Las guerras de las poses

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EL AUTOR es abogado.

«El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente». Lord Acton.

Parecería si el novelista de ciencia ficción, el inglés H. G. Wells, ha salido de su tranquilo mausoleo para venir a una pequeña isla del Caribe llamada República Dominicana a escribir un nuevo cuento que llevaría como título Las guerras de las poses, similar a aquella famosa novela suya de ciencia ficción llamada Las guerras de los mundos, publicada en 1898.

En la historia de esta obra el escritor pretende regresar al mundo de las novelísticas legendarias reencarnado o resucitado; esta narrativa vendría siendo una especie de ejercicio de guerra entre partidos políticos y candidatos haciendo las veces de «alienígenas» en un territorio fallido donde los líderes se expresan a través de simulaciones y de secretas componendas.

En esta singular novela no habrá invasión marciana ni astrónomos notables, pero habrá un pueblo que será testigo de una explosión política que habrá de estallar, no en el planeta Marte, como sucede en el relato de Las guerras de los mundos, sino en un atolón que ha sido llevado al fracaso social por una pandilla de «alienígenas» terrenales con antifaz del famoso personaje aventurero llamado Raffles, el ladrón de las manos de seda, de aquel programa radial escrito en Cuba por José Ángel Buesa.

Estos políticos han diseñado un esperpento denominado casa electoral, que más bien viene siendo una especie de organismo carnavalesco que se transforma en una «máquina guerrera» para mofarse de los electores en sus propias caras.

Estos políticos, repito, de extraña apariencia no pertenecen al campo de la hipótesis científica contada por la antigüedad clásica ni vienen huyendo de un planeta que está muriendo, como los marcianos de la novela fantástica Una princesa de Marte, habitante de un planeta imaginario creado estupendamente por el escritor estadounidense Edgar Rice Borruoughs.

En modo alguno estoy tratando de especular con estos personajes terrenales de nuestra política vernácula sobre «La Pluralité des mondes habités» (1862), del escritor, astrónomo y espiritista francés Camille Flammarion. Estos alienígenas increíbles han brotado del submundo de las novelas posmodernistas del escritor neoyorquino Don DeLillo, reconocidos por la espeluznante historia de corrupción y desmanes financieros.

Sin embargo, los políticos y gobernantes de esta isla ingenua, al carecer de la más mínima ética, se asocian y se separan ficticiamente, desorientan y le fingen al pueblo que lo dirigen por buen sendero, hacen tratos inmorales entre sí, se compran y se pagan deudas personales con recursos del Estado como retribución a su sometimiento, adoptan pose de Judas cerrándole el paso a la juventud para atajar oportunidades electorales convenientes y se cubren sus espaldas vociferando cosas como ésta: «No lo tocaré ni con el pétalo de una rosa», sentencia esta acuñada originalmente por el escritor y dramaturgo irlandés Oscar Wilde, autor de las novelas famosas El retrato de Dorian Grey y El crimen de Lord Arthur Saville.

En sus discursos públicos simulan una guerra política de oposición, contratan firmas encuestadoras para reflejar valores de simpatía y de preferencia electoral adulterados que le favorecen, colocan partidos políticos y dirigentes sin legalidad o que no están participando del debate electoral para desarticular psicológicamente los electores, semejan fraccionamiento de organizaciones políticas para dividirse liderazgo y darse alto estatus entre la «familia» y resuelven finalmente sus aparentes diferencias políticas o ideológicas en el ámbito de la «parentela», al estilo de los más connotados hampones sicilianos.

A decir verdad, no existe guerra verdadera entre la actual familia política dominicana, como la que se vivía en los tiempos de la renombrada Cosa Nostra, que dirigiera en Italia Giuseppe Mazzini; inclusive en esta isla inigualable del Caribe esa mafia política comparte compadrazgos y matrimonios entre sí. Empero, aunque el lector no lo crea, en esta clase de «sociedades» siempre hay un capo di tutti capi o jefe de una familia que, al ser más poderoso y haber acumulado más fortuna y por haber absorbido a los jefes de los otros partidos políticos o «familias» se convierte en el más vigoroso miembro de la mafia política nacional.

En definitiva, en la hipótesis de la guerra electoral que se está tratando de filmar en la isla se parece a aquellas encarnizadas batallas de las películas de Hollywood: son simplemente guerras simuladas, inventadas a manera de distraer la atención deleitando a la masa electoral mientras el director de los votos, el capo di tutti capi y los otros jefes de la «familia política» acuerdan primero con el underbosso subjefe de ese submundo político en qué instante este último jefe de otra «familia» dirá públicamente alguna idiotez que produzca otro desencanto en la masa votantes, dándole paso con ello al capo di tutti capi político.

Ahora bien, para recomponer todas estas maquinaciones políticas que cercenan o mutilan la base institucional y moral de la sociedad en la era de la postmodernidad, una reparación social, política y ética en la isla no podrá producirse utilizando el desgastado liderazgo tradicional ni tampoco sus consiglieres históricos quienes han aconsejado desde siempre a esa ulcerada «familia política».

Ese estilo de gobernar y de dirigir la política en la isla engañada no puede producirse con la intervención de marcianos de La guerra de los mundos. Sería conveniente para esta descomunal tarea traer al escenario político al personaje el increíble Hulk, de aquella famosa serie de televisión estadounidense de finales de 1977, del mismo nombre.

Pienso que en la sociedad dominicana deben quedar algunos puntos luminosos que podrían en su momento acudir al consejo y a la creatividad de un Dr. David Bruce Banner, el autor del celebre y famoso personaje de la película El increíble Hulk o en última instancia, recurrir al exalcalde de Nueva York, Ruldolf Giulianni, que destronó el tenebroso poderío de aquella distinta mafia italiana que llegó a azotar con sus crímenes y excesos aquel estado norteamericano.

Tenemos que aceptar que hay comportamientos y situaciones en toda sociedad que deben desaparecer definitivamente, como hacen los cirujanos oncólogos, que son los únicos capaces de extirpar el cáncer del cuerpo humano evitando con su participación la multiplicación sin control de aquellas células o grupos del submundo político que dañan el tejido social y que responden al nombre de caporegimes o segundos al mando de una organización mafiosa, igual a como lo hace el propio capo di tutti capi, el underboss o subjefe en el mundo de la Cosa Nostra.

Ha sido tan constante y tan nociva la participación de los políticos del submundo en la sociedad dominicana que convendría pensar que ellos podrían decirse entre sí aquella frase acuñada por Ray Liotta en el drama criminal de ficción estadounidense Uno de los nuestros (1990): «Que yo recuerde, desde que tuve uso de razón, siempre quise ser un gangster». Y para lograr este objetivo se insertan en la política.

Una vez allí adentro de la madriguera política, cual D’Artagnan dominicano, juran solemnemente: «Uno para todos y todos para uno», como si fuesen el equipo de los tres mosqueteros de la Edad Media repartiéndose la riqueza del Estado dominicano sin el más mínimo sonrojo, quedando el pueblo cada día más hundido en una miseria degradante y agobiante y aún así tienen los dominicanos que aplaudir y desgañitarse en barrios y pueblos al paso de las lujosas caravanas de estos desfalcadores del erario público.

Frente a la insaciable ruindad de los políticos avariciosos de esta isla, el pueblo dominicano se está quedando lamentablemente como el título de aquella memorable obra de teatro El viajero sin equipaje, estrenada en 1937, del dramaturgo francés Jean Anoulih, en la cual el personaje principal, Gastón, es encontrado en estado de amnesia, lo que en el caso dominicano sería en estado de despojo.

 

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