Los aportes lingüísticos y filológicos de Pedro Henríquez Ureña. Algunas precisiones
Mitificar la obra de Pedro Henríquez Ureña, tergiversarla, acomodarla a propósitos individuales y equivocarla o desenfocarla, por razones ideológicas o políticas, es una práctica habitual en el marco de mezquindades y recortes de las ideas que por desgracia vivimos en el ambiente cultural del país, pero también debido a los malos hábitos y “malas costumbres” intelectuales que se vive no solo en el país, sino también en lo que a veces denominamos en “el extranjero”.
Esta práctica, muy propia de algunos improvisados “estudiosos”, especuladores y “brincadores” intelectuales crece y “se da silvestre” en toda la América continental y principalmente en nuestro ámbito caribeño, donde muchas veces y en muchos casos se actúa más por pasión que por razón a la hora de emitir “pareceres” y avanzar impresiones.
Antonio Castro Leal, un conocido estudioso e intelectual mexicano nos ha advertido sobre la mala suerte póstuma de Pedro Henríquez Ureña y de los defectos que tanto en México como en otros países presentan las ediciones de sus obras. (Ver Antonio Castro Leal: “La mala suerte póstuma de un humanista,” en Cándido Gerón: Pedro Henríquez Ureña. Hemerografía de un humanista inolvidable, Ed. Centenario, Santo Domingo, 2007, pp. 441-449). Se trata, como muy bien señala Castro Leal, de que sus obras tan importantes y significativas no han gozado de buenas, tratadas, cuidadas ediciones o difusiones.
Pero lo mismo pasa en muchos casos con sus ideas, saqueadas, usadas descaradamente y acomodadas a intereses, reductores, oportunistas y malintencionados por parte de “supuestos” académicos y estudiosos que caminan por América Latina, el Caribe y los Estados Unidos, revestidos con ínfulas de catedráticos de universidades extranjeras y con falsas caras de especialistas y “autoridades” en materia de la obra de Pedro Henríquez Ureña.
Este tipo de personaje forma parte de grupos, círculos académicos o núcleos enquistados en ámbitos editoriales y de poder en universidades norteamericanas, sudamericanas o caribeñas, incidentes en lo que el estudioso Roberto A. Follari ha denominado La selva académica (Ed. Homo Sapiens, 1ª. Ed., Rosario, Argentina, 2008).
El profesor Néstor E. Rodríguez acusa a Pedro Henríquez Ureña de minimizar la influencia africana en el desarrollo de la lengua que nos caracteriza como pueblo y de otras estrecheces ideológicas. El fragmento completo reza así:
“Los estudios lingüísticos de Henríquez Ureña comprenden uno de esos puntos sombríos de su obra. Y no es para menos; el insigne maestro se empeñó a toda costa (sic) en minimizar la influencia africana en el desarrollo de la lengua que nos caracteriza como pueblo”. “El español en Santo Domingo” sería a este respecto el ejemplo más llamativo”. (Véase El Henríquez Ureña de Odalís G. Pérez, en Acento, 27 de julio de 2011).
Debo aclarar en este sentido que el título del referido artículo me pone como propietario, dueño de una selección y estudio que surgió de una propuesta que humildemente sometimos para su publicación al Archivo General de la Nación y que fue publicada bajo el título Pedro Henríquez Ureña. Historia cultural, historiografía y crítica literaria (AGN, Santo Domingo, 2010, 335 págs.) Frente a los aciertos o defectos que Rodríguez destaca en el libro, debo decir que en otra ocasión publicó la misma reseña, repitiendo exactamente los mismos criterios, pero en el caso de la segunda publicación que me dedica como autor y compilador, el citado profesor añade un juicio comparativo para promover y destacar el estudio de “un académico dominicano” de nombre Juan R. Valdez y a su “valiosísimo” estudio publicado recientemente en inglés y en español sobre la obra lingüística de Pedro Henríquez Ureña y donde, según Rodríguez se refiere a “los puntos sombríos de su obra” y al racismo lingüístico de la misma.
Explicaremos en otro momento el porqué de esta insistencia de Rodríguez sobre mi obra y en particular sobre mi discurso teórico y crítico, según él, impenetrable, difícil y abominable. Remito al lector a mi obra ya citada, solamente para que se constate la mala fe y la tendencial opinión de dicho profesor de la Universidad de Toronto-Canadá.
¿Cuál era el estatuto de la lingüística afroamericana en la época de PHU? ¿Fue PHU el único estudioso que “desconoció” en toda Hispanoamérica el proyecto crítico-lingüístico de influenciaafrocriolla, afrohispánica, negra o africana en América? ¿Fue PHU el único lingüista “racista” con “puntos sombríos” en este sentido?
La lingüística hispánica de aquel entonces fue víctima de los mismos “puntos sombríos” que, según Rodríguez tiene, posee y destila la obra lingüística de PHU. Pero estos puntos no han sido discutidos ni estudiados suficientemente hasta hoy.
Así pues, ¿cómo puede Rodríguez ver “puntos sombríos” en ese espacio y límite de la obra de PHU, cuando el mismo Rodríguez desconoce el habla de los negros de América y no domina, que sepamos nosotros, una sola lengua africana, dialecto o sociolecto afroamericano de los hablados enAmérica? ¿Cómo puede este supuesto catedrático elevar una crítica en este sentido sin la debida preparación lingüística, siendo este un punto tan “espinoso”, no sólo para él, sino también para cualquier lingüista profesional de vertiente afroamericana?
Pero todo el problema está,no en PHU, sino en la pedantería de un sujeto neocolonizado que quiere hablar “por otro”, sin el debido conocimiento y sin las necesarias informaciones de una cultura idiomática determinada y establecida por un tiempo y un espacio de especificidades e interpretaciones.
La lingüística afroamericana y las áreas dialectales afrohispanas, afrocriollas o afrodialectales no se conformaron como un objeto de estudio en las agendas de lingüistas profesionales en las décadas del 20 y del 30 del siglo XX, ni mucho menos de los filólogos o lingüistas de entonces especializados en “el español de América”, o en el español peninsular.
Dicha temática no era tratada ni cultivada con un carácter mínimamente sistemático. Pero lo que realmente quiere Rodríguez no es estudiar, ni destacar en PHU mi estudiointroductorio, o mi “empresa de divulgación del pensamiento de Henríquez Ureña”, sino más bien, “el carácter –según él- ininteligible del estudio preliminar de Pérez”. Del conjunto de argumentos, ideas y planes de trabajo que planteo, dicho articulista decide ver solamente un párrafo difícil y la “prosa atropellada del mismo”. Y así, deforma mi propuesta para “ensayar” un ejercicio escolar (“Ensayemos un (sic) ejercicio escolar”) y toma como muestra el fragmento que para su entendimiento resulta más difícil e “impenetrable”.
Evidentemente, luego de que cualquier lector lea mi propuesta de estudio de PHU y lea su artículo El Henríquez Ureña de Odalís G. Pérez, se dará cuenta del “recorte”, la mezquindad y la mala fe o intención de su autor.
Debo confesar que el guión errático y equívoco de Néstor E. Rodríguez elaborado a propósito, no solo de mi libro, sino también de la obra de PHU, es también una pieza que proviene de lo que entendemos como una visión neocolonizada y neocolonizadora de un sujeto que seendilga notoriedad y superioridad en un espacio académico donde su desenvolvimiento como supuesto estudioso es desconocido para nosotros. La misma mención de otro “académico” y de suobra desconocida en el ambiente intelectual del país y cuya obra o estudio tampoco se ha socializado hasta hoy en la academia dominicana, ni se ha presentado como publicación en el país, hace de la intervención de Rodríguez un “paquete” sospechoso.Hasta ahora no hemos encontrado el libro del académico dominicano Julio A. Valdez en ninguna librería del país, por lo que no podemos emitir ningún juicio u opinión al respecto, pero tampoco hay que hacerle caso a la opinión prejuiciada, acomplejada, deliberadamente recortada y retorcida del profesor Rodríguez, quien vive para denostar y necesita para poder vivir; labora en la Universidad de Toronto como supuesto catedrático titular de literatura y quien deforma de manera circunstancial e intencional la obra de PHU y un libro nuestro que no se propuso estudiar ni recopilar las ideas “lingüísticas” ni los ensayos lingüísticos (s.n.) de PHU.
Lo más importante de esta malintencionada pieza de Rodríguez es que la misma nos hace aclarar puntos de interés en torno a los estudios y ensayos lingüísticos del filólogo, escritor, crítico, humanista y estudioso dominicano, en un momento tan necesario y estratégico para el estudio de su obra y su re-posicionamiento en los estudios culturales, lingüísticos, literarios y académicos caribeños y latinoamericanos.
A propósito de los estudios y ensayos lingüísticos de Pedro Henríquez Ureña es importante informar al lector, sobre una publicación que conformó un proyecto de Obras completas, aun inacabado, publicado en cinco volúmenes, por la entonces Secretaría de Estado de Cultura y la Editora Nacional. El tomo IV de aquella empresa editorial se publicó bajo el siguiente título: Pedro Henríquez Ureña: Estudios lingüísticos y filológicos, Santo Domingo, 2003, 268 Págs.El volumen va acompañado por una introducción de la lingüista Irene Pérez Guerra, de la Academia Dominicana de la Lengua y titulada: “La producción de tema lingüístico y filológico en la obra de Pedro Henríquez Ureña”. (Véase, pp.9-47). Sobre este y otros aspectos de la obra lingüística, filológica, literaria, cultural y crítica de Pedro Henríquez Ureña volveremos en otro momento.
JPM
ALMOMENTO.NET publica los artículos de opinión sin hacerles correcciones de redacción. Se reserva el derecho de rechazar los que estén mal redactados, con errores de sintaxis o faltas ortográficas.
Suscribir
1 Comment
Nuevos