Meandros del lenguaje: Las magias de las palabras de un “escribidor…”
En uno de mis artículos de escribidor una distinguida dama me hace la salvedad con una carta extensa y admonitoria. Es una maestra del Cibao Central. Grande amiga mía. Se desprende de su contenido que, al mencionar el catedrático eficiente de sus cátedras de audacia en su contenido a mi persona como escribidor, me pidió que le definiera la diferencia entre escribidor y escritor. Mi cara amiga encontró como un insulto la referencia hacia mi persona como escribidor. En cuya defensa creyó del caso salir. Esta esquela, confieso me causa profunda pena. Y no precisamente por su respetable contenido de desacuerdo. Sino por la prueba palmaria que me da de no ser comprendido. Que es lo peor que puede ocurrirle a quien escribe. ¿De qué vale todo el esfuerzo y todo el amor que se ponga en las ideas, si han de salir luego tan pobres y deformadas que no las pueda reconocer el que las lee?
Leí en una ocasión a Pepito Sánchez Boudy, un magnifico escultor de la lengua castellana, cuando manifestaba en su Diccionario de Cubanismos más usuales de como habla el cubano afirmar en una definición sobre el escritor. “Escritor de pin, pan, pun. Escritor malo.” “Ese es un escritor de pin, pan, pun”. El diccionario básico Sopena define la palabra Escritor como persona que se dedica a escribir libros, artículos, etc. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define la palabra escribidor como escritor y también como mal escritor. (Son palabras afines, pero no sinónimas.) Hace unos días, el Licenciado Apolinar de León Medrano me dijo, “usted es un gran escritor que me honra con su amistad.” Le agradezco muchísimo la distinción del historiador azuano.
Me gustaría en estos Meandros del Lenguaje y siento que es conveniente señalar la diferencia marcada en lo que dice el diccionario y los lingüistas referente a un escritor y un escribidor.
No se me olvida la polémica que se sostuvo al salir a luz pública un artículo de Roberto Bolaños que tachaba a Isabel Allende como una escribidora. No puedo raspar de inoportuno el escrito de Bolaños, porque aquí no estamos para tachar a nadie y no es mi intención descalificar a nadie en esa materia. Creo oportuno, eso sí, de establecer que la buena literatura existe y de esa forma se puede reconocer la mala y contrariamente. Como afirmé anteriormente, según la RAE un escribidor es sinónimo de mal escritor, y creo que entre los escribidores hay relatos predeterminados, digeribles y pasables. Como también existe dentro de los “escritores” calificados como buenos. Y en esta perilla hay que recordar a Vargas Vila cuando afirmó en Tagebucher que los mejores “escribidores” estaban en las mesitas de noche de los lectores.
El doctor Mario Llerena, mi maestro de lingüística y filosofía manifestaba que la diferencia de un escritor 0 un escribidor no se calificaba por su calidad narrativa sino por su contribución, su fecundidad artística. Según el filósofo cubano en cualquier género literario que se escribiera siempre había que buscar la complacencia del lector y que los lectores eran los que determinaban quienes eran escritores o escritores pin, pan, pun que es la misma nota peyorativa de escribidor. Llerena poseedor de una sabiduría casi centenaria tenia una perspicacia para definir los conceptos que en una ocasión me dijo, “voy a tener que poner un consultorio filosófico” para cuando la gente tenga alguna pregunta sobre Platón o Aristóteles”. Hombre de pensamiento filosófico casi al nivel del Padre Félix Valera, “el hombre que nos enseñó a pensar”. Llerena decía que los escritores que tenían éxitos mediáticos y contaban con una horda de lectores bastantes lustrados era algo digno de estudio, porque esos escribidores tenían un proceso creativo mejor que los escritores de academia que eran secos y moribundos, porque sus lecturas eran como pedregales y de ellos no emanaba ningún colirio que hiciera vivir al lector, lo que un escribidor realizaba al ponerle belleza y sentido a sus escritos.
Mi profesor afirmaba que a los de la Generación del 98 muchos lo definieron como escribidores de la época. ¡Y qué escribidores! Y pienso que es una necesidad social tanto un escritor como un escribidor ya que se diviniza las letras, pero que apenas se le escudriña. Imagínense que la Biblia es el libro que mas se vende y el que menos se lee ya que fue formado por un paquete de escribidores ignorantes, según los sabios de nuestra época.
Creo que tanto un escritor como un escribidor son importantes en nuestra sociedad, en esta sociedad que deifica las letras, pero que apenas las toca; si en algo nos distinguimos los escritores, es que no podemos desdeñar de una forma despectiva a los que son mal llamados escribidores. No somos mejores que los escribidores. Pio Baroja fue un escribidor según muchos y nos da cátedra a muchos aspirantes a escritores. No somos más importantes que un escribidor o un científico, después de todo, todos hacemos lo que podemos.
Pues muy bien regresamos al punto de partida. ¿Un escribidor entonces? ¿Un escritor después? ¿Qué hay del escribidor?
Para muchos el escribidor y su escribidura es un edificio que se forma con un maestro constructor. El mismo maestro constructor define el plano y conoce de algún modo lo que va a realizar en la construcción. Conoce igual que el lector lo que es un andamio, cemento, bloques, varillas, caballete, techo, mosaicos y todas las medidas. En cambio, la escritura del escritor propone un ejercicio de extrañamiento similar al de su producción, su quehacer. Es como un arquitecto que define todo antes de irse a construir. En muchas ocasiones la arquitectura del escribidor queda mucho más perfecta que la del arquitecto escritor.
Llerena en su Manuel de Estilo afirma que tanto la escribidura como la escritura permanecen para siempre. Para muchos “eruditos” los escribidores pasan, pero la historia enseña que no es así. En ambos casos en el mejor sentido lo que llamamos literatura que lo que significa en su origen es lectura y en es aspecto no hay lectura que lo agote.
El que escribe tiene siempre que estar bajo el efluvio de la disciplina. Se tiene que vivir en el reino de la vigilia tratando de estar listo como el salto de la libre en la asechanza de la penumbra de la palabra convergente y necesaria para alertar al lector en su plenilunio de la lucidez, ya sea escritor o escribidor.
Mi cara profesora con esto resolvemos el problema. ¿Está?
JPM