La política como el arte de lo impredecible

En política, se dice, nada está escrito. Y si lo sabrán sus amanuenses, artesanos  y curtidos practicantes. Basta –para comprobarlo- asomarse, aunque sea someramente, a la vida de Joseph Fouché que “…cuando estalló la Revolución Francesa, en 1789,… no espero más. Se deshizo de la sotana, se dejó crecer el cabello y se convirtió en revolucionario. Porque ése era el espíritu de la época. Perder el tren en el aquel momento crítico podría  haber resultado desastroso”.
Quizás el reverso increíble, al volátil carácter intrínseco de la política, sea lo que acaba de decir el respetable filósofo y escritor españolFernando Savater en respuesta a una pregunta (¿Qué le parece que proliferen los intelectuales-candidatos? Su respuesta: “Prefiero alguien que sepa cómo funcionan los ayuntamientos”; y a seguida, ante otra: Tal vez no se busca alguien que sepa sino alguien decente/El País, su respuesta): “Parece que la política es el lugar de los vicios y la ética el lugar de las virtudes, pero no es así. La política también tiene sus valores. La honradez de un ministro no es solo un valor personal, es una virtud política”.
Quiero creer en ese recato -ético-filosófico- último de una actividad humana (la política) hoy día tan en descredito, en gran medida –y hay que subrayarlo-, por culpa de sus duchos ejecutantes (los políticos).
Pero hagamos un ejercicio-registro más próximo a nuestra historia política contemporánea, y con respecto a ése carácter volátil intrínseco de la política: el caso-ejemplo nuestro más ilustrativo, el de Balaguer. A propósito, ¿qué analista político, en 1978, no certificó su muerte política?
Hoy igual, se ha certificado de Leonel Fernández su muerte política. Y no ha valido, siquiera, el dato histórico-político del Balaguer resucitado de 1986. Ni su anatema rehabilitador-histórico: el Salvador Jorge Blanco, inoportuno versificador-declamador de Bécquer por no arreglarse conJacobo Majluta.
Con Balaguer en 1978, me asalta la duda de si esos analistas –los de aquella época- hacían un ejercicio objetivo despojado del sesgo político-ideológico y del repudio que su régimen represivo generó incluso en el seno mismo de unos pocos periodistas contestatarios que pagaron con sus vidas el haberlo criticado y denunciado, ante el mundo, como lo que fue y era: un déspota represivo e ilustrado. Pero con Leonel Fernández –un demócrata, diga lo que se diga- no me cabe ninguna duda de que ha primado el sesgo político-generacional-visceral para levantar su acta de defunción política. O más que todo –y en la aspiración política-electoral de ellos- el deseo de ver su cadáver político.
Pura hechicería-astrología disfrazada de sociología política y periodismo politiquero, en pluma de poeta, de sociología light; pero, sobre todo, de una retahíla-jauría de “hacedores de opinión pública” que tienen de periodista “ético-serio” lo que yo tengo de independiente: ¡Nada!
¿O acaso, no se escuchan (¡ya!, y muerto Leonel en su imaginario) los disparos –de esa claque mediática mitad político mitad sociedad civil- aDanilo Medina, en su nuevo viraje periodístico?
Pero olvidan una máxima imperecedera que Robert Green recrea con bastante elocuencia en su famoso tratado (Las 48 leyes del poder) ya un clásico: “Hay tres tipos de tiempo que es preciso aprender a manejar; cada uno presenta sus propios problemas, que pueden resolverse con práctica y habilidad. En primer lugar tenemos el largo plazo: el tiempo que se estira a través de los años y que debemos manejar con paciencia y dirigir con cuidado. Nuestro manejo del largo plazo debe ser el más defensivo: es el arte de no reaccionar de manera impulsiva, de esperar la oportunidad.
A continuación tenemos el tiempo forzado: el tiempo a corto plazo que podemos manipular como un arma agresiva, para modificar la planificación temporal de nuestros adversarios. Y por último tenemos el tiempo final, el momento en que un plan debe ejecutarse con rapidez y violencia. Hemos esperado, encontramos el momento propicio y no debemos titubear”.
Finalmente, y es una sana sugerencia, sería bueno que dentro del PLD –mi partido- se esté claro con esos tiempos, porque afuera –nuestros adversarios, que lo han ejecutado al pie de la letra- han estado bien claro: Leonel Fernández –igual que Balaguer en 1978- está muerto. O mejor dicho, enviado al zafacón de la historia.
Que nuestros adversarios se lo crean (que Leonel está muerto), es, hasta cierto punto, saludable. Pero que un solo peledeísta, no importa su jerarquía-inquina, lo certifique y que además le eche tierra (al liderazgo de Leonel), es más que sintomático. Que digo, ¡es el colmo!
                                                             
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