Larissa: Te recuerdo y te amo eternamente y aún más después, infinitamente, siempre
Como el puente que cruza la trenza sentimental de la hermosa luna, que camina sobre el lomo de la aurora cautivando el amanecer, vivo los sueños de mis insomnios. Te amo y recuerdo más, mientras menos puedo verte. Y mi pensamiento triste piensa con mucha agonía, entre penumbras tejidas con la angustia del desasosiego, la triste tristeza de tu inmensa soledad, entre cicatrices de atardeceres solos y adioses de gaviotas como ladronas de cercanas lejanías, que se llevaron mis alegrías para aposentarlas en la eternidad de tus pupilas y de tu partida.
Somos, hija mía, carpinteros y ebanistas orfebres de quimeras que somos nosotros mismos, más allá de las revelaciones oníricas que nos impone la enorme verdad del misterio de la muerte como espectáculo que hipnotiza lo real. Hace ya 24 años que eres lejano cauce estremecido como el puñal de una voz que surge de los intersticios de fulgores de sombras. Todavía continúo viajando en la orilla de este sueño sediento de almendros, junto a este mar descalzo y batido por olas duras y ornadas de espumas blandas, pretendiendo encontrar dónde y cómo quedaste atrapada en las grandes riberas del ocaso.
He llorado más que estas grandes lluvias cuando minuciosamente duermen. Solo soy tu espejo que llevo dentro en la profundidad de la superficie del abismo, acompañado de un cesto de colores y olores, jazmines y naranjas cuidándote en el surco de mi memoria. Como un ruiseñor nostálgico de agradables recuerdos que eras tu en un nido de enjambres de rocío, que no se conformará nunca con tu ausencia.
Jamás te alejas de mí. Cada noche estás en esa estrella que insistentemente me mira con fervor con su rostro de acacias caídas, como el de un ángel asomado a la ventana infinita del cielo, para que mi alma se sienta tan próxima a ti. Respiro mi soledad, que es la tuya, con la sed en mi garganta acogotada y endurecida por lágrimas que ya no tengo con que llorar la eternidad de tu ausencia.
Larissa, hija mía, necesito tu voz para mi aliento, aunque ésta sea entonada con las cenizas del adiós, con las melodías de hojas amarillentas y derrotadas, mordidas por el tiempo y el viento, asustadas por el estruendo de un relámpago sobre la esperanza rota de una espiga. Acaricio los gajos de tu ausencia mientras mis ojos atristados por la melancolía de naufragios de tus grandes recuerdos, inquilinos eternos de mi corazón.
Arpegio cierto del nunca más. Quién engañó mis deseos de verte. Ahora ya sé que el destino humano solo se puede vivir a través de la ficción, aunque la mujer y el hombre de ficción, de hecho, sufren por no sentirse satisfechos del destino que describen.
Sufren porque sólo en su imaginación escapan de la ficción. Así, tratan de traer al mundo real los fantasmas que le acosan, que casi siempre tocan a las puertas de las horas de las madrugadas, como prosas cargadas de distancias en un tiempo que se marchó en el embalaje de todos los tiempos. Eres la sed de un pez en el río. Eres las alas de una virgen vestida de cariño que transita por los muelles bruñidos de mi alma. A dónde estás.
A dónde quedó aquella sonrisa tuya que escondía la angustia y el dolor, la tragedia y el temor de la cercana lejanía del fin, de tu susurro en los pétalos de rosas erguidas entre grandes aguas como cristales vivientes que varían como nubes, para seducir las miradas del navegante en la inmensidad del desierto del océano. Y de aquel que está en tierra viendo el retorno de olas blancazules embravecidas que, al llegar a las orillas, se tornan apacibles cual mansedumbre.
Homenaje a la Santa Larissa Alexandra Cabrera Almonte, de su mamá Milagros Almonte, de sus hermanas Liza y Melissa Cabrera Almonte, de su cuñado Luís Castillo, de sus sobrinos Lucas José, Liamm José, Louiex José Castillo Cabrera y de su papá José-Dorín-Cabrera
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