Luis Rojas Durán. In memoriam

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

Parecería como si fuese ayer cuando nuestro apreciado amigo y hermano Luis Aurelio Rojas Durán y yo conversábamos animadamente debajo del árbol de los sueños y de las grandes ideas.

¿De qué hablábamos? De qué pueden hablar un periodistas acucioso que acababa de poner en circulación una interesante obra, mitad memoria y mitad historia, y un intelectual formado en los Estados Unidos que intenta hacer periodismo de opinión en un país con escaso hábito de lectura y con reducida disposición para apreciar el esfuerzo que hacemos los escritores para tratar de cumplir con la misión de informar y educar.

Hablábamos tranquilamente acerca del grandioso misterio de la vida todavía sin descifrar. Debajo de aquel árbol de las ideas luminosas en crecimiento no sería posible observar la manifestación divina del precioso fenómeno del arco iris sin las gotas de agua con la unión de los rayos del sol o ver el maravilloso vuelo del huacamayo azul sudamericano haciendo impresionantes piruetas sobre las crestas de las grandes montañas.

Mientras platicábamos observábamos fascinados unas avecillas cantoras del bosque de multicolores plumaje y efectos, como la primorosa melodía del jilguero, el pájaro lira y el canario, que se asentaban alegres y retozonas en aquel árbol extraordinario de los olivos cuyas ramas se mecían bajo el éxtasis de una suave brisa en una tarde dulce de primavera.

Además de las avecillas, repentinamente nos vimos rodeados de unos visitantes representativos del bosque. Se arrellanaron formando un círculo peculiar y muy variada de jirafas, ardillas, leones y cebras, sin que aquella escena se pudiera confundir con el llamado a emprender un viaje en el arca de Noé. Al parecer estas criaturas del bosque vinieron atraídas por el singular motivo de nuestra conversación.

Procedimos a darle las gracias por la presencia de un grupo tan característico. Dos de las avecillas se posaron suavemente, una sobre el hombro derecho de Luis Rojas Durán y otra en el izquierdo mío; la que parecía liderear el grupo, mostrando una agradable amabilidad, se dirigió a Luis: «Sabes, nos hemos acercado para oír su hermosa plática a causa de que también nosotras las aves, al igual que ustedes los humanos, tenemos curiosidad por saber sobre el misterio que guarda la vida».

Y no podía faltar la intervención del rey de la selva: «Como monarca de este territorio me corresponde mostrar aquí la fuerza de mi imperio». Y, seguidamente, nos aborda con voz grave: «Perdonen mi forma abrupta, es mi apariencia aquí en la selva. Aunque ustedes no lo crean al reino animal que vive en la selva también nos interesa el tema de la vida al igual que el asunto de la muerte». «Al verlos debajo del árbol —continúa— donde solemos los animales dormir la siesta, al interpretar el canto de las aves anunciando su augusta presencia en este hermoso bosque y, además, adivinando que hablarían de un tema que nos emociona y nos preocupa a la vez, lancé mi particular rugido y aquí frente a ustedes está una presentación importante de mi reino dispuesta a escuchar sus sabias ideas y esperadas cátedras sobre la vida» —expresó el león con la autoridad de su voz—.

«¿Pero, cómo es posible —le pregunta Rojas Durán con la forma peculiar de interrogar un periodista— que a ustedes les interese el tema de la vida y la vida después de esta vida, cuando pueden hacer cosas que los humanos no podemos hacer, como es volar con sus propias alas y hasta hablar con Dios para hacer posible la polinización de las flores y mantener tan sabiamente el equilibrio de la especie?

«Ciertamente, es posible que tengamos esas facultades» —respondió el ave líder moviendo su hermoso plumaje en señal de grandeza—. «La inmensidad de los bosques guardan una variedad inmensa de secretos que son transmitidos con el dulce silbido de la brisa al chocar con las hojas formando un eco imperceptible al hombre» —acotó, con ínfula de conocer los misterios más recónditos del monte.

Ese espacio de sombra de la cual ambos disfrutábamos debajo del árbol de los sueños no podía ser posible sin la luz. Precisamente son esas contradicciones las que hacen que el hombre sensible urge en el misterioso mundo de lo desconocido y sobre el cual todavía no hay una respuesta concreta que desenmarañe todas las complejidades que rodean la propia vida.

Como ambos fuimos bautizados con las aguas sacramentales del Jordán, entramos a examinar el desconocido comienzo de la vida, primero, desde lo bíblico testamentario y encontrándonos en el libro sagrado las palabras, según Mateo 5:3 «Dios nos creó con una «necesidad espiritual», la cual incluye el deseo de hallarle sentido a la vida». Y en Salmo 145:16, el salmista profetizó: «Él quiere que satisfagamos ese anhelo».

En este instante yo le pregunto a Luis Rojas, quien había bajado de su reposo celestial: «Como ya tú tienes experiencia de la muerte, ¿qué pasará en el futuro? Y respondió: «Cuando Dios elimine el sufrimiento y conceda vida eterna a todos sus amigos —aquellos que le sirven con lealtad—, se verá totalmente cumplido el propósito de Dios para la humanidad» (Salmo 37:10,11).

Después de oír la explicación bíblica sobre la vida, la avecilla líder, un tanto inquieta, le formula una pregunta a Luis Rojas Durán: «Siendo usted periodista y quien escribió una obra interesantísima antes de pasar a la otra vida, titulada «A una pulgada de la muerte», ¿podría usted ampliar un poco más sobre la muerte?».

«Como ustedes están vivos y no conocen aún la muerte, deben entender que la muerte no es un tema popular, ni siquiera entre los creyentes. En efecto, muchos se atemorizan de ella. Sin embargo, cuando el demonio trata de amenazar su subsistencia terrenal con la enfermedad o una calamidad los fieles se aterran», expresó con la experiencia de un difunto.

«Don Luis» —pregunta el león— «¿por qué se atemorizan?». «Porque no ha aprendido a mirar la muerte a través de los ojos de Dios. Aunque en espíritu ha sido hecho inmortal no han renovado sus mentes para incluir esta verdad. Si lo hubieran hecho, cuando el demonio trata de oprimir el botón de pánico, ellos simplemente se reirían y dirían: «No me puede atemorizar, ya he muerto para siempre».

Con esta respuesta de Luis, intervengo diciendo: «Es completamente cierto lo que acaba de explicar nuestro inolvidable y recordado amigo. ¿Quiéren saber por qué?». En Juan 8:51 Dios dice que usted como creyente nacido de nuevo nunca verá muerte. Jesús fue su sustituto, Él sufrió la muerte para que usted no tuviera que hacerlo».

Y en Hebreos 2:14-15 el profeta nos dice que «cuando Jesús fue levantado destruyó por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es Satanás, y libró a todos los que por temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre».

«Cuando estuve vivo en la Tierra —contestó Luis Rojas— viví la experiencia de haber hablado con un escritor santiagués, Rafael A. Escotto, sobre el significado de la muerte desde el punto de vista filosófico» —recordó—. «Ahora que he venido a morar en la isla de los Bienaventurados o islas Elíseas, la morada de los muertos, según la mitología griega, recuerdo que Escotto me dio su versión filosófica sobre la muerte» —rememoró—.

Veamos cuál fue en aquel momento su percepción: «Todo los que hacemos en la vida es para evitar morir, si la muerte no existiera habría mucho que ver y mucho tiempo, pero muy poco que hacer y nada en que pensar».

«Los aprendices de filosofía —reafirmó— suelen iniciarse en el razonamiento lógico con este silogismo: «Todos los hombres son mortales. Sócrates es hombre. Luego Sócrates es mortal».

Una de las ardillitas presentes en el conversatorio levanta sus patitas delanteras gritando: «¡Periodista! ¡Periodista! Rojas Durán, con su permiso». En ese instante el rey de la selva le advierte al insistente animalito: «Cualquier pregunta tiene que formularse por vía de mi persona». «Procede, de todas maneras» —le ordena a la ardillita—. «¿Es la muerte transferible? —pregunta la ardillita—. «Buena pregunta ardillita». Y seguidamente aborda la pregunta: «La muerte es personal y, por tanto, intransferible. Nadie puede morir por nosotros, como no podemos retrasar ni cambiar la muerte de una persona por la de otra; la muerte es a la vez lo más individualizador e igualitario: en ese momento nadie es más ni menos que nadie».

«Me permiten agregar» —dice el autor de este panegírico—. «El celebrado escritor francés François de la Rochefoucauld expresó que nuestra inaugurada vocación de pensar se ve estrellada por la muerte, ya que no sabemos por donde cogerla. ¿Qué le parece este concepto?» A lo que Luis replica: «Un pensador contemporáneo, Vladimir Jankelevitch, indicó en un momento lo siguiente: «A la hora de plantearse la muerte hay dos posturas: la siesta y la angustia. Hay en castellano una copla que se orienta más bien hacia la siesta: «Cuando algunas veces pienso que me tengo que morir tiendo la manta en el suelo y me harto a dormir»».

«El filósofo Spinoza» —intervengo yo nuevamente— de origen neerlandés, hijo de judíos españoles emigrados a los Países Bajos, autor de un Breve tratado acerca de Dios, el hombre y su felicidad, nos recuerda algo importante, que «un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida»».

A UNA PULGADA DE LA MUERTE

Después de todo lo expresado anteriormente, debo confesar, como expresara Epicuro sobre la muerte, veamos: «La muerte nos ayuda a pensar, pero no sobre la muerte, sino sobre la vida». Y, precisamente, para hablar sobre la vida debo decir que Luis Aurelio Rojas Durán nos ha dejado antes de irse de este mundo una obra historiográfica, puesta en circulación hace escasamente dos años, titulada «A una pulgada de la muerte», cuyo texto me correspondió el inmenso privilegio de prologar.

Como una prueba más de su esfuerzo, de su gran dedicación por el cultivo de la historia y la literatura, como periodista de larga data, concluyo mis palabras de despedida a este amigo entrañable con un trozo del prólogo: «Aprecio en su justo valor la aparición de este libro como si esto fuese cosa mía, invitando al lector a que sepa interpretar que el contenido de este libro no es agua que cae y puede recogerse sino que es fluido del espíritu para que entre en la mente interpretativa del ser humano».

Me atrevería decir, como escritor, que con esta obra el autor Luis Aurelio Rojas Durán resume aquella expresión del apóstol de la libertad cubana al declarar que: «El único autógrafo digno de un hombre es el que dejó escrito con sus obras».

Luis Rojas Durán. In memoriam
Luis Rojas Durán. In memoriam

 

 

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