Mi riqueza

He aprendido que en la vida, si cubrimos las necesidades elementales y nos vemos compelidos a adoptar un austero presupuesto que no demande de cuantiosos favores; vivimos más desenfadados, relajados, y menos acosados por el consumismo.

 

De visita en Santo Domingo, en los improvisados contertulios de “La Cafetera” de la peatonal calle El Conde osé decir que, muy a pesar de mis limitaciones yo era el más rico porque únicamente incurro en gastos capitales. Todos asintieron con gesto aprobatorio, y el amigo Maleck manifestó que yo tenía toda la razón.

 

Hasta ahora he llevado una vida evidentemente moderada. Los avatares de la vida me enseñaron a respetar el dinero. Pero, como periodista de un entorno-, no exactamente el de mis amigos del Conde- donde abunda lo vanidoso y engreimiento de las ostentaciones, sólo aspiro a poseer una pluma que aunque no brillante, sin despotricar, no responda a directrices clientelistas, lisonjeras, ni abyectas.

 

Al margen de esos criterios, debo admitir que sí he recibido favores.  Juana, mi desaparecida madre, siempre decía que cuando no pueda devolver un favor, siempre revele quién lo prodigo. Es otra forma de pagar y agradecer.

 

Algunos dirán que soy un frustrado; y tal vez tengan razón.  En esta sociedad todo el que lleva  ése algoritmo existencial es prácticamente un inadaptado que una buena parte de los dominicanos definen como tarados mentales.

 

Sin embargo, estas “incapacidades” me satisfacen, pues, creo que he cumplido con las normas conductuales de los que me formaron, tanto en el hogar como en mi instrucción académica.  Como consecuencia de lo expuesto, me siento dueño de una riqueza muy singular.

jpm

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