Las ondas expansivas del trauma post-victoria Trump
Si quisiéramos referirnos a un liderazgo político-social que ha sido, en cierta forma, ruptura con el liderazgo político-machista tradicional en nuestro país, el nombre de una estrella solitaria, afloraría, sin menos cabo, en el contexto-paralelo de los dos liderazgos que hegemonizan el espectro político-electoral nacional: Danilo Medina y Leonel Fernández.
Traigo de nuevo el tema, porque hace poco escribí un artículo bajo el título: El trauma post victoria Trump, en el cual sostenía, entre otras reflexiones que “Parece que por mucho tiempo el fenómeno Donald Trump será un trauma político-intelectual de mucho de los “analistas independientes” que, en principio, no le vieron posibilidades de llegar a la Casa Blanca, o que, de plano, lo declararon “improbable”.
Y no fue sólo la jauría de intelectuales “progresistas” o rabiosos neoliberales -como Mario Vargas Llosa-, sino también la retahíla de medios que se impusieron, cual medida cautelar, el guion-libreto de la “inversión de la carga de la prueba” para negarse a informar mas allá de sus espejismos-preferencias, los que tendrán que purgar el yerro de no captar e informar la atmósfera de un hastió que Trump supo capitalizar a su manera y desparpajos…”.
Esa solo introducción para radiografiar un fenómeno palpable, pues, es innegable que los demócratas –con Obama a la cabeza- no han superado el trauma de la victoria post-Trump. Una serie de acciones y reacciones así lo atestiguan (entre ellas, objeción a todo gabinete propuesto, expulsión de diplomáticos a solo días de la juramentación, en franca inobservancia de la cultura del “Lame duck” –o patito cojo- en la política norteamericana).
Curiosamente, de los demócratas, solo Hillary y su esposo, Bill Clinton, han dado señales fehacientes de superación de la derrota, pues ha trascendido que, incluso, estarán en la juramentación de Donald Trump.
Pero las ondas expansivas del trauma post-victoria de Trump, increíblemente, han tenido resonancia en nuestro país y ni siquiera en el ala política-ideológica donde mejor se pudiese haber aposentado: el de la “izquierda burra” o fosilizada que, dicho sea de paso, ha sido capaz de solidarizarse e identificarse con la caída de un Robin Hood delincuente, no ya desde el plano humano –algo comprensible, si fuere el caso-, sino desde una quimera “revolucionaria” que solo habita en la azotea del “…único general comunista que ha tenido el país…” –¡válgame Dios!- como se ha autodefinido el susodicho, obviando o borrando, de un porrazo, a aquel “Coronel de abril” que sí se la jugó, equivocado o no, al intentar derrocar una semi-dictadura: la de Joaquín Balaguer 1966-78.
Y es un caso extraño y hasta increíble, pues mueve a algunas especulaciones que actores del espectro político-ideológico liberal o de centroderecha (y hasta conservadores aunque algunos ni cuentan se den), estén atrapados en las ondas expansivas del trauma post-victoria de Trump.
Tales posturas, sin duda, nos ponen en la perspectiva de preguntar: ¿cómo es posible que actores duchos y experimentados de nuestra política vernácula, incluso con liderazgos, hayan llevado tan lejos y tan explicitas sus preferencias políticas-ideológicas y hasta electorales?.
O más sencillo: ¿No estarán pensando, que cuando opinan también –y dada su condición de figuras presidenciables- dejan al descubierto su diplomacia-manejo al tratar-dilucidar sobre asuntos y realidades –nacionales e internacionales- que serán de valoración-atención, en algún momento, en círculos fácticos de poder?
De veras, no encuentro explicación lógica a que el trauma post-victoria Trump y sus ondas expansivas estén causando estragos en actores claves y definitorios del espectro político liberal y de centroderecha de nuestro país (más allá del válido ejercicio académico, o del análisis para consumo político-estratégico interno).
Mucho menos, le encuentro lógica, a las posibles ganancias políticas-ideológicas y electorales que tales posturas les sumarian desde la perspectiva de sus ascensos –o retornos- al poder. Sin duda, un fenómeno extraño, o quizás, atípico.
No obstante, y como decía el profesor Juan Bosch –infiriendo de Martí– “…en política hay cosas que se ven y cosas que no se ven…”. En consecuencia, sabrá Dios qué estarán viendo esos actores que nosotros no vemos…!
JPM
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