Los corruptos apestan y no son cristianos

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EL AUTOR es periodista. Reside en Nueva York.

Por RAFAEL GOMEZ
 
 
Rafael Leónidas Trujillo, durante su larga permanencia en el poder (1930-1961), controló todos los estamentos del país, públicos y privados, con una férrea y sangrienta dictadura hasta su ajusticiamiento, el 30 de mayo de 1961.
 
El doctor Joaquín Balaguer, a quien Trujillo designó para gobernar el país en 1960, por ser uno de sus más cercanos colaboradores, logró heredar la dictadura por un período de dos años, tras la desaparición fisica del tirano, y luego solicitó asilo político en la sede de la Nunciatura, tras un golpe de estado militar.
 
Balaguer, en unas elecciones fraudulentas en 1966, volvió a ocupar la primera magistratura de la nación implementando otro régimen de fuerza que se prolongó por 12 años, controlando igualmente a su antojo todos los poderes del Estado, como aprendió del sátrapa Trujillo, aplastando a opositores políticos y grupos económicos de entonces.
 
Los crímenes políticos, los abusos de poder, el irrespeto a la Constitución vigente, y una corrupción gubernamental rampante que sólo se detenía a la puerta de su despacho, fueron algunos de los hechos que envalentonaron a una población, cansada de tantos abusos, para desplazar del poder al caudillo reformista en agosto de 1978.
 
Durante cuatro años (1978-1982) el país tuvo un ligero respiro democrático con el gobierno del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), al frente del ya fenecido Antonio Guzmán Fernández.
 
Pero la corrupción reinante durante el segundo período de gobierno del PRD, encabezado por Salvador Jorge Blanco (1982-1986) le otorgó el regreso a Balaguer para gobernar por 10 años consecutivos, aunque con un régimen más moderado y más democrático que sus mandatos anteriores.
 
Leonel Fernández Reyna, joven abogado y político forjado bajo las directrices del profesor Juan Bosch, sustituyó a Balaguer en 1996, logrando una continuidad de 12 años de gobierno, implementando una nueva modalidad de dictadura “democrática”, donde la corrupción prevaleció sin control como en los 31 años de Trujillo, los 22 de Balaguer y los 4 de Jorge Blanco.
 
El Papa Francisco, en una homilía ofrecida en el Sur de Italia, preocupado por la corrupción que reina en los gobiernos del mundo, ha expresado: «La corrupción es sucia, una sociedad corrupta apesta, y aquel que permite la corrupción no es cristiano, sino que también apesta”.
 
Tomando las palabras del sumo pontífice, cabría decir entonces que por los gobiernos administrados por Trujillo, Balaguer, Jorge Blanco y Leonel, estos no fueron ni son cristianos. Sus actuaciones gubernamentales apestan.
 
Con la decisión judicial “No ha lugar” emitida el pasado viernes 26 por el juez Alejandro Moscoso Segarra, rechazando la continuidad de juicio contra el senador Félix Bautista (PLD-San Juan), evitó que se comprobaran sus actos de corrupción cometidos durante los períodos de gobierno del ex presidente Fernández en sus 12 años en el poder.
 
Los dominicanos dentro y fuera del país esperaban ansiosos una señal diminuta de que la justicia dominicana aún le quedaba un hálito de credibilidad. Y confió en Moscoso Segarra. Pero no. El magistrado se encargó de demostrar nueva vez que los corruptos y corruptores son intocables y que están blindados por un sistema judicial verdaderamente corrompido.
 
La dirección del Partido de la Liberación Dominicana, que encabeza el doctor Leonel Fernández, y que al parecer controla el gobierno de Danilo Medina, tiene secuestrados todos los estamentos del Estado dominicano: el Congreso, la Justicia, organismos empresariales y comerciales y hasta la oposición. Una dictadura “democrática” blindada con permanencia a largo plazo y renovable al antojo del máximo líder peledeista.
 
Es cierto que el “no ha lugar” del magistrado Moscoso Segarra ha salvado el pellejo del senador Félix Bautista y, por añadidura, la del presidente de su partido. Pero también es cierto que esa decisión no solo afecta la imagen del PLD como institución partidaria, sino también al gobierno de Medina, que gozaba de una popularidad envidiable.
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