Líderes, payasos y celebridades

 

Hace poco, mientras releía una biografía de Stalin caí en la cuenta de que ni él ni ningún otro dirigente de la época sonreía, o de cualquier manera posaba, empleando gestos, modales, actitudes que pudieran discrepar con la investidura que ostentaban. Rápidamente, repasé en mi memoria las imágenes de Churchill, De Gaulle, Adenauer, Mao, Roosevelt, Fidel, Truman, Perón, Cárdenas y con ellos un sinnúmero de otros muy reconocidos estadistas y ninguno de ellos andaba ni se fotografiaba con la sonrisa de azafata en pleno vuelo o empleada de servicio al cliente en cualquier empresa. Los lideres debían verse majestuosos, imponentes, superiores mientras que ahora, deben verse simpáticos, graciosos, asequibles. Antes debían verse épicos parecidos a los héroes y los dioses de las estatuas del pasado. Hoy deben verse buenosmozos, bien vestidos, a la moda y mas cerca de las celebridades, el estrellato y la fama que de la historia.

El estrellato en la conducta y el comportamiento de los líderes es hoy –en varios aspectos- mas apetecible que la sobriedad y solemnidad  que históricamente acompañaron el  liderazgo político.  En la actualidad y en casi todos los países los lideres políticos tratan de parecerse a las grandes luminarias del deporte, la cinematografía o el espectáculo imitando sus poses, gestos, atuendo y, lo mas notable, adoptando su sistema de valores. Las celebridades son pues imitadas por los que buscan, tienen u ostentan poder incluso a sabiendas de que aquellas mismas celebridades carecen – al menos formalmente- de dicho poder.  Pero, en realidad, no es del todo así. Las celebridades no ostentan cargos con poder político formal, pero si tienen poder real por cuanto en la práctica definen  el estilo de vida y el sistema de valores considerado “ideal” y por tanto pautan las modas, actitudes, conductas, discurso verbal y lenguaje corporal. Por eso, vivimos la paradoja de que los políticos que buscan o tienen poder tratan de parecerse a las celebridades que no lo tienen.

Imitar a las celebridades es fácil y está al alcance de cualquiera en tiendas, supermercados y escenarios. Pagando el precio adecuado, cualquier persona puede parecerse a la celebridad de su preferencia porque además de los productos, servicios y ambientes de primera que los distinguen, el mercado ofrece una versión barata para alimentar  ese sueño inextinguible, esa ilusión impenitente de ser y parecerse a las estrellas. Ese deseo de estrellato y celebridad, incluso a la escala del barrio, la escuela o el trabajo, ya convertido en necesidad fue mimetizado por la gente común y poco a poco fue encontrando su camino hasta llegar al nivel de los líderes y gobernantes que ejercen hoy un poder mediatizado y desideologizado. Así como los ciudadanos se convirtieron gradualmente en consumidores, así mismo los dirigentes políticos fueron mimetizándose en payasos, celebridades o estrellas de nuevo cuño como Macron, Trudeau, Trump, Johnson, Berlusconi, Cameron, Peña Nieto, Martelly. En ese contexto Putin, López Obrador, Netanyahu, Xi, son la excepción y no la regla.

Mientras la imitación de estilos de vida se puede comprar en las revistas de moda tanto físicas como virtuales seguir, adherirse, respaldar o comprometerse con los lideres políticos plantea un problema: ¿seguirlos a donde si ellos mismos no saben a donde van?  ¿Adherirse a que si no hay causa que lo merezca? ¿Respaldarlos en que si la deslealtad es mutua?

Imitar se ejecuta en lo inmediato mientras que seguir a alguien solamente produce resultados a mas largo plazo. Por ejemplo, para imitar basta comprar atuendo, moda, la iconografía de la modernidad mientras que para seguir a alguien o algo es necesario hacer una inversión que no retribuye de manera inmediata la satisfacción derivada del gasto o la inversión en imitar las celebridades.

¿Por qué quieren los políticos parecerse a las celebridades? Pues porque así se parecen mas a su propio electorado y eso ayuda y está de moda. Luego, como ninguno se lo toma realmente en serio hay una especie de entendimiento tácito, la farsa se consagra al mismo tiempo y por ambas partes. Muchos “líderes” en países mejor organizados ni siquiera persiguen el poder para  “robar” sino para “gozar” celebridad doble y costeada por otros. Es la oportunidad que tienen de sentarse a la mesa de un rey que no reina, subirse al yate de un multimillonario, alternar con mujeres famosas y generalmente despiadadas y convertir lo que quedaba de su vida real en la farsa que la publicidad glorifica, que los de arriba disfrutan y que los de abajo financian.

Hasta un día.

 

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