Mis recuerdos del ajusticiamiento de Trujillo

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Mi hermana Carmen y yo, recién salidas del internado en La Vega, cursábamos el bachillerato en el Instituto de Señoritas Salomé Ureña, ubicado enla calle Padre Billini, justo al lado de la iglesia de Regina.
Como vivíamos en San Carlos, bajábamos a pies por la calle 16 de Agosto, y al entrar a la calle de El Conde hacíamos una parada en la casa de una familia muy anti-trujillista, amiga de mis padres, una de cuyas hijas se nos unía para seguir hacia el Instituto.
En esa casa nos dieron la noticia: ¡Mataron a Chapita! Previo a darnos la información, dona Marina nos llevó a una habitación, indicándonos hacer silencio con un dedo en su boca y nos dijo que con toda certeza sabia que Trujillo había sido asesinado el día anterior, pero que aun no lo habían hecho público y que debíamos volver a nuestra casa inmediatamente, y sin decirle una sola palabra de esto a nadie por el camino.
Saltábamos de alegría y nos abrazábamos todos, evitando hacer ruidos porque el terror en que vivíamos no nos permitía celebraciones: estar enterados de eso a esa hora era muy peligroso. Así que volvimos sobre nuestros pasos tratando de ocultar un sentimiento que era una mezcla de alegría, miedo e incertidumbre. ¿Y ahora, qué va a pasar?, me preguntaba en mis ingenuos quince años.
Así que, caminando en vía contraria a las demás alumnas, nos encontramos con amigas que nos preguntaban que si olvidamos algo, que si nos pusimos enfermas, que qué nos pasó; en tanto que otras que solo nos identificaban por el uniforme, se limitaban a decir al pasarnos por el lad “estas dos van al revés”. Y yo pensaba: “al revés van ustedes que no tienen ni idea de la cosa tan grande que ha pasando en este país y de la que se puede armar a partir de ahora.”
Encontramos a nuestra madre en su habitación, pegada a la radio, escuchando con el tono bien bajito y asistida con un aparatito, una emisora cubana que estaba dando la noticia con lujo de detalles y felicitando al pueblo dominicano con grande emoción. Se paró frente a nosotras y nos hizo la misma señal de silencio con el dedo índice sobre sus labios apretados, mientras saltaba con ambas piernas, emocionadísima como una chiquilla cualquiera.
Antes de que le dijéramos cómo nos enteramos y por qué estábamos de regreso, mamá nos dio detalles de todo y nos advirtió que la empleada no podía darse cuenta de nuestra alegría. Mélida –que así se llama la ex trabajadora que hoy es mi comadre– era novia de un guardia. Imagínense lo que nos pasaría si ella le decía que en mi casa había tanta alegría por una noticia como esa!
En ese tiempo ya yo sabía casi todo sobre Trujillo, ese tirano y asesino implacable que convirtió a nuestro país en poco menos que una finca de su propiedad y que era el responsable de la muerte atroz, hacia apenas seis meses, de las Hermanas Mirabal, cuyo recordatorio, con sus tres fotografías denunciando su asesinato, habíamos distribuido clandestinamente y aun teníamos algunos escondidos dentro de una antiquísima plancha de hierro de las que se usaban con el carbón adentro.
Y por supuesto que también sabía yo que por culpa de Chapita, una parte de mi familia vivía en el exilio, y que cinco meses atrás, el 4 de diciembre, mi abuelita materna perdió la vida mientras asistía a la misa de domingo en la iglesia de San Carlos. Paso a relatarles el suces
Eran los tiempos en que ya la iglesia empezaba a rebelarse contra Trujillo después de un armonioso matrimonio de muchos años, con Concordato incluido; pero, como a cada puerco le llega su noche buena (Y que me perdonen los cerdos por la comparación con Chapita), la represión contra los curas no se hizo esperar, tras aquella famosa Carta Pastoral contra Trujillo que fue leída en todas las iglesias y parroquias del país el 25 de Enero de 1960, tras el apresamiento de decenas de integrantes del Movimiento Clandestino 14 de Junio.
Y en la Iglesia de San Carlos cuando el Padre Miguel, un español asiduo visitante de mi casa, estaba refiriéndose al Evangelio, entro un caliè borracho y subido en la parte trasera donde estaba el coro empezó a maldecir contra Dios y su Justicia Divina, –tema del día,–diciendo entre palabrotas y maldiciones que Trujillo era el único que tenia poder para hacer justicia y que iba a acabar con todos los curas comunistas.
Tal impresión fue algo muy fuerte para mi abuela, una mujer cuya familia lidiaba con una calificación de “desafecta al régimen” y a quien le habían incautado su pasaporte cuando vino de visita desde New York donde residía con su hijo mayor, Pedro Alfonso Nadal, un reconocido activista anti trujillista.
Agonizando la llevaron cargada en brazos a mi casa, ubicada frente al templo y allí, don Pablo Mella, un medico vecino, minutos después certifico su muerte por un fulminante paro cardíaco y derrame cerebral. Abuelita tenía 61 años de edad. Otra señora, afectada por la misma acción del esbirro trujillista, quedo paralitica tras sobrevivir a un derrame cerebral. Ya antes, a esa misma iglesia los calieses del SIM les habían detonado dos o tres bombas caseras, de cuya autoría responsabilizaban a los sacerdotes.
Teníamos un colmado, el Valle Verde, y ese día en que empezó a correr el rumor del ajusticiamiento de Trujillo hubo que cerrarlo al medio día, como medida de precaución, pues mucho antes de las dos de la tarde, hora en que dieron por radio la noticia del “vil asesinato del insigne líder”, ya se habían vendido todas las bebidas alcohólicas y la gente seguía llegando eufórica buscando mas. Mi madre les decía en tono bajo que fueran precavidos para que ninguno se convirtiera en “el ultimo muerto de la última batalla”. Y tenía razón Tatà Nadal, pues en los estertores finales de la muerte, esa dictadura, nefasta bestia ya decapitada, asesinó a muchos valiosos dominicanos.
Y yo, que no dejaba de quejarme porque mi abuelita Florinda se había perdido el espectacular final del implacable dictador, decidí que ya no debía guardar mas luto por su muerte y, aquel 30 de mayo de 1961, me vestí de rojo escarlata. Y aunque ese día me prohibieron salir a la calle con tan llamativo atuendo, no me quite mi vestido. ¡Era mi forma de honrar a mi abuela, no lamentando “el vil asesinato del insigne líder”, como repetía hasta el cansancio un locutor de la época, sino celebrando “el insigne asesinato del vil líder”, como terminó diciendo, quizás por error, el mismo locutor!
elsapenanadal@hotmail.com

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