Los intelectuales inútiles
En
las actuales circunstancias, dos grandes riesgos se proyectan sobre la nación
dominicana.
1.
La amenaza a su propio ser. Vale
decir, la destrucción de su capacidad de autodeterminación, mediante la suplantación demográfica del
pueblo dominicano. Al admitir a los
haitianos como derechohabientes en el Estado dominicano, al romper el equilibrio jurídico, social y
político entre los dos Estados que comparten la isla de Santo Domingo, se anulan
los resultados históricos de la Independencia nacional de 1844.
2.
La amenaza a lo que tenemos. En
primer lugar, la destrucción de nuestras
conquistas sociales. Los modestos progresos que hemos logrado se volverán agua de borrajas, importando el
repertorio las enfermedades que se ensaña sobre esa nación; echando sobre las espaldas del pueblo
dominicano el 70% de sus desempleados, sus gravísimos problemas sociales: falta
de instrucción, descomposición social,
oscurantismo. En segundo lugar, perderíamos el territorio. Los haitianos consumen más de seis millones
de metros cúbicos de madera por año, nuestros bosques están amenazados como
nunca antes de quedar completamente carbonizados, tal como ha ocurrido en el
propio territorio haitiano. Estamos importando sus probados hábitos de
depredación del bosque, que han reducido la superficie boscosa haitiana a menos
de 1% del territorio.
Con
semejantes debilidades, la República Dominicana sería manipulada por los
aventureros implantados en las instituciones supranacionales , por las
ONG conducidas por otros Estados y por los peones del intervencionismo
internacional. Llegados a este punto, el Estado dominicano no podrá representar
a una sociedad fragmentada, sin conciencia sí, despedazada en su unidad
interna, que sería fácilmente conquistada por las mafias, el crimen organizado
y por las multinacionales, deseosas de apoderarse de sus grandes riquezas
mineras, de sus infraestructuras, ciudades y de todo lo que nos resulta
hermoso.
En estas
gravísimas circunstancias, ¿qué papel
desempeñan los intelectuales?
Algunos
permanecen encerrados en un discurso embrollado. Lejos de la observación,
desentierran el cadáver de Trujillo y proclaman que todo aquel que oponga a la
desaparición de nuestra autodeterminación como pueblo y como nación
independiente, es partidario de la reimplantación de esa dictadura imaginaria. Se trata de fabricar el adversario, empleando
el miedo al pasado para rehusar referirse al problema central de nuestra existencia.
Que no es, desde luego, el resurgimiento del régimen que quedó decapitado el 30
de mayo de 1961. Los que defienden la patria deben enfrentarse continuamente con palabras que no han dicho
y con discursos que no han sustentado.
Ninguna
de esas imaginerías puede salvarnos del toro real que enfrentamos en el ruedo.
Los enfoques de los problemas que sobrevienen entre las dos naciones que
comparten la isla de Santo Domingo, poco o nada tienen que ver con las
distintas preferencias políticas,
fundadas en las elecciones entre izquierda o derecha. De cualquier modo, los dominicanos han tomado
distancias de todas estas circunstancias.
Entre otras razones, las alianzas políticas de los últimos procesos
electorales, las han vaciado de contenido.
La
única idea que sobrevive, tras el naufragio
de todas las ideologías y de los experimentos sociales, es la nación. Todo lo demás ha quedado en el zafacón de las
ciencias sociales. ¿Qué hacer con ella? ¿Puede un intelectual que tenga alguna
responsabilidad cívica permanecer in
albis, en las nieblas ante un problema en el que está en juego lo que
somos, la unidad de la sociedad que hemos forjado y lo que tenemos, el territorio, las conquistas sociales, el
deseo de vivir juntos, sin interferencias extranjeras?
Durante
años, los intelectuales combatieron la
sociedad de mercado, el capitalismo, imaginaron que tomarían el cielo por
asalto y que implantarían sociedades perfectas. Todo ese mundo se derrumbó en 1989. Entre los escombros, algunos siguen
reclamando el derecho a experimentar con nuestras propias vidas. El experimento que ha asumido como una utopía
la Compañía de Jesús, las ONG pro haitianas y los intelectuales , compañeros de
ruta, consiste en desmantelar al Estado dominicano, y crear un Estado
binacional. Es decir, que suplantemos el
proyecto nacional en el cual vivimos los dominicanos desde 1844 por la sociedad fantasiosa que tienen estos
grupúsculos en sus cabezas. ¿En nombre de qué principio puede este grupeo de individuos decidir el tipo de
sociedad en la que han de vivir de 10
millones de dominicanos? ¿En nombre de
qué justicia, de qué superioridad moral
pueden desmantelar el Estado en el que hemos vivido, para suplantarlo por una
pesadilla?
Hagámonos
una pregunta al estilo de Bertrand de Jouvenel. ¿Por qué los intelectuales
dominicanos odian a la nación?
·En primer lugar, por ignorancia. La mayoría desconoce la naturaleza de la
sociedad haitiana; omite las consecuencias que padecerían los dominicanos incrustando en su interior un elemento que
dinamitará todo lo que hemos logrado. Desintegración de su unidad nacional;
destrucción del proyecto nacional; desmantelamiento de la idea de progreso y de
su porvenir.
·En segundo lugar, por arrogancia. Los intelectuales
intervienen, con el prestigio ganado en otras áreas del conocimiento, en un dominio en los cuales no son expertos. ¿Qué
valor tienen las recomendaciones económicas y sociales de Vargas Llosa cuando
defiende como una fiera el Gobierno neoliberal de Margaret Thacher, y la
convierte en una heroína de su ideario político? ¿ Quién puede concebir que el desmantelamiento de todos los
servicios público del Reino Unido, que
la arrogancia imperial de la dama de hierro
represente un gobierno digno de imitarse? Los primeros en darse cuenta
de esa engañifa fueron los británicos
que le retiraron su apoyo, y se libertaron de ese espantajo. En suma,
Los intelectuales han dicho muchas estupideces (véase el Estupidiario
de los filosófos, Madrid, Cátedra, 2004, C. Roche, JJ Barrere).
Una de ellas, es que debemos
renunciar a la aplicación de nuestra Constitución y nuestras leyes, para que
los derechos de los extranjeros se impongan sobre los derechos de los
dominicanos. Su absoluto desprecio por el funcionamiento de la economía, su
falta de comprensión de cómo funcionan las sociedades los lleva a ignorar que en esta operación
necesariamente hay ganadores y perdedores. En tercer lugar, nos hallamos ante personajes sin ideales, que
prefieren traicionar a su patria, ante que
darle la espalda a la Humanidad.
Según esto, los dominicanos no formamos parte de esa Humanidad. La operación de despojo de nuestros derechos,
comienza con una idealización de las víctimas, que no tienen, al parecer, ninguna responsabilidad. Se exhibe la miseria
sin nombre de los haitianos. En segundo tiempo, se culpabiliza de semejante
horrores a los dominicanos, los vecinos más próximos. Y, finalmente, se manipula a la opinión nacional
e internacional para presentar a la República Dominicana como la solución a un
problema extraterritorial y extra nacional.
Todas
estas creencias se sustentan en la mentira. Con encuestas de expertos, glosas y cuadros estadísticas se nos quiere
demostrar que la inmigración haitiana nos aporta pingues beneficios. Hemos leído montaña de estudios realizados
por una cáfila de mercenarios, que, apoyados en sus “hallazgos maravillosas”,
nos demuestran que destruir la mano de obra dominicana, y traspasarla a los
haitianos, resulta beneficioso; que importar enfermedades del país más
insalubre, es una gran aportación al desarrollo, y que los gobiernos deberían
dedicarse a promover la salida de los
dominicanos del proyecto nacional. En todas estas consideraciones, campan por sus
respetos, la falta de probidad, la falta de patriotismo y la ceguera ante los
hechos históricos.
Desde
el Informe Misión to Haiti (Nueva York, ONU, 1949) los expertos de las
Naciones Unidas saben, perfectamente,
que la sociedad haitiana es inviable. Que todos los esfuerzos emprendidos hasta
ahora no detienen el progresivo hundimiento de esa sociedad.
¿Cuáles
razones llevan a los intelectuales a mentir,
a rechazar sus responsabilidades cívicas de defender su país? En
realidad, hay dos tipos de intelectuales.
Los que actúan, seducidos
por ideas abstractas. Se dejan subyugar
por las extravagancias de sus palabras cohetes y por la visión de sociedades
imaginarias. No instruyen; no educan; no explican; se enamoran de sus discursos
embrollados. Son los intelectuales
inútiles. Tienen una idea rotundamente distorsionada de su propia
importancia. Quedan los intelectuales
que defienden la nación, que actúan en
función dominicanista. Que luchan por el engrandecimiento moral del pueblo
dominicano. Que no quedan arropados y atrapados en la angustia y en la indignación.
El deber no está en echarse a un lado o en mirar a las estrellas o en volverse
indeciso, sino asumir su responsabilidad.
En
resumidas cuentas, nos enfrentamos a un Estado que está en contra de los
intereses del pueblo, que obedece más a las decisiones extranjeras que a la propia Constitución. Promueven la llegada de la tragedia, porque
piensan que de la destrucción de la unidad de la sociedad, que de la
importación de las marejadas de pobreza haitiana, nos llevará al centro de la
catástrofe. Vivimos una crisis de frontera, hemos perdido el control del territorio.
Vivimos una crisis de identidad, nuestros
dirigentes políticos no defienden ni la historia ni el Estado ni la sociedad.
Enfrentamos la colonización extranjera,
el terrorismo moral y las fuerzas del
caos.
excelente!! cada dominicano debería sacar 5 minutos de su valiosísimo tiempo. y verse en el espejo donde nos quieren llevar. milton olivo