Marlene Dietrich: verdadera mega diva

Así como el amigo hermano José del Castillo nos está recordando pasajes y vivencias de la calle “El Conde”, así el admirable periodista y gran intelectual ya ido Carlos Curiel, en su libro” Tras el vórtice de la tormenta, 30 años de periodismo”, nos dio a conocer a la gran Diva del cine la extraordinaria actriz Marlene Dietrich, en una entrevista que le hiciera como redactor del periódico El Caribe, en su visita de paso por el país, fotografiada por el fotógrafo Rafael Emilio Bidó. Sobre la exactitud de la fecha de la prodigiosa artista en Santo Domingo, creemos que fue para los años 1944, pero solicitamos la colaboración de los periodistas José Pimentel Muñoz y Saúl Pimentel, ambos directivos de periódico digital “Almomento.net”, que aunque no estuvieron en el referido periódico para esa fecha, pueden arrojarnos algo de luz, ya que trabajaron en El Caribe” en otra época distinta a la que creemos señalar. Marie Magdalene Dietrich nació en Schneberg-Berlín, el 27 de diciembre de 1901, Hija de un policía y de una dama de buen linaje, desde muy pequeña recibió una formación muy severa que cuidaba tanto sus modales y educación como su manera de vestir. Esta formación y sus aptitudes musicales la aseguraron en el mundo del cine como miembro de orquestas que acompañaban a las proyecciones de cine mudo. Contaba tan solo 19 años (en ese momento ya se presentaba como Marlene, apelativo que surgió de la fusión de su verdadero nombre, Marie Magdalene) fue rechazada por el director teatral Max Reinhard cuando trató entrar en la Deutsche Theaterschule, aunque dos años más tarde lo conseguiría, y durante un tiempo alternó sus clases con breves apariciones en otros espectáculos y algunas películas dirigidas por Georg Jacoby (Los hombres son como esto, 1922) o William Dieterle ( Un hombre al borde del camino, 1923), entre otros. Se casó con Rufolf Sieber en 1924, tras conocerse en el rodaje de Tragedia de amor, de Joe May, y comenzó a ser reclamada para diversos papeles por directores como George W. Pabst (Bajo la máscara del placer, 1925), Alexander Korda (La moderna Du Barry, 1926), y Gustav Ucicky (Cuando la mujer pierde su camino, 1927). El momento más importante de su carrera tuvo lugar cuando Joseph von Sternberg la llamó para interpretar el papel de Lola-Lola en El ángel azul (1930), una de las películas mas importantes de ambos y de la historia del cine; una historia sobre la decadencia humana en la que Marlene/Lola demuestra una pasión encendida para todos los que se mueven a su alrededor. Los triunfos y popularidad que alcanzó tras el estreno de la película la llevaron a Hollywood, en donde la Paramount la contrató para intervenir en Marruecos (1930) al lado de Gary Cooper, el galán del estudio. Fueron dirigidos por Sternberg, quien la tuvo a sus órdenes en otras cinco películas más, cubriendo una de las etapas más interesantes de sus respectivas carreras y convirtiéndola, asimismo, en una de las actrices más taquilleras de la década de los treinta. El público la buscó siempre encantado por su deslumbrante presencia y su mágica expresión, sorprendiéndose con personajes como el de Shanghai Lily en El expreso de Shanghai (1932). Fueron unos años de creciente popularidad que finalizaron con la separación del director y la actriz. Después de este idilio creativo, Marlene inició una nueva etapa en la que trabajó con directores como Frank Borzage (Deseo, 1936), Richard Boleslawski (El jardín de Alá, 1936; por este trabajo cobró uno de los salarios más altos de la época) y Ernst Lubitsch (Angel, 1937). Dentro de los años cuarenta trabajó en todo tipo de producciones, sobre todo en westerns como Arizona (1939), fr George Marshall, o Los usurpadores (1942), de Ray Enright, junto a James Stewart y John Wayne. Al borde de la Segunda Guerra mundial obtuvo la nacionalidad norteamericana, acción que le hizo participar activamente en la venta de bonos y formar parte de las comitivas de artistas que se movieron al frente durante la contienda. A lo largo de los años cincuenta sus apariciones en cine fueron más esporádicas; apenas destacan sus trabajos en Pánico en la escena (1950), de Alfred Hitchcock, y (Encubridora (1952), de Fritz Lang, uno de su western más especiales. Dio todo lo mejor de ella en papeles en donde la belleza, marchita ya por el paso del tiempo, trasmite una cierta añoranza de tiempos mejores. Es asi como se recuerda su trabajo, siempre efectivo, en Testigo de cargo (1957), de Billy Wilder; Sed de mal (1958), de Orson Welles; y ¿Vencedores o vencidos? (1961), de Stanley Kramer. Para los años sesenta decidió abandonar prácticamente el mundo del cine, dedicándose con intensidad a la música, actuando en directo y grabando numerosos discos tanto en Europa como en Estados Unidos. Se convirtió en uno de los mitos del cine, y como tal fue reverenciada por muchos espectadores que acudieron en masa a ver todas sus películas; fue una actriz con gran variedad de registros expresivos que engrandeció con sus canciones y actuaciones de baile. Por su fascinante personalidad (arrolladora en muchos instantes de su vida), se convirtió en la mujer fatal arrebatadora y enigmática que, más allá de representar en sus papeles, interpretaba durante su propia vida. Sus hermosas piernas y la voz ronca han quedado como iconos (visuales y sonoros) representativos de una trayectoria que se movió en los márgenes de un romanticismo abocado, irremediablemente, a la fatalidad. A diferencia de su vida profesional, cuidadosamente manejada y conocida, mantuvo su vida personal alejada del público. Se dice que su gran amor fue el gran actor y héroe militar francés Jean Gabin. Solo tuvo una hija, que le dio una nieta. Murió en París, el 6 de mayo de 1992, a los 90 años, donde se encuentra enterrada.

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