Las grandes enseñanzas de Jesús

En este período de Semana Santa todos recordamos la vida, la pasión, la muerte y resurreccion de Jesús. Pero casi nunca ponemos atención a lo que realmente tiene significado de la vida de Jesús: Su entrega y sacrificio para salvarnos y sus grandes enseñanzas para que en nuestra vida cotidiana podamos actuar como Él.

Jesús es el gran modelo a imitar para convertirnos en seres humanos dignos, honestos, íntegros, felices. El gran valor de Jesús se puede apreciar si entendemos que Él, siendo Dios hecho hombre, fue capaz de recibir todos los maltratos y entregar su vida para que cada uno de nosotros encontrara la salvación eterna y nos alejáramos del pecado.

De sus 33 años de edad, Jesús estuvo tan sólo tres años en la tierra haciendo jornadas intensas de evangelización. Pero su impacto fue tan grande y significativo que la historia de la humanidad se dividió en antes y después de su nacimiento y hoy, a más de dos mil años, sigue siendo la figura de mayor importancia e incidencia en el planeta.

En su vida de maestro y de guía, Jesús dejó cuatro grandes enseñanzas que, desde mi punto de vista, son las claves para entender la magnitud de su condición de hijo de Dios y de su acción en favor de la humanidad. Asimismo, son el legado perfecto que nos dejó a quienes lo llevamos en nuestros corazones como Señor y Salvador y, como él, queremos trabajar para alcanzar la redención del mundo haciendo que el reino de los cielos venga a la tierra y construyamos sociedades colmadas de justicia, de igualdad, amor, bienestar y esperanza.

Primera gran enseñanza:
El amor a Dios y al prójimo

La primera gran enseñanza de Jesús fue la de aprender a amar y poner el amor como centro de nuestras acciones. Teniendo como prioridad el amor a Dios y luego amando a nuestros semejantes. El evangelio de Mateo precisa que estando Jesús en una discusión con los fariseos, quienes se aferraban a la ley de Moisés, le preguntaron cuál era el gran mandamiento de la ley, a lo que les respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39).

Esa primera gran enseñanza de Jesús se muestra en todo el amor que Él dio a su padre Celestial y a todos los que les seguían. Donde quiera que Jesús caminaba una estela de amor se dibuja en el trayecto y en los corazones y almas de todo el que era impactado, tocado, o que simplemente le escuchaba o mirara.

Segunda gran enseñanza: El perdón

Cuando Jesús llegó a la tierra la costumbre y tradición era el “ojo por ojo y diente por diente”. Se amaba al amigo y se odiaba al enemigo. Jesús cambió esta situación y dijo que no podía haber odio en nuestros corazones y que de nada vale solo amar a los que nos aman, pues eso lo hace todo el mundo, que lo que nuestro padre Celestial quiere es que amemos y perdonemos a quienes nos hacen daño, a los que nos vituperan y nos aborrecen. Que debemos aprender a perdonarlo todo y a todos, sin importar la magnitud ni el tamaño de las heridas que nos hayan provocado.

En el Sermón del Monte, al Jesús referirse a cómo actuar ante los enemigos, dijo lo siguiente: “…yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y persiguen”(Mateo 5:44).

Jesús nos enseña a perdonar de manera completa y sincera. No diciendo que perdonamos pero no olvidamos, pues el perdón verdadero implica necesariamente el olvido total de todo lo que ha sucedido. Y Jesús fue tan grande y consecuente con lo que enseñaba que, estando en la cruz a punto de morir, le dijo a su padre Celestial que perdonara a quienes le estaban matando porque “no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Tercera gran enseñanza:

Tercera gran enseñanza: Servir a los demás

La vida de Jesús estuvo llena de servicio y ayuda a los demás. Jesús realizó decenas de milagros, levantó muertos, hizo que ciegos vieran y cojos caminaran, sanó personas, liberó demonios, dio alimentación a miles, liberó mujeres condenadas, y siempre su mano solidaria y su ayuda desinteresada estuvieron al servicio de los más necesitados.

Y es que para Jesús, un verdadero cristiano, un verdadero hijo de Dios, debe estar al servicio de los demás. Cuando en un momento los discípulos Jacobo y Juan le pidieron a Jesús que por favor en su gloria les concediera estar uno a la derecha y el otro a su izquierda, les dijo que “el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, será siervo de todos” (Marcos 10:43-44).

Y para que ninguno de sus discípulos tuviera dudas de esta enseñanza, Jesús les dijo con profunda claridad: “Porque el hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).

Cuarta gran enseñanza: La humildad

La vida y el ministerio de Jesús en la tierra estuvieron llenos de un gran espíritu de humildad. Y es que para Jesús la humildad es parte consustancial del liderazgo, porque ella es un espejo para que los demás se miren en ti y para que te reflejes en ellos.

Una de las grandes muestras de humildad de Jesús se produjo cuando al reunirse para la última cena, el Maestro de repente tomó una toalla y un recipiente de agua y le lavó los pies a sus discípulos. Jesús, el Maestro y guía, el Mesías, el hijo de Dios, el rey de reyes y Señor de señores, se postró ante sus discípulos para, al lavarle los pies, dar una de las mayores lecciones de humildad de la historia de la humanidad.

Pedro, uno de los discípulos más destacados de Jesús, entendió profundamente esta enseñanza de su Maestro y en su primera epístola, en el capítulo 5 versículo 5, escribió lo siguiente: “Y todos sírvanse unos a otros con humildad, porque Dios se opone a los orgullosos pero muestra su favor a los humildes”. (NTV).

La mejor y mayor reflexión que podemos hacer en este tiempo y siempre, es ser imitadores de Jesús, ser sus discípulos en cada una de nuestras acciones diarias. Y para ser como Jesús debemos aprender a amar a Dios con nuestra alma, corazón y mente, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, practicar el perdón de manera permanente, servir siempre a los demás y practicar la humildad con sinceridad y en todas las circunstancias. Esa es la mejor manera de ser dignos hijos de nuestro Dios Todopoderoso y dignos coherederos de la gloria junto con Jesús.

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