La ruta de la “narcopolítica”

Pablo Escobar, en pleno apogeo y desarrollo de su imperio del mal, llegó a ser diputado en su país: Colombia. Incluso, los carteles de Cali y Medellín, financiaron y compraron a gran parte de la clase política colombiana, y se dijo que hasta financió a un Presidente. 
 
Esta suma -degradante y abominable- del predominio de la narcopolítica en nuestro hemisferio hace rato que ya es saga literaria, tele-novelesca y cinematográfica.
 
En el caso nuestro y con Quirino, una mezcla de intereses políticos-mediáticos le ha dado legitimidad pública-política a un narcotraficante -condenado y confeso-, y todo apunta a que, en cualquier momento, algún partido del sistema o, alguna entelequia nueva o vieja, lo asuma y lo postule a diputado, síndico o senador. Porque además y, en la opinión, del Procurador de la República y del presidente de la JCE, acontece que:
 
 “Según tengo entendido, me parece que el Procurador General de la República dijo que el señor Quirino no tiene asuntos pendientes con la justicia. De eso ser cierto, si alguien lo inscribiera como candidato, nosotros tendríamos la obligación de aceptar su inscripción. El está en su perfecto derecho, a menos que haya una sentencia definitiva de un tribunal competente que diga que él no puede serlo”.
 
Así las cosas -de lo halagüeña de la realidad jurídica-política que se le presenta y es-, El Don, podría, incluso, hasta darse el lujo de rechazar incursionar en la vida pública-política nacional por entenderla poco ética y degradante. ¡Hasta donde hemos llegado!
 
Pero algo más, habría que ver qué hará El Don con el capital político-electoral que la mezcla de los intereses antes citados le han concedido en un acto de irresponsabilidad cívica-política y a todas luces atentatorio al frágil orden democrático que, en casi sesenta años, hemos construido con sus altas y bajas.
 
Y en medio de ese debate –y como si fuera poco-, se quiere ahora aprobar una Ley de partidos políticos que en vez de reflejar viejas aspiraciones ciudadanas-colectiva a los fines de adecentar la actividad política y el ejercicio del poder, la vida orgánica-institucional de los partidos políticos (llámese: democracia interna, rendición de cuentas, fiscalización y transparencia financiera), se quiera aprobar, en la refriega y como el que no quiere la cosa, un mamotreto jurídico-político para perpetuar “liderazgos-cacicazgos partidarios”, dedocracia interna, nepotismo y el libre flujo de dinero disfrazado de ‘aporte’ y que ochocuánto.
 
Por eso -y lo digo-, estoy harto de este estercolero político-electoral nauseabundo que hace rato se llevó –y de cuajo- la vida orgánica-institucional de los partidos políticos, pues ya no hay debate doctrinario-ideológico, reuniones ordinarias que no sean para celebrar un bazar, un proceso “eleccionario” interno (¡a dedazo!) o un Congreso a la carrera, es más, ya no hay siquiera, un interés minúsculo por establecer un diálogo de retroalimentación jerarquía-base-dirigencia media que procure un diagnóstico del estado actual de los organismos. Aunque sí, hay un marcado interés por la posposición de la renovación de los liderazgos internos de los partidos políticos, por una cultura, en crescendo, de turismo político centralizado y, por supuesto, por un nepotismo que manda madre…
 
Entonces, si los partidos políticos solo son maquinarias electorales y el marco jurídico-político que lo legitimiza una suerte de calzón en el piso, ¿qué se puede esperar de vulgares delincuentes que, como van las cosas, ya pueden decidir, ellos mismos, si incursionan o no en la política?
 
De verdad, y en vulgar castellano: ¡esto se jodió!
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