Leonel Fernández: heredero de las pasiones

En su joven historia republicana, la sociedad dominicana, experimentó el nacimiento y el ocaso de importantes figuras políticas que surgieron como parte de un proceso efectuado con el propósito de avanzar en la búsqueda de una sociedad mejor.

En su intento, cada uno procuró hacer su mejor aporte. Pero indudablemente, las contribuciones más transcendentales a nuestra historia democrática, fueron las del Dr. Joaquín Balaguer, el Prof. Juan Bosch, y el Dr. José Fco. Peña Gómez.

Joaquín Balaguer, ocupó un espacio importante de la historia post-trujillista, que le heredó un sentimiento reprimido de una sociedad que veía en él, la continuación de aquel régimen violento, no obstante haber sido un instrumento de transición –como lo fue– que allanó el camino para que el país iniciara el recorrido hacia la búsqueda de su consolidación democrática. ¡He ahí su grandeza!

Juan Bosch, sirvió de contrapeso a la dignidad del pueblo, en momentos donde la democracia en las naciones de la región, era sacudida y ahogadas por el absolutismo de la guerra fría, siendo uno de los artífices y propulsores de la más feroz envestida contra la tiranía en el país, y luego, contra las arbitrariedades de un gobierno que se debatía entre la convivencia democrática y los residuos dictatoriales de la época, alcanzando la perpetuación de un liderazgo moral que lo convirtieron en el punto de referencia obligada para tod@s.

José Fco. Peña Gómez, líder indiscutido de masas, y otro discípulo de Bosch, cuyo principal logro fue haber roto los parámetros que dividen a las clases sociales para convertirse en el paradigma de la superación personal y política, siendo su mayor legado, haber construido junto con Juan Bosch, y Joaquín Balaguer, el trípode que sustentó el equilibrio político de la nación durante la postrimería del siglo XX, que polarizó la más fervorosa y efervescente pasión política en torno a tres distintos modelos de pensamiento, y la energía de una democracia naciente.

Ciertamente, los últimos 40 años del siglo pasado, escenificaron una especie irrepetible del liderazgo intelectual y político, personificado en Balaguer, Bosch y Peña. El primero: un continuador ilustrado del despotismo violento de Estado, al cual combatió, pese a las críticas de los que creen lo contrario. El segundo: un forjador incansable de una clase política basada en principios teóricos, cuya misión fue continuar la obra y pensamiento del prócer Juan Pablo Duarte. Y, el tercero: un excitante líder de masas, cuya magia fue tal, de tal magnitud que traspasó las fronteras de las diferencias sociales y de clase.

Los tres, quizás con una visión distinta sobre el Estado, y del ejercicio político como instrumento de cambio social, fueron líderes que conjugaron los fundamentos de la política para dar lo mejor de sí mismo a la sociedad.

Sin embargo, pese a ese desprendimiento y entrega, fueron víctimas de las más bajas perversidades de sus detractores, lo que demuestra que a los hombres que poseen sabiduría y grandeza espiritual, constantemente les lloverán las infamias. Ese deberá ser el precio a pagar por su arrojo y consagración al país. Ese fue el precio que pagaron esos tres fenómenos de la política dominicana.

Pero cuando la naturaleza misma de la vida, y de todo ciclo que empieza y termina, indica que hemos cumplido con el mandato para el cual fuimos concebidos, inicia un proceso natural y evolutivo del relevo generacional que se transforma y cambia, aun cuando en el fondo, el designio siga siendo el mismo. Por consiguiente, a quien le corresponda asumir ese relevo, también le concernirá asumir las consecuencias.

Asimismo, debido a esa ley de vida, la magia que acompañó al liderazgo político que gravitó durante tanto tiempo sobre la sociedad dominicana, decidió avanzar en el tiempo.

Entonces, el día 2 de junio, del año 1996, los dos caudillos más influyentes de aquel proceso democrático, decidieron juntarse para concebir al que sería, el heredero de ese proceso de transformación social, y de las pasiones que ellos sembraron en el seno de la sociedad.

Y, de la mano del expresidente Joaquín Balaguer, y del Prof. Juan Bosch, nació Leonel Fernández, que con apenas 42 años, no solamente, le estaba cerrando el paso a José Fco. Peña Gómez, sino que también, se erigiría como el nuevo relevo del liderazgo político en el país.

Leonel Fernández, un líder excepcional, que heredó la visión política del Prof. Juan Bosch, el pragmatismo gubernamental del Dr. Joaquín Balaguer, y la magia del encanto escénico del Dr. José Fco. Peña Gómez, fue señalado por el destino para desarrollar la infraestructura social, económica y política del país. Ha sido él, a quien le correspondió llevar sobre sus hombros esa enorme carga política, y será él, quien le corresponderá asumir todos los golpes que esa encomienda conlleve.

Por lo tanto, la nuestra, no se trata de una defensa al expresidente de la república, o al candidato presidencial del PLD, no porque no la merezca, sino porque su obra, no es verdad que pueda ser empañada con simples ataques a su conducta moral.

Además, la contundente respuesta ofrecida por el propio Leonel Fernández, a sus adversarios, dejó al descubierto lo que se oculta detrás de esa ignominiosa campaña de descrédito que en el fondo, procura el desequilibrio político del PLD, y su salida del poder en el año 2016.

En mi opinión, se puede estar de acuerdo o no, con el estilo de Leonel Fernández, pero se tiene que admitir que en sus gobiernos se afianzó en gran modo, la consolidación de la vida democrática y la creación de una moderna infraestructura de desarrollo, al tiempo que el país experimentó un sólido crecimiento económico que sentó las bases para que el presidente Danilo Medina, pueda ejecutar con éxito, sus planes de trabajar en el desarrollo humano de la gente. Eso no hubiera sido posible sin la plataforma institucional creada por Leonel Fernández.

En definitiva, aunque muchos no lo quieran asimilar, Leonel Fernández, es el símbolo universal por antonomasia del legado histórico de Joaquín Balaguer, Juan Bosch y Peña Gómez. Y, aunque todavía su dimensión de estadista no sea ponderada del todo y que, pasarán muchos años para que esa parte de la sociedad comience a valorar sus aportes al bienestar social de la nación, es innegable reconocer que él –Leonel–, ha sido el gran heredero de las pasiones políticas sembradas en el corazón del pueblo dominicano.

 

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