Médicos y maestros

Hay indolencia y falta de sensibilidad social entre médicos y maestros. Con su accionar, demuestran que nada les importa, salvo obtener mejores salarios y buenos horarios de trabajo. Se comienza a vivir en una sociedad sin futuro cuando un profesional pierde el sendero  del deber, la responsabilidad  y la solidaridad con los desamparados.

El médico tiene en sus manos el sacrosanto ejercicio de preservar  vidas. Con su diagnóstico es posible salvar a un paciente, pero también con su dejadez y falta de dedicación le puede ocasionar la muerte. Cuando el médico es un profesional que únicamente le interesa el pago de la consulta, pierde la coraza de la sensibilidad humana.

Cuando se hace un  paro en un  hospital público se peca de ser un verdugo  de la guillotina. Se le  resta la posibilidad de que  puedan vivir a  millones de dominicanos que no tienen recursos económicos, y que para tratar de atender su salud solo tienen la opción del hospital público.

En una clínica no le atienden si no hace un depósito que en un centro  de barrio puede llegar a los 50 mil pesos. Ningún médico, que peca de anarquista en los hospitales, ha realizado nunca un paro en una clínica privada. En esos establecimientos se ganan salarios deprimidos, muy por debajo del que se logra en los centros del Estado.

En cuanto al maestro ya perdió su dignidad profesional. Es un burócrata que está en espera de que se le mejore el salario y que la cooperativa le facilite un préstamo. Recuerdo en mi época de estudiante de primaria que los maestros eran un segundo padre, y el mejor orientador que podía conseguir un adolescente.

La anarquía de los estudiantes en las escuelas se debe en lo fundamental a que no hay orientadores. El maestro está para cobrar su salario cada día 25, y para salir a protestar a las calles cuando cree que debe buscar nuevas reivindicaciones.

En áreas tan sensibles como la medicina y el magisterio vamos camino del abismo sin retorno. No hay autoridad que doblegue el intolerante  deseo de confrontación de estos dos sectores. No hay posibilidades de diálogo, ni tampoco de tener un poco de sensibilidad.

A los pacientes pobres, a los estudiantes de padres indigentes, hay que prestarle ayuda, hay que darle protección. Los profesionales  solo tienen interés en la tarjeta de débito y lo demás que se lo lleve quien sea. Y así no puede ser. Las sociedades tienen que tener una dosis de sacrificio para buscar soluciones a los males de sus segmentos más necesitados.

Médicos y maestros son indiferentes a los problemas de este país.  Viven aquí pero  pasean las calles pensando en su grandeza, en los bienes materiales, y ni siquiera se ponen la máscara de humildad de profesionales de un país del tercer mundo. Hay pocas posibilidades  de que esto mejore. Vamos a poner las esperanzas en las nuevas generaciones de médicos y maestros.  Aunque sea duro admitirlo, la insensibilidad de médicos y maestros nos tiene a punto de tirar la toalla. ¡Ay!, se me acabó la tinta-

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