La odisea de Tulito Arvelo

 

 

 

En el “dorado exilio” que le tocó vivir a Tulito Arvelo a partir de 1947, también debió evadir a finales de 1952 a los cuerpos represivos de Batista en Cuba, cuando se desató una cacería de refugiados políticos que se rumoraba serían deportados a Ciudad Trujillo. La solidaridad de familias identificadas con la causa antitrujillista, junto a la reacción de grupos políticos y medios de comunicación que abogaban por el respeto al derecho internacional de asilo, lograron quebrar este intento. Un acto organizado por la Federación de Estudiantes en el campus de la Universidad de La Habana, en el cual hablarían un dirigente de la FEU, el dominicano Manuel Lorenzo Carrasco, expedicionario de junio del 59 y un joven abogado Fidel Castro –que escenificaría poco después, el 26 de julio de 1953, el asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba-, sellaría la campaña solidaria con un saldo favorable.

Meses después, en octubre de 1953, Arvelo sería citado a una audiencia del Servicio de Inmigración de EEUU en Miami, a fin de considerar su readmisión como residente en ese país, donde se hallaba su esposa Corina, quien daría a luz a Ivette en New York. Diez meses antes, intentó reingresar estando vigente su visado de residencia y las autoridades trataron de retenerlo en tanto se decidía su estatus. Advertido de lo sucedido al también exiliado Rafael Bonilla Aybar, quien debió permanecer confinado durante seis meses a la espera infructuosa de una decisión, Arvelo optó esa vez por regresar a Cuba. Ahora, con esposa residente e hija americana, las cosas fueron diferentes. Una nueva etapa, de seis años de cierta estabilidad, se abría en su accidentada bitácora de emigrado.

Haciendo el viaje en tren desde Miami a NYC, llegó al cerrar octubre para unirse a su familia que compartía apartamento con la de su viejo amigo Herman Voigt. Quien lo conectó con otro dominicano, Machito Acosta, capataz de una compañía dedicada a descargar barcos mercantes que transportaban azúcar desde Filipinas y el Caribe en los muelles de New York y New Jersey. Provisto de una tarjeta otorgada por la Comisión de Muelles que le autorizaba a laborar como estibador, ingresó a una de las cuadrillas de Acosta. Un trabajo manual rudo, físicamente extenuante, que le obligaba a madrugar a las cinco para agotar jornadas de ocho horas, imponiéndole la manipulación de sacos de azúcar de 100, 250 y 320 libras, en tareas realizadas a bordo de los barcos o en los almacenes de los muelles.

“La necesidad obligaba a sacar fuerzas de flaqueza para levantarse al otro día y al otro y al otro hasta que el cuerpo se acostumbrara y permitiera realizar esa u otra tarea aún más agobiante como era el vaciado de los sacos y sobre todo hacer el de abordo…” Nos dice este exiliado antitrujillista en un detallado relato de las operaciones de estiba en los muelles de NY/NJ, que figura en la obra Tulio H. Arvelo. Memorias. En los primeros meses de este faenar, el estropeo era tal, que nuestro autor carecía de ánimo “hasta para ir al cine los domingos”. Sin embargo, el trabajo era uno de los mejores remunerados. “Tres dólares con cuarenta centavos la hora cuando todavía el tren subterráneo costaba diez centavos”. Además algunas horas se pagaban a cinco dólares con diez centavos, mientras el salario en las factorías era sólo un dólar.

Ya ajustado el cuerpo a los referidos requerimientos laborales, Tulito se dispuso a encarar su compromiso político, entrando en contacto con un grupo integrado por José Espaillat, Dr. Miguel Álvarez Fadul (expedicionario de junio del 59, cuya familia residió encima de la mía en la Cayetano Rodríguez), Enna Moore Garrido (quien en los 70 me permitió copiar colecciones de periódicos de los exiliados), Fernando Godoy, Enrique Belliard. Y en el que figuraba Mauricio Callejo, de larga militancia en el Partido Comunista de EEUU, y Tomás Erickson, de amplia cultura, mentores de este núcleo vinculado al Partido Socialista Popular. En Broadway, entre las calles 159 y 160, abrirían un local, La Casa Dominicana, dedicado a accionar contra la dictadura.

En dicho recinto, cedido al efecto, se celebraría un acto de la colonia antibatistiana encabezado por Fidel Castro, quien el 2 diciembre del 56 arribaría a Cuba en el yate Granma. Asimismo, Jesús de Galíndez ofrecería una charla a solicitud de la directiva de La Casa Dominicana, pese a la renuencia de Miguel Álvarez que ya sospechaba el vínculo del vasco con el FBI. Su posterior secuestro en New York el 5 de junio de ese año, a cargo de agentes de Trujillo, motivó a La Casa a encaminar protestas callejeras.

Conforme relata Arvelo, la asociación de Galíndez con el FBI le traería problemas posteriores a los relacionados con La Casa, denunciada por éste como una fachada para encubrir actividades comunistas, lideradas por Callejo. En 1965, cuando Arvelo regresaba en barco a Santo Domingo desde Europa, al hacer escala en San Juan de Puerto Rico las autoridades federales trataron de conducirlo detenido a tierra, a lo cual se resistió, quedando recluido en una cabina del buque hasta que éste abandonara aguas territoriales. Fichado, como lo reveló tras la muerte de Trujillo el impedimento de entrada que pesaba sobre él y otros compañeros.

Un inesperado quebranto de salud –una úlcera duodenal- que le obligó a tomar licencia médica y una denuncia ante la Comisión de Muelles, realizada por quien le había facilitado el acceso al trabajo, ahora virado a favor de Trujillo dada la labor de zapa del cónsul Félix W. Bernardino, le hicieron perder su bien remunerado empleo portuario, en momentos en que nacía Pedro, un nuevo miembro en la familia. A poco, Miguel Álvarez y José Espaillat, quienes trabajaban en la soldadura de prendas de fantasía, lo engancharon en esta línea de producción. Guiado por Álvarez, el aprendizaje del oficio lo realizó sobre la marcha probando en más de diez factorías, hasta que logró la destreza necesaria.

Siendo el nuevo oficio temporero, trabajándose sólo seis meses y cobrándose seguro de desempleo durante el resto del año, entre Tulito y José Espaillat se armó un negocio colateral que consistía en salir a diario bien temprano en un Chevrolet del primero en dirección al barrio judío, en la parte baja de la ciudad. Y allí comprar a precios módicos pasta dental, leche de magnesia, biberones, productos para desrizar el pelo y otros artículos, revendiéndolos en las bodegas de los barrios latinos y de los negros en Manhattan, el Bronx y Brooklyn, con ganancia entre 10 y 15 dólares per cápita. Así pasaron tres años adicionales en estas lides, que culminaron con el triunfo de Fidel Castro en Cuba, suceso que le llevó de regreso a la Isla Fascinante.

Fue aquella una etapa intensa, de ir y venir, en la que se fraguó la expedición del 14 de Junio orquestada por el Movimiento de Liberación Dominicana, un frente de grupos radicados en Venezuela, New York, Puerto Rico y Cuba. Alfonso Canto, José Espaillat, Miguel Álvarez y Tulito Arvelo asumirían un papel protagónico en la coordinación del proyecto expedicionario desde Estados Unidos, operando una oficina de reclutamiento del MLD en NYC y participando en las reuniones preparatorias en La Habana.

Los antecedentes personales de Fidel Castro –su participación en la abortada expedición de Cayo Confites, en el comité cubano de solidaridad con la causa dominicana y la presencia a su lado de Enrique Jimenes Moya, quien alcanzó el grado de capitán del Ejército Rebelde luchando junto al líder del 26 de Julio-, unidos a la tradicional acogida en Cuba del exilio antitrujillista, ofrecían condiciones óptimas para un nuevo intento por derrocar a Trujillo. Ahora bajo un programa mínimo de cambios revolucionarios en el orden político, económico y social.

Por eso, ya el 5 de enero de 1959, volaban hacia La Habana Miguel Álvarez y Tulito Arvelo, comisionados por el núcleo de New York del PSP. Encontraron una ciudad festejante desbordada por el entusiasmo multicolor de gente de todos los niveles sociales y edades, que esperaba la entrada de Fidel, quien encabezaba una columna de barbudos desde Oriente. “Los dominicanos residentes en Cuba, conjuntamente con los que habíamos llegado, nos aprestamos también a dar la bienvenida al héroe victorioso. Fueron para nosotros tres días llenos de esperanza hasta el arribo de Fidel en la tarde del día 8 de enero. Ya casi había caído la noche cuando pasó por la calle de El Vedado en donde nos habíamos colocado con nuestras banderas y pancartas.”

Al sexto día de su ingreso triunfal, pudieron los comisionados hablar con el líder de la revolución en ciernes. “Fidel tenía su oficina principal en el piso 23 del hotel Habana Libre y allí nos dirigimos…Esperábamos en el salón de entrada donde había muchas otras personas…De pronto sentimos un gran movimiento…Nos pusimos en guardia y cuando lo vimos entrar a grandes trancos nos le acercamos. Cuando nos vio se paró a conversar. El único que habló fue él. Dijo varias cosas que en síntesis fue lo siguiente: ‘No se apuren, que ya les llegará también el momento. Cuenten conmigo.’ Nada más podíamos exigirle en ese momento. Se despidió no sin antes ponerme una mano en el hombro. Una mano de cuyo contacto todavía me queda el recuerdo.”

Esa promesa empezó a concretarse a iniciativa de la Unión Patriótica Dominicana de Venezuela, cuya gente asumió el liderazgo del proyecto, que Arvelo refiere “aceptamos gustosamente”. A la cabeza del MLD: Dr. Francisco Castellanos, Dr. Francisco Canto, Dr. Luis Aquiles Mejía, Dr. Juan Isidro Jimenes Grullón y Cecilio Grullón. Un consejo asesor integrado por Juan Ducoudray, Pedro Mir, Guaroa Velázquez, Leovigildo Cuello, Miguel Gómez, Juanito Díaz, Justino del Orbe, Rafael Bonilla Aybar, José Espaillat y Tulio Arvelo. Y en el comando Jimenes Moya secundado por combatientes como José Horacio Rodríguez, Rinaldo Sintjago, Poncio Pou y Gómez Ochoa. Emblemas de la Raza Inmortal. Tulio, hombre de acción, quiso enrolarse, pero la salud se lo impidió. Sólo para seguir la lucha.

Alfonso Canto y Tulio Arvelo. Oficina MLD New York.
Alfonso Canto y Tulio Arvelo. Oficina MLD New York.
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