"Los Castillo" y Montalvo: ¿fragancias encontradas?
Aunque a vista de ojos el «putsch»
que promueven desde hace algún tiempo los miembros de la poderosa familia
Castillo contra el licenciado Gustavo Montalvo parece tener su «nudo»
en la sentencia 168-13 de nuestro Tribunal Constitucional, no es descartable
que en el fondo pudiese estar referido a una asunto más peliagudo aún: el
choque entre los remanentes de las éticas políticas boschista y neotrujillista. (Los Castillo trascienden a su partido en
términos de influencia política: además de su prosapia histórica -son
descendientes del prócer Matías Ramón Mella y Castillo, del héroe restaurador
Manuel María Castillo Medrano y del ilustre civilista don Pelegrín Castillo
Agramonte-, le han rendido al país estimables servicios; y el licenciado
Montalvo es un antiquísimo dirigente del PLD -fundador de éste y candidato en
las elecciones estudiantiles de la UASD de 1974- procedente de la ortodoxia
boschista y con una pulcra hoja de vida tanto en el plano político como en lo
personal). Como habrá de recordarse, el boschismo y el
neotrujillismo (este último encarnado en el balaguerismo en sus primeros veinte
años de existencia) eran dos formas de pensar la sociedad dominicana que no
solo comportaban interpretaciones distintas de nuestra historia, sino que al
mismo tiempo involucraban visiones contradictorias sobre el
«leimotiv» del quehacer político, las realidades contemporáneas de la
nación y el mundo, y las apuestas presentes y futuras de organización del
Estado y la sociedad dominicanos. El boschismo, cuyas raíces conceptuales se
encuentran en el intransigente ideal patriótico duartista-luperoniano y la
impoluta moral social de Hostos, postulaba un ejercicio partidista ético,
ideológico y promotor del cambio social, y permeando en su momento tanto al PRD
y al PLD como a importantes sectores gremiales y profesionales (antes o después
de que el ilustre polígrafo de La Vega resultara ideológicamente radicalizado
por el golpe de Estado de 1963 y sus secuelas inmediatas), se abrazó en su
época cenital a la vertiente no leninista del marxismo… El objeto de la
política, para el boschismo, era la búsqueda del bien común. (En bastantes sentidos, Bosch representó
históricamente, como doctrinario y líder político, la tensión entre la
democracia social y la dictadura de origen popular -patentizada en los
proyectos y alianzas de la izquierda nacionalista, el marxismo, el cristianismo
crítico y el progresismo napoleónico o militarista-, y en buena medida ello
incidió en el curso que tomó su militancia: desapegado personalmente del poder,
ejerció su activismo como un magisterio, y en los últimos años de su existencia
creyó que su principal legado a la sociedad dominicana -olvidaba, claro está,
su formidable obra intelectual- sería el PLD). El balaguerismo, que proclamaba adhesión a
cierto patriotismo declamatorio pero que «sotto voce» criticaba el
nacionalismo «romántico» de los trinitarios-restauradores y
reivindicaba el «sentido práctico», la «bizarría» y las
«espadas gloriosas» de algunos de sus adversarios, entendía
alternativamente el Estado como instrumento de “conducción histórica” y como
botín de guerra, influyendo con esta racionalidad sobre todo en el PRSC y los
grupos de la derecha, por lo que para ellos la política -la idea es de su
exponente medular- no está destinada a buscar lo justo sino “a procurar lo
conveniente”… El objeto, pues, de ésta, para el balaguerismo, era y sigue
siendo ganar el poder y usarlo para sus propios fines, políticos o personales. (Balaguer representó históricamente, como
doctrinario y líder político, la tensión entre el trujillismo y la democracia
representativa -patentizada en la alianza entre los líderes civiles y militares
que se formaron durante la tiranía y los jóvenes que se adhirieron a su
retórica social reformadora y sus ideas anticomunistas-, y en considerable
medida ello influyó en el curso que tomó su laborantismo banderiz apegado
personalmente al poder, ejerció la acción partidaria como un combate de
gladiadores, y en los últimos años de su existencia creyó que su legado a la
sociedad dominicana -más allá de su notable producción literaria y ensayística-
sería su “obra” de gobierno). La ética boschista sufrió a fines de los años
ochenta del siglo pasado los embates devastadores del derrumbe político del
marxismo (símbolo de lo cual fue la caída del muro de Berlin) y el subsecuente
renacimiento de las viejas ideas antiestatistas de Friedrich Hayek (cuyos
rasgos esenciales quedaron identificados, inicialmente, en las formulaciones de
Milton Friedman y, después, en las recetas del «Consenso de
Washington» y la «ideología» neoliberal), y semejante situación
se expresó en el país -y en especial en el PLD- en una postura de desencanto
frente al doctrinarismo partidario y, abierta o soterradamente, de posterior
asunción en términos prácticos -por convicción, absorción o desidia- de los
valores políticos de sus adversarios ancestrales. La ética balaguerista-neotrujillista (cuya
gran hazaña fue jugar desde 1966 el rol de “régimen de seguridad nacional” al
amparo de la doctrina estadounidense del mismo nombre y, con ello, evitarnos
una dictadura militar), por su lado, resultó abatida por la victoria electoral
del PRD en 1978 y la subsecuente democratización del Estado y la sociedad,
hechos que en bastantes sentidos obligaron a sus representantes -incluyendo
sobre todo al propio Balaguer- a reinventarse para poder sobrevivir en las
nuevas circunstancias, pero que al mismo tiempo precipitaron una ruptura con la
parte de su base ideológico-social que venía de la dictadura: no fue casualidad
que representantes de ésta (desde el general Ney Nivar Seijas hasta el doctor
Marino Vinicio Castillo) terminaran peleados con el caudillo de Navarrete. El punto culminante en de todo ese proceso,
desde luego, lo fue la formación del «Frente Patriótico» en 1996, una
coalición política de carácter heterogéneo (sin ideología ni programa, racista
y antiperredeísta) que, formada apresuradamente para cerrar el «camino malo»
que representaba el doctor Peña Gómez, puso la historia dominicana «patas
arriba»: una franja del liberalismo histórico pactó con el conservadurismo
a cambio del poder, liquidó lo que quedaba del boschismo como ideología
política y le abrió las puertas a la ética balaguerista para que se impusiera,
como en efecto ha ocurrido, en el Estado, la sociedad, los partidos, los grupos
civiles, la familia y el individuo… Finalmente, lo que Balaguer no pudo hacer
en 22 años de gobierno (esto es, convertir a la sociedad dominicana en
pancista, anómica, amoral y antisolidaria), lo ha logrado el PLD en 14 años y
sin la presencia de aquel. (El PRD, desde luego, no puede negar su
cuota de responsabilidad en el proceso de marras: pese a que es suyo el honor
histórico de haber democratizado la vida nacional tras los doce años de
gobierno neotrujillista y de realizar administraciones dirigidas
fundamentalmente al desarrollo humano -al margen de sus fracasos políticos y
electorales- no fue lo suficientemente inteligente y arrojado como para
modificar las estructuras económico-sociales del país y promover la liquidación
definitiva de la ética balaguerista. El renacimiento de ésta -primero
despojándose del apestoso lastre del neotrujillismo y, luego, afianzándose en
el regazo del Frente Patriótico- es, pues, en parte culpa de la doblez, la
cobardía y la falta de visión histórica de la dirigencia perredeísta). En ese contexto, obviamente hay que darle
mérito al rol desempeñado por el doctor Castillo y su pequeño pero belicoso
partid habiéndose distanciado del doctor Balaguer y el PRSC desde principios
de los años noventa luego de haberle servido a éste en condición de preboste
jurídico y moral, sirvió de puente y pegamento para garantizar la novedosa
alianza del PLD con sus antiguos adversarios, y en consecuencia le facilitó a
los nuevos grupos dirigentes del este último no sólo una conveniente
«potabilización» frente a la “caverna” política nacional -civil,
militar y religiosa- sino también un tránsito no traumático hacia el conservadurismo
(que se estaba quedando huérfana porque su líder mostraba síntomas postreros de
decadencia). La ética balaguerista había empezado a
seducir a los peledeístas tras las elecciones de 1990 -cuando algunos de ellos
accedieron a puestos públicos y “descubrieron” su melifluo sabor- y se develó
como dominante dentro del PLD en los comicios de 2004 con la formación del
Bloque Progresista (coalición de derecha que, a semejanza del balaguerismo en
su época reformista, tiene hasta su «espuela» revolucionaria o de
izquierda: un grupo «marxista» pro chino), pero una vez desaparecido
el líder histórico del PRSC -que, como se sabe, terminó abominando de los
peledeístas- adquirió un nuevo sesgo de concreción: la integración como aliado
de todo el neotrujillismo. (Los neotrujillistas dominicanos -cuya
máscara preferida ahora es el ultranacionalismo- han estado relacionados
íntimamente con el Estado desde hace más de medio siglo a través de puestos
públicos, contratos o privilegios abiertos o sepultos, y lo han logrado porque
nunca se han encarado con éste sino que, antes al contrario, sus
«luchas» siempre se han desarrollado al amparo de sus mecanismos
protectores: aislacionismo contra la «intervención» extranjera
(gobiernos u ONGS) a favor de la democracia, moralismo ampuloso con el apoyo
del poder, combate al narcotráfico desde instancias estatales, antihaitianismo,
y, últimamente, «patriotismo» ruidoso frente al clamor nacional e
internacional por el respeto a los derechos de los hijos de los inmigrantes
haitianos ilegales). El licenciado Montalvo, por su parte,
consciente o inconscientemente, luce ante ciertos estratos de la sociedad
dominicana como el abanderado de la ética boschista, y no sólo porque su labor
empresarial ha estado desvinculada de los grupos mafiosos y porque durante la
pasada administración cuestionó -sin que los Castillo lo apoyaran- ciertas
prácticas corruptas que los peledeístas aprendieron bastante bien del
balaguerismo, sino también porque ahora -desde su alto puesto palaciego- se ha
constituido en abanderado de políticas públicas de inclusión social y respeto a
los derechos humanos y, además, ha devenido en un fiable y efectivo
interlocutor en el manejo de temas cruciales para los fines programáticos de la
administración del presidente Danilo Medina. (Hay que insistir en ell el autor de estas
líneas no sabe si el licenciado Montalvo está o no consciente de que esa es su
imagen actual en la parte no corrompida de la sociedad dominicana, pero la
entereza que ha demostrado hasta ahora ante los embates de “los Castillo” y en
defensa de los valores y principios en los que cree lo figuran como el “último
mohicano”: en un gobierno con un presidente muy popular pero repleto de
funcionarios con tachas, apoyado por un partido que se transformó en una
corporación político-económica y que está bajo la rectoría de una
“nomenclatura” salpicada de imputaciones y sospechas de inconductas y actos
mañosos, él parece la encarnación -un poco tardía pero válida y plausible- de
la vieja ética boschista). Por eso, la pregunta ha estado de ronda en
la “sesera” de quien escribe: ¿no serán los ataques de “los Castillo” contra el
licenciado Montalvo (aparte de una forma de evadir la confrontación directa con
el licenciado Medina ante las señaladas discrepancias en torno a la sentencia
del Tribunal Constitucional) la manifestación de un choque de remanentes de
éticas en el gobiern la boschista y la neotrujillista? Porque si así fuera,
estaríamos en presencia de dos fragancias encontradas dentro de un mismo
frasco, y ésto, como se sabe, nunca ha producido un perfume agradable y
duradero.
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