaron y las fábricas cerraron. La élite se protegió pero no cuidó a los ciudadanos de nuestro país. Sus victorias no han sido tus victorias. Sus triunfos no han sido tus triunfos y, mientras ellos celebraban en la capital de nuestro país, las familias en dificultades no tenían nada que celebrar» [realidad].

Los asesores de Hilary Clinton dieron por seguro el triunfo de la exsecretaria de Estado, por lo que no profundizaron en hacer un análisis del nivel de disgusto en aquellos estados conservadores compuestos por blancos en el centro del país y en ciudades como Detroit. Mientras que por el lado del candidato del Partido Republicano se pusieron a pruebas todas las posibilidades electores. Por eso el presidente Trump trajo sabiamente a la alocución inaugural parte de su discurso durante la Convención Nacional del Partido Republicano y así poder asegurar el respaldo a su gobierno del sector conservador y ultraconservador reiterándole su promesa:

«Los hombres y mujeres olvidados de nuestro país ya no lo serán. Ahora todos los están escuchando. Llegaron decenas de millones de ustedes para convertirse en parte de un movimiento histórico, uno como no se ha visto antes en el mundo. En el centro de este movimiento está la convicción crucial de que el país existe para servir a sus ciudadanos» [mito/realidad].

El presidente Donald Trump, quien maneja el lenguaje metafórico muy bien, aunque con cierta inelegancia, además, su figura y modales luce aplastantes, hasta el grado que pueden producir confusión o temor en determinados sectores de la sociedad y a nivel internacional. Sin embargo, en su disertación de toma de posesión exhibió una gran destreza política, aun no siendo un político de sacramento.

«Somos una sola nación y su dolor es nuestro dolor. Sus sueños son nuestros sueños y sus éxitos serán nuestros éxitos. Compartimos un corazón, un hogar y un destino glorioso. El juramento que hoy hago es un juramento de lealtad a todos los estadounidenses [mito].

Durante muchas décadas hemos enriquecido la industria extranjera a costa de la industria estadounidense, hemos subsidiado a los ejércitos de otros países mientras permitimos que el nuestro quedara tristemente mermado» [mito].

Contrario a esta declaración del 45 presidente de los Estados Unidos, las empresas multinacionales norteamericanas han logrado ganancias extraordinarias como resultado directo de la globalización. Diferente a esa equivocada percepción del presidente Trump, han sido los obreros norteamericanos quienes han sufrido. De aquí lo del mito.

Frente a este discurso del presidente Donald Trump, del Partido Republicano, el periodista estadounidense del New York Times y reportero de seguridad nacional, ganador del premio Pulitzer de periodismo en 2009, Eric P. Schmitt, escribió:

«El Pentágono gasta cerca de 600 mil millones de dólares en el ejército estadounidense, más de lo que gastan los seis ejércitos más grandes del mundo combinados. Difícilmente puede considerarse una fuerza mermada».

Ojala que el presidente Donald Trump en su discurso inaugural no quiera llevar al pueblo norteamericano al espíritu del siglo XVII del «Contrato social» del filósofo suizo Jean Jacques Rousseau, que plantea que el poder de un estado es otorgado por Dios al pueblo y éste lo entrega a sus representantes para que gobiernen en su nombre. El carácter sobrehumano y paternalista está claramente identificado en el siguiente párrafo de su alocución:

«Estamos protegidos, siempre estaremos protegidos. Nos protegerán grandes hombres y mujeres de nuestro ejército y las fuerzas del orden, pero lo más importante es que Dios nos protegerá» [realidad/mito].

El Presidente llevó al pueblo estadounidense en su alocución a soñar en una clase de gobierno similar al de la Revolución francesa de 1789, que consagró la teoría de la soberanía popular que se convirtió luego en la base de las democracias modernas. Veamos:

«Todos disfrutamos las mismas libertades gloriosas y todos saludamos la misma y grandiosa bandera estadounidense. Sin importar si un niño nace en la periferia de Detroit y otro en los llanos ventosos de Nebraska, miran hacia el mismo cielo nocturno. Llenan sus corazones con los mismos sueños y están permeados por el mismo aliento de vida que les dio el mismo creador todopoderoso» [mito].

Creemos que los Estados Unidos necesitaba de urgencia un hombre en la Casa Blanca con un discurso que le garantizara a la nación por lo menos la sensación de que volvemos a la era de la competitividad industrial que permita un crecimiento superior al 20% de la producción manufacturera mundial y que en vez de las 133 empresas que hay operando actualmente dentro de los Estados Unidos, de unas 500 que están fuera del país, esta cifra se invierta favorablemente para que pueda pasar de un desempleo moderado a una justa medida de utilización de mano de obra ociosa estadounidense.

Además, no se puede perder de vista, partiendo del discurso de ingreso de Trump a la Casa Blanca, que este mandatario atípico inicie un proceso interesante de modificación de la política económica, pasando de una fallida globalización y de la influencia que han tenido los llamados «Chicago boys», en lo que ha sido el diseño de la política económica y financiera neoliberal que ha contribuido grandemente a un aumento de la pobreza y del desempleo abierto en los Estados Unidos. De lo que sí estamos seguros es que muchas políticas cambiarán, por lo menos en la forma, a partir de 20 de enero de 2017.
jpm

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