¡Lo importante es la actitud!

 

Con el fracaso aprendemos y nos hacemos más fuertes, más resistentes. Es ese momento de nuestras vidas, cargado de contrariedades, el que nos ayuda a prepararnos para afrontar situaciones difíciles en el futuro, enseñándonos de nuestras propias experiencias ante pasados fracasos. 

Tanto es así, que en ocasiones podemos considerar ese hecho como la antesala del éxito.

Hay momentos en los que para triunfar es necesario haber conocido el fracaso y todo lo que ello conlleva, lo que supone un aprendizaje imposible de conocer por quienes no lo han experimentado. 

¡Son esos, a los que más le dolerá la caída!.

Cuando fracasamos, nos sentimos tristes, desesperanzados e impotentes. Es una sensación que desearíamos evitar, sin embargo, con el paso del tiempo nos damos cuenta que todo fracaso, a pesar de ser una experiencia desagradable, conlleva aspectos positivos que luego con el tiempo aprenderemos a valorar y utilizar a nuestro favor.

Algunas veces como sustituto del fracaso, aparece el orgullo, con el que tratamos de encubrir aquello en lo que hemos fallado, siendo esta una actitud cobarde que en la mayoría de las ocasiones se produce por temor a las consecuencias, debido a que somos incapaces de reconocer nuestros errores.

Otra sensación muy común, es la necesidad de disculparse constantemente con la persona que se comete el error o a quien le afecta, o de justificar la equivocación con el fin de liberarnos un poco de la culpa, tratando de encontrar la mejor salida a nuestras equivocaciones de cara a los demás.

En perspectiva, el fracaso afecta de forma diferente, según la personalidad de cada individuo.

Unos piensan que haber fracasado es algún designio de la vida, lo cual deberán aprender a soportar de la mejor forma posible ya que, mentalmente, nunca se liberarán de ese infortunio. Mientras que otros, consideran que haber fracasado en un determinado momento no significa que sean unos fracasados ni que siempre será así, sino que por el contrario, lo ven como un desafortunado acontecimiento que pasará y no tiene por qué volver a repetirse.

En ocasiones el fracaso supone el final de todo, hunde a las personas y los hace perder la confianza en sí mismas, tornándolas incapaces de remontar esa realidad. Incluso, las imposibilita para situaciones posteriores, creyéndose incompetentes para realizar cualquier otra actividad.

Sin embargo, el verdadero fracasado no es aquel que obtiene una serie de fracasos en su vida, sino aquel que se muestra perezoso a la hora de aprender de sus propios errores y no es capaz de reponerse y aprovechar las lecciones que el propio fracaso le ofrece.

Tanto el éxito como el fracaso, forman parte de nosotros. Todos en algún momento o circunstancias de nuestras vidas, hemos experimentado ambas experiencias. Nuestra actitud es fundamental para sacar el máximo provecho de los fracasos que sufrimos.

Si actuamos con coraje, determinación y firmeza, poniendo todo nuestro empeño para lograr el objetivo propuesto, veremos como el fracaso desaparece en cuestión de segundos.

Si reflexionamos brevemente, sobre los errores incurridos para no volver a cometerlos, entonces aprenderemos realmente de ellos, y estos nos ayudarán a cambiar para mejorar en aquello que fallamos.

Si para conseguir un objetivo utilizamos una vía que nos lleva al fracaso, lo inteligente no es abandonar el objetivo, sino intentar otros medios para lograrlo.

Si ante circunstancias que no tienen solución, aceptamos el fracaso lo antes posible, asumiendo las consecuencias, entonces podremos iniciar nuevos proyectos con mejores posibilidades de éxitos.

Si se produce un fracaso por negligencia nuestra o por una mala actuación de terceros, lo primero que debemos hacer es asumir nuestra responsabilidad y posteriormente, utilizar ese imprevisto como una lección para no volver a actuar de esa manera y no cometer los mismos errores.

Por último, Henry Ford, decía:

“El fracaso es sólo una oportunidad para empezar de nuevo de forma más inteligente”.

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