Mi última reunión con Hatuey Decamps

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EL AUTOR es coordinador de Alianza País en los Estados Unidos.

La última vez que compartí con Hatuey Decamps fue en un desayuno en una casa de El Bronx. El Dr. Rafael Lantigua, su amigo de siempre, me había solicitado que me reuniera con él. Era en el momento en que Hipólito Mejía había comprado al Congreso de la República para modificar  la Constitución y restablecer la reelección presidencial.

 

En ese desayuno de mangú, huevos revueltos y bacalao, con un exquisito café negro, todo preparado por mi compañera de siempre, Sandra, recuerdo que me acompañaron Juan Villar, Cano Fortunato, Ydanis Rodríguez, Valentin Silverio, Carlos Montes de Oca, Gregorio Mercedes, Homero Palacio, entre otros, quienes compartíamos la militancia política redentora en el PTD de entonces.

 

Aunque era temprano en la mañana, ocho de la mañana de un sábado del 2004, Hatuey estaba sentado en la sala de la casa teniendo de enfrente el este, punto saliente del sol, y a su espalda, obvio, el punto poniente del sol.

 

Me tocó en ese momento agradecer su presencia en el hogar humilde de mi familia, presentar a mis acompañantes y la posición oficial del partido en que militaba para entonces y que aun con mis dudas y resquemores apostaba a la derrota del PLD, aunque eso obligaba a un voto, el 16 de mayo del 2004, a favor de Hipólito Mejía, aun fuese colocándose un pañuelo en la nariz impregnado no sé si de azufre o de alcohol.

 

Era un momento en que se había resquebrajado, en algunos de los presentes, su identidad con el proyecto que representábamos dada la negación a sus propios orígenes y por la búsqueda, de su liderazgo histórico en RD, de pequeñas cuotas de poder para lo cual la divisa era actuar con “manos libres”.

 

Hatuey nos explico su posición. Rescató a Peña Gómez en su prédica anti reeleccionista y libertaria. Apoyándose en la historia nacional nos dijo que la reelección era uno de los más graves males que arrastraba la sociedad dominicana, para concluir que él prefería “el Diablo” ante que un presidente que fuera el producto de un proceso electoral determinado por un uso abusivo e ilegal de los recursos del Estado. (Para entonces, en un programa radial de la región fronteriza del país se dio una encuesta, a partir de esa expresión de Hatuey, entre Hipólito Mejía y El Diablo, y este último ganó).

 

Hatuey nos explicó en detalles cómo resultó modificada la Constitución para restablecer  el derecho del presidente a buscar la reelección.

 

Y con la enorme capacidad que tenía en el uso de la ironía, y aparentemente sin que tuviera relación con el tema que desarrollaba, nos comentó no entender la conducta del presidente del grupo que para entonces militábamos, dado que el día en que se modificó la Constitución él se había reunido, en otro desayuno, pero en su propia casa, con el líder de quienes les escuchábamos, quien, a la vez que era presidente de las siglas bajo las que partidariamente militábamos, ejercía la función de senador de la República.

 

Aparentemente querer ofendernos, expuso su “falta de entendimiento” sobre el proceder del Presidente de nuestras siglas, dado que en su desayuno de tan fatídico día (modificación de la Constitución del 2004) éste último se había comprometido a votar en contra de la modificación Constitucional y su sorpresa, la de Hatuey, resultó porque quien desempeñó un rol de vocería para justificar el cambio Constitucional, a nombre propio, de Darío Gómez (RIP), de Ramón Alburquerque, Dagoberto Rodriguez Adames, etc., había sido su comensal de las 8:00 am del 25 de julio del 2002, fecha en que fue aprobado el cambio constitucional y votado el nuevo texto.

 

Al escuchar esto, las manos de algunos de los presentes fueron bañadas por una pequeña marea de sudor y un frio impropio de una temporada de primavera corrió por sus columnas vertebrales, mientras que en otros, entre los que me incluyo, la utopía redentora tras la que corrimos desde nuestra primera juventud explotaba como bolsa repleta de mierda lanzada desde la cúspide del Empire State Building de New York.

 

En todo esto el Dr. Lantigua observaba y calibraba, pero no hablaba, salvo en contadas ocasiones para recrear algunas virtudes, según su parecer, del grupo que extasiado escuchaba al Cacique, el cual encantaba mas por sus fuerzas anecdóticas que conceptual. Asumo que pensaba, el Dr. Lantigua, que nuestro desencuentro, que él conocía, con nuestra matriz partidaria podía acercarnos a un personaje que resultaba autentico en su discurso anti-reeleccionista, peñagomísta y democratizador.

 

Llegó el momento de la despedida. Todos nos pusimos de pies. Lantigua y Hatuey con sus impecables y elegantes chacabanas blancas caminaron hacia la puerta de salida, que estaba a nueve pasos del asiento de Hatuey. Antes de dejar definitivamente a su espalda la sala donde nos reunimos, le comenté que un amigo común, que sabía de la reunión concluida, éste era El Gordo Oviedo, me había llamado para que le comunicará que había que saber manejar su discurso de manera que no sirviera a la estrategia del blanco de ataque principal del momento, esto a partir de una de las tantas máximas maoístas que aconseja hacer distinción en la lucha política.

 

Reconoció en El Gordo Oviedo un buen amigo. Dijo que había estado en el entierro de su padre, (mientras el Gordo estaba en el Perú en un congreso de la izquierda), entierro que por la diversidad de los asistentes solo el mismo entierro del Gordo superaría. Me pidió saludarlo, al Gordo, claro está, no a su padre muerto. Volvimos a apretarnos las manos mirándonos a los ojos y despedirnos antes de salir al pasillo de la casa que conducía a la calle. Ya en el pasillo, abruptamente se detuvo y reingresó a la sala de la casa para despedirse de Sandra y agradecerle su hospitalidad, el buen mangú y el delicioso café que nos había ofrecido y que todos habíamos degustados.

 

Ahora, 14 años después del momento aquí recreado, el mismo Gordo Oviedo me llama, desde RD, para hacerme saber que Hatuey había perdido su última batalla.

 

Paz a sus restos y solidaridad sincera a sus familiares y compañeros de partido.

 

jpm

 

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