Los apóstoles efectivos

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.

 

¿Qué habría sido del cristianismo si Pablo de Tarso y Lucano no llegan en su rescate antes de que pereciera como una de las tantas sectas que conoció el judaísmo?

El mundo habría estado necesitado de la creación de algo parecido, pero jamás tan trascendente, motivador y asequible.

Algo pretendía que hicieran en su continuación los que escogió siguiendo el simbolismo de los doce hijos de Jacob, origen de las doce tribus de Israel, pero ninguno de ellos estuvo en capacidad de postergar su mensaje, por el contrario, el que sería la roca sobre la que se edificaría su iglesia le negó miserablemente a la primera oportunidad, y a otro se le atribuye, sin motivos racionales, su delación y entrega.

Marcos 3:13-19 relata la desatinada elección “Después subió al monte, y llamó así a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios: A Simón, a quien puso por sobrenombre Pedro; a Jacob hijo de Zebedeo, y a Juan hermano de Jacobo, a quienes apellidó Boanerges, esto es, Hijos de trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Afeo, Tadeo, Simón el cananista, y Judas Iscariote, el que le entregó. Y vinieron a casa”.

Los seleccionados, excepción hecha de Judas Iscariote, procedente de una rica familia farisea, tenían vedas sociales para cumplir las tareas encomendadas porque en la realidad judía de entonces el oficio u ocupación de una persona estaba predeterminado por la clase o segmento social en el que se había nacido, de manera que por lo menos once podían ocuparse de oficios rústicos, no de predicación, ni de cura de enfermedades, ni de escribas u otra labor destinadas a personas de clase media y alta.

La otra limitación que le impedía visualizar la prédica de Jesús como un mensaje perenne era la visión escatológica, basada en que esperaban el regreso del Mesías en su propia generación puesto que les había dicho, Mateo 16:28, “En verdad os digo que hay algunos de los que están aquí que no probarán la muerte hasta que vean al Hijo del Hombre venir en su reino”.

Tras su crucifixión, muerte y resurrección hicieron vida común junto a Santiago, el hermano de Jesús en una pequeña secta conocida como la de los Pilares, que ni por asomo era lo que Pablo desarrolló después con la ayuda de Lucano, porque se limitaban a dar testimonios entre los judíos, entendiendo que a ellos estaba dirigida la exclusividad del mensaje.

El primer aporte de Pablo, tocado por Jesús camino a Damasco donde quedaba por exterminar el último reducto de los devotos de la que para entonces les sabía a herejía, fue entender que el mensaje que había dejado su nuevo y mejor inspirador, era católico, que no habló para judíos sino para el mundo, y eso fue lo que hizo surgir al cristianismo, que encontró cuerpo doctrinal en las trece epístolas que dirigió a orientar las comunidades que se agrupaban en lugares donde él y Lucas habían sembrado la semilla de la nueva fe.

La preminencia social de ambos, Pablo dedicado al ejercicio del derecho y Lucas, a la medicina, transfería prestigio y credibilidad, lo que permitió que la esposa de Pilatos y personas de distintas fragmentaciones pusieran su atención en lo que hacían los seguidores del crucificado

 

 

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