Las manos sucias

 

 

“¡Cómo te importa tu pureza chico! ¡Qué miedo tienes de ensuciarte las manos! Yo tengo las manos sucias. Hasta los codos. ¿Y qué? ¿Te imaginas que se puede gobernar inocentemente?”.  Jean Paul Sartre

 

 

Quiérase o no, gobernar es un ejercicio de integridad y de limpieza. Un mandatario debe mostrar el alma y las manos limpias en sus actuaciones. Jamás la sombra de la duda puede opacar la cristalina luz de la verdad. Su gestión, además de diáfana, ha de ser absolutamente clara como las radiaciones de las estrellas.

 

Faltar a la verdad o decir falso testimonio es uno de los diez mandamientos, constituye un pecado tan grave como hurtar. Las mentiras dejan manchas en la conciencia difíciles de limpiar, como las manos sucias del lodo putrefacto que se endurece con el paso  del tiempo.

 

Negar la verdad cuanto esta es tan evidente como el sol, es una ingenuidad. Se pueden abrir sombrillas, poner lonas y en el menor de los casos, tapar la luz solar con las manos, pero  no se evita la salida de algunos rayos. Por lo tanto, con simples artimañas es imposible impedir la claridad. Así mismo es la verdad, inocultable. Los griegos les decían a la verdad, aleteia, significando, “la claridad de las cosas”.

 

Por respeto a nuestra nación, los que se contaminaron las manos con el dinero del soborno, están obligados a admitir su error y a pagar en la cárcel por el crimen. Es de responsabilidad levantar sus manos indecorosas y admitir la gravedad de los hechos. Nada de mentir, pues es imposible ocultar la verdad. La abrumadora documentación que lo incrimina es un potente foco de la veracidad. ¡Levanten sus manos deshonestas y pidan perdón! Es humano equivocarse. El dinero por desgracia, es un imán que atrae el metal de la moral. No cometan el otro delito de mentir y negar los hechos.

 

El pueblo dominicano está en espera de escuchar la verdad. No más maniobras engañosas. No traten de enjuagarse en secreto sus manos, que estas se limpian pero no la conciencia. Han pasado cinco meses y todavía muchos no han tenido el valor de alzar sus dos brazos, como implorando al Creador, para expresar misericordiosamente: Me equivoqué, tengo sucias mis manos. Señor, me siento arrepentido.  ¡Pido perdón!

 

Para muchos, ese gesto no es suficiente. Sin embargo, sirve para higienizar el espíritu. El arrepentimiento y el pedir perdón nos liberan del pecado. Si a ese gesto se suma el devolver el dinero recibido, y se cumple una condena por la violación a la ley. Entonces la lección enseñará a otros funcionarios, lo riesgoso de mantener sucias las manos.

JPM

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