Legitimidad e identidad: el caso de los Estados árabes

 

 

Durante la etapa final de la guerra fría, Occidente fomentó la instrumentalización de las identidades religiosas, especialmente la cristiana, la judía y la musulmana para luchar contra la expansión del comunismo, muy particularmente en el mundo árabe y musulmán. 

Sin embargo, donde más agresiva resultó esta instrumentalización fue en la primera guerra de Afganistán (1979-1989). Allí, numerosos jóvenes árabes llamados yihadistas fueron entrenados y armados militarmente para luchar contra el ejército soviético que invadió Afganistán.

Desde ese momento, el islam político militante y radical se extendió fulgurantemente por todos los países árabes y por otros países musulmanes, financiado por redes de Organizaciones No Gubernamentales (ONG) islámicas creadas por los dirigentes de los países árabes exportadores de petróleo en la península arábiga. Estos movimientos islámicos vinieron a agravar la crisis en la legitimidad de los Estados árabes al oponerse a estos Estados, pues los acusaban de no respetar las enseñanzas del islam.

Al día de hoy, pocos de estos Estados escapan a una lógica de desintegración o de enfrentamientos internos, Yemen, Siria, Irak, Líbano, Túnez, Egipto, entre otros. Las causas de los grandes problemas en el funcionamiento de estos Estados pueden ser múltiples y no solo la existencia de comunidades religiosas diversas. Las cuestiones comunitarias o étnicas pueden ser allí el modo de expresión principal, de una situación conflictiva.

Si nos remontamos a la caída del Imperio Otomano, observamos que la debilidad de los Estados árabes es consustancial a su nacimiento. Las sociedades árabes estuvieron cinco siglos bajo la dominación otomana y esto marcó sus vidas. Al hundimiento del imperio Otomano, le siguió el dominio colonial europeo, perdiendo así los pueblos árabes la unidad y homogeneidad de civilización y de costumbres, lo cual vino a ser un caos para estas sociedades.

Con excepción de la Turquía moderna de Mustafá Kemal Atatürk, en el mundo árabe, las sociedades se fragmentaron en diferentes Estados, unos bajo el yugo de Francia, y otros bajo el de Inglaterra. A través de las conquistas militares de los años 20, surgiría en la Península Arábiga el reino patrimonial de los Saud, adoptando el Corán como Constitución y el wahabismo más radical como ideología oficial teológico-política única, constituyéndose hasta el día de hoy en un espacio de rechazo de toda modernidad liberal.

En la zona de Levante, Líbano fue separado de Siria y lo que es Palestina se convertiría en un Estado judío acorde a la Declaración de Balfour de 1917. Se produjo la balcanización de los territorios de las provincias del otrora imperio Otomano, algo muy diferente a lo que pasó con Turquía que logró reconstruirse y conservó la unidad de su territorio de la Anatolia. 

La balcanización de los territorios árabes llegó también con la balcanización de los sistemas políticos: Irak y Transjordania se convirtieron en reinos, concedidos a modo de consolación a descendientes de la familia hachemíes, Faisal en Irak, y Abdalá en Transjordania (oficialmente Reino Hachemita de Jordania a partir de 1950). Líbano y Siria se convirtieron en repúblicas. Una parte de las élites árabes fue educada según la modernidad francesa, y otra, según la británica. Esto añadió elementos de heterogeneidad política importante en esta balcanización territorial.   

El desarrollo del poder de Egipto impulsado por el nasserismo, así como más adelante, el aumento del poder financiero de Arabia Saudita, favorecieron a los dirigentes comunitarios sunitas en Líbano. Sin embargo, la revolución de la República Islámica de Irán en 1979 influyó de forma importante en las estructuras comunitarias a favor de los dirigentes de la comunidad chiita. 

Desde la invasión de Irak por parte de EE UU en 2003 y de la violenta crisis que afecta a Siria desde 2011, el comunitarismo religioso ha hecho estragos. Un Irak sumamente laico, dio paso a un país devastado por el enfrentamiento entre sunitas y chiitas.

La institución de este régimen en Irak en 2004 es una prueba evidente de los resultados catastróficos de la instauración de las comunidades en el orden político. En Siria también surgió la cuestión comunitaria en la preponderancia de algunos miembros de la comunidad alauita en los engranajes civil y militar del Estado.

La gestión de la ocupación por parte de EE UU dio lugar a un reparto no equitativo del poder entre las dos grandes comunidades, chiita y sunita, en beneficio de la primera, con el pretexto de que la comunidad sunita había oprimido a la chiita desde la creación del Estado de Irak. De esta forma, la influencia de la República Islámica de Irán ha podido desarrollarse ampliamente en Irak. Concomitantemente ha surgido un terrorismo temible practicado por grupos que dicen defender a los sunitas. Este terrorismo ha alcanzado proporciones alarmantes y con la partida de las tropas estadounidenses no se frenó. 

El régimen comunitario, además, de consagrar la demagogia comunitaria y el desarrollo artificial del fanatismo religioso, también fomenta la corrupción de dirigentes a los que no es posible exigir que rindan cuentas sobre su gestión, para no correr el riesgo de provocar desórdenes comunitarios. 

Separar a comunidades que han vivido juntas por siglos, con un mismo idioma, costumbres parecidas y un origen étnico común, valiéndose del pretexto que practican religiones diferentes: islam y cristianismo o una misma religión pero de forma diferente: católicos y ortodoxos en el caso del cristianismo, y sunitas y chiitas en el caso del islam, es algo descabellado que allí donde se ha puesto en práctica, ha provocado la desgracia de las poblaciones envueltas. La creación de un régimen comunitario para dar cabida a diferencias o a particularidades, es además por lo general el primer paso hacia la fragmentación de la entidad política.

La crisis en la República Árabe de Siria ha mostrado que es también un país con múltiples comunidades como Irak. Lo insólito es que se proponen soluciones de reparto comunitario del poder político, olvidando todas las desgracias que desde hace más de un siglo estos repartos han provocado sobre las sociedades que tienen dichos regímenes. 

La crisis de legitimidad que los Estados árabes han sufrido, son el resultado tanto de la fragmentación de la región llevada a cabo por Francia e Inglaterra tras la Primera Guerra Mundial como de los fracasos de la industrialización. Así las cosas, la crisis del empleo, las injusticias sociales y la corrupción crean ambientes propicios para la designación de culpables favoritos. 

De ahí que no es en el reparto comunitario del poder donde se debería buscar la solución a los numerosos problemas de legitimidad que afectan a estos Estados desde la independencia, sino en unas políticas económicas y sociales que garanticen el pleno empleo, la igualdad de oportunidades y el sentimiento común de ciudadanía.  

Este sentimiento era mucho más fuerte hace 50 años, cuando la mayoría de las sociedades árabes se reconocían en una arabidad abierta, que no estaba basada en la identidad religiosa, sino en la comunidad de idioma, de cultura y de historia. Hoy, la crisis de legitimidad de los Estados y gobiernos árabes se desprende de la desaparición del nacionalismo árabe laico y abierto, lo que benefició a los movimientos radicales islámicos que han venido a llenar el vacío de identidad creado. Este radicalismo es el que a su vez, da lugar a sub-identidades asesinas de tipo comunitario.

 

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