Las obligaciones de un gobernante

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LA AUTORA es comunicadora. Reside en Santo Domingo.

 

Usando un término técnico jurídico se puede decir que la obligación de un gobernante frente a su pueblo es una especie de obligación de prudencia y diligencia.   Debe hacer todo lo que le es posible para lograr obtener los mejores resultados que una determinada situación le permita realizar.  Un gobierno no es una obligación de resultado. No es posible el resultado exacto que desea la gente…de prosperidad, pleno empleo, crecimiento, baja inflación sino hay una situación que lo permita.  Un gobierno perfecto es imposible…la perfección no existe. Lo que existen son buenas y malas gestiones.

En la gestión  de Lula Da Silva se llegaron a denunciar  casos de corrupción in contra de algunos funcionarios de su gobierno.  Esto no impidió  que la gestión  fuera muy buena. Lula Da Silva logró lo que ningún otro gobierno brasileño había logrado hasta entonces; disminuir enormemente la pobreza, y lograr un grande crecimiento económico (ayudado también de una grande demanda de materia prima).

La corrupción es un mal que puede surgir en todos los sistemas políticos y en un partido político hay muchas personas con distintos valores morales.  Existen problemas en el mismo sistema, se requiere dinero para hacer campañas políticas y ese afán de dinero puede ser peligroso.  Esto es un mal que afecta a todos los partidos políticos, no solo en República Dominicana.  Entran más fácilmente a las organizaciones  y a los gobiernos personas con capacidad de  aportar dinero, y no aquellos que solo destacan por cualidades como la capacidad y la calidad humana

La corrupción, como ya he señalado en otros artículos, es una debilidad susceptible de ser descubierta.  Hay que perseguirla para que no crezca porque una vez que un gobierno se deja invadir de la corrupción hasta los últimos estamentos,  comienza la mala gestión, el desperdicio de recursos y  los grandes errores que repercuten inexorablemente en la gestión de gobierno.

Un gobernante debe saber lidiar con la real politik,  una parte, a veces oculta,  de la política, donde se cuecen estrategias, negociaciones, acuerdos, se lidia con conflictos de intereses.  La otra cara de la política, gris y a veces compleja, donde un gobernante debe ser antes que nada realista, prudente y hábil.

Es una obligación de un gobernante ser un buen líder, saber lidiar con sus subalternos, con sus seguidores,  ser gentil y diplomático, ser capaz de escuchar con atención lo que tienen que decir los otros.

Un gobernante debe ser un patriota, defender la soberanía de su pueblo. Está en la obligación de actuar como un buen “Páter Familia” con el pueblo que gobierna.  Son estos, los patriotas, los lideres visionarios que crean grandes cambios y llevan hacia el progreso las naciones.

El que conoce la historia del Japón sabe que uno de los elementos que han hecho de esta nación una potencia mundial es su profundo orgullo nacional.  Un orgullo manifestado en sus líderes más visionarios.

Hace ciento cincuenta años el Japón era un país de agricultores de arroz y señores feudales despóticos, hasta que vino el gran cambio en el siglo XIX, en el periodo llamado Meiji.  En este período  un grupo de políticos de origen, sobre todo,  campesinos samuráis, consientes de las carencias y el atraso del país en comparación con los países del occidente emprende un ambicioso plan de modernización para el Japón.  Para ello buscan asesores extranjeros, envían jóvenes al extranjero a estudiar en los mejores centros de enseñanzas, dando así un impulso a la economía y a la industria del país.

Kenneth G. Henshall en su obra “Historia del Japón” señala que para aquel  grupo de políticos “Dicha transformación no sólo habría ayudado al país a obtener reconocimiento internacional si no también, si era gobernada de modo sabio, habría permitido al Japón de hacer propias los puntos de fuerza de las potencias occidentales, y de esta manera ser más fuertes y competitivos”.   Como se ve,  los buenos gobernantes, los visionarios son los que transforman las naciones. Su prioridad son los intereses de la nación, no los suyos personales.

Un buen gobernante está en la obligación de tomar las riendas en un país en crisis y lograr, con su gestión, una rápida recuperación. Como un Moisés que ayuda a escapar a su pueblo de la esclavitud y  los hace atravesar el desierto porque “sabe” de estar en el camino correcto hacia la tierra prometida.

Los buenos gobernantes están en la obligación de crear las  bases para un futuro mejor, a través de eficaces inversiones en la educación,  y luchan con tenacidad  para crear nuevas fuentes de trabajo.

En fin, esas son las obligaciones de un buen gobernante, no sólo palabras, promesas y cherchas sino hechos y buenos resultados.  Y eso es lo que debe tomar en cuenta una masa crítica y pensante de votantes que cuida con esto sus propios intereses y los de su patria.

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