La tapa de la corrupción  

 

 

Hay una intima relación entre la desigualdad y la pobreza, producto del centralismo que impera en los gobiernos latinoamericanos, sedientos del manejo burdo e interesado de la economía, quienes urdidos de compromisos con sectores de poder  inmolan y desgastan las instituciones del Estado, llegando a ser anfitriones de los más histriónicos casos de corrupción, aunque la gran mayoría la justifican (la corrupción), remontándose a la biblia y casos erróneos que se funden en el pasado, sin detenerse a analizar que la corrupción no sólo es lesiva para los pobres, sino que torpedea con duras penalidades al conjunto de la sociedad.

 

Con descaro y ferozmente,  la corrupción administrativa es justificada bajo el alegato de ser una actividad universal (Leonel Fernández) que se extiende por todo el planeta, con el argumento de constituir un elemento intrínseco de la vida pública, lo que da curso a que sea cada vez mayor el latrocinio en las instituciones públicas, cercado por el abandono y la intolerancia de los gobiernos latinoamericanos.

 

El pronóstico de Oxfan Internacional, es que para el 2019 la desigualdad social podría reducir cinco puntos, 17,4 millones de personas, es posible que salgan de la pobreza, sin embargo, al analizar lo extensiva que se avizora la corrupción, podría aumentar cinco puntos y dispararse a 18 millones de nuevos pobres, sin la esperanza, excepto algunos casos, de que los patrocinadores de las causas que las generan sean procesados judicialmente.

 

Inherentes casos como los registrados en Brasil y El Perú, son considerados de primordiales, porque la justicia ha tomado el toro por los cuernos, condenando a los ex presidentes, Lula Da Silva (Brasil) y Ollanta Humala (Perú), acusados de sobornos y corrupción, durante sus gobiernos, condena mandatoria de una justicia independiente, libre de cargos y considerada por la sociedad como defensora de los intereses sentidos de ambas naciones.

 

No hay esperanza en buscarle una salida al desbarajuste de los países de latinoamericanos, en materia de corrupción, debido a que son más los ciudadanos que buscan ser sobornados, pero mayor el número de ciudadanos que continúan en medio de la odisea catastrófica de la pobreza, fusionada por la delincuencia entre gobernantes y un ínfimo porcentajes de gobernados que no son procesados por su vinculación con la justicia.

 

El problema de la corrupción no es de forma, ni de fondo, para ser justificada, más bien, lo que tiene es un trasfondo político endógeno para hacer fortuna sin dejar huellas que puedan justificar el hurto escondido en la madriguera que excavan para que nadie penetre y descubra sus actividades de mal gusto en el octogenario desenvolvimiento de la vida pública.

 

Los gobiernos y sus apostillados ministros se han convertido en La Tapa de la corrupción y el robo desmedido, porque cortejan sus prosélitos aceptándoles todas las barbaries que cometen para protegerlo de cualquier dictamen en su contra, hasta verlos regocijarse y santificarse  haciendo conceptualizaciones de ética y moral en actividades públicas.

 

“El manifiesto de la dignidad se consagra con esmero cuando se fomenta la paz”. La inflexión promiscua de los gobiernos tiene convaleciente la paz de Latinoamérica, camino a una hecatombe o convulsión degenerativa contra los poderes que sucumben en la inconducta irreflexiva que denota desinterés entre sus progenitores para garantizar la estabilidad del conglomerado más sensible e interesado en ver sus países fallidos consagrados por el néctar del desarrollo.

 

Defender la corrupción, tomando como punto de referencia los antepasados, es indagar en el archivo de lo inexplicable para justificar la canonización del robo desmedido del Estado.

mbaezjj@gmail.com

JPM

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