La imaginación comenzó leyendo un libro
De niño recuerdo tantas experiencias vivenciales con mi papá. Una de ellas fue aquella que me hace volar hacia mundos reales dentro de lo irreal. Me enseñó de niño como abrir un libro y a todos sus hijos le inculcó la afición disciplinada de la lectura.
En mi casa eran muy estrictos en esas cuestiones, porque en las escuelas públicas se exigían estructuras educativas también para las familias. Un ejemplo de ese recuerdo es ver que en aquella época a mis hermanos les daban exámenes antes de inscribirlos a la escuela.
La profesora Victoria Jerez tuvo el privilegio de dar exámenes a mis hermanos en aquella época de oro. Josué fue el primero que entró a la escuela en un tercer grado, porque en mi casa le habían enseñado a sus seis años un nivel primario de tercer grado.
Asi mismo, mi hermana Delma pasó la prueba y comenzó a la edad de seis años en tercer grado de la primara. A ella le tocó pronunciar un discurso que Victoria Jerez, sí la hija de Pepe y Toña, le preparó y mi hermana con unos 10 años pronunció el discurso ante la figura eximia del Castelar dominicano, Dr. Joaquín Balaguer, solicitándole juguetes para la escuela primaria Juan Sánchez Ramírez. Balaguer al escuchar a mi hermana, luego que terminó le dio un beso de gratitud por sus palabras pronunciadas ese día ante una multitud de estudiantes y pueblo cotuisano reunidos allí. Días después, la Escuela recibió los juguetes infantiles donde todo el mundo disfrutó por un tiempo.
¿Por qué rememoro esos tiempos? Porque el educando educado es una persona con luces propias que con gratitud da las gracias a los profesores que los enseñaron a leer y así borraron de un zas su mundo lleno de ignorancia.
Hoy ya hecho un anciano cegato y con bisoñé y con una pata de caoba que uso como prótesis, el doctor Antonio de Jesús Cassó García, mi compañero de clases primarias y secundarias, me invitó a la puesta en circulación de su nuevo parto el día 4 de agosto a las 6.00 PM en el Alma Mater de la Universidad que su padre fundó junto a otros soñadores cotuisanos.
Le agradezco a mi hermano y amigo el gesto. Eso me lleva a recordar que en aquella época así eran las cosas que se cultivaban en materia de formación educativa. Por tal razón, venero a todos nuestros educadores por el gesto de lidiar con terribles personajes como nosotros.
El autor del libro me puso una tarea onerosa pero hermosa. Es que mi responsabilidad es llevar a la puesta en circulación del libro a mi otro hermano, anciano ya, Nolberto Soto, el hijo de Nana. Tarea difícil pero saludable. Ya él está como una gallina turuleta igual que yo y Papi Cassó.
Todo esto traigo a colación, porque regreso con un paquete de libros de 1959 a la Universidad Autónoma de Santo Domingo para que los encuadernen, entre los cuales se encuentran libros de Literatura Española de la Edad de oro de 1936, Martí en Guatemala de 1953, Seudónimos dominicanos y Hojas de Servicio del Ejercito Dominicano de Don Emilio Rodríguez Demorizi y la Literatura Venezolana en el Siglo Diez y Nueve de Gonzalo Picón-Febres.
Sesenta y tres años después llevo como cruz no presupuestada en mi espalda aquella tarea amorosa que tanto mi padre como mi madre inculcaron en mí desde que era un niño acabado de llegar de Cuba aquel 7 de mayo de 1954, tierra donde nací.
Con todos estos impedimentos de anciano, tratar de salvar libros en la Universidad de las luces es algo raro cuando nadie ya le pone asunto a estos manjares belsasarianos que todavía nos repican como decía Cervantes: «El que lee mucho aprende mucho»
JPM