La ilusión de Nicolle (novela corta)

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

 

En las afueras de Francia hay un pueblito hermoso y acogedor, distante solo veinte y tres kilómetros de París llamado Toussus-le-Noble. En la época que se desarrolla este cuento (1990) su población no excedía los seiscientos habitantes. El número de mujeres sobrepasaba a los hombres en un valor significativamente alto. Esta desproporción entre varones y hembras ponía en desventajas a las damas, todas ellas mujeres blancas que estudiaban en colegio laico, aunque habían de otras denominaciones.

Una tarde de primavera, estación en la que florecen los cerezos, un grupo de jóvenes estudiantes al salir de su colegio se fueron a comer donuts y a socializar en la Rue Saint-Bernard, en  un concurrido negocio en el centro de la ciudad. Una jovencita, Nicolle, siempre mostraba cierto alejamiento del grupo y, además, a pesar de tener un rostro tierno no dejaba de reflejar un aspecto como si estuviera sumida en otro mundo de grandes ilusiones.

Su mejor amiga, la pecosa Paullette, se le acerca diciéndole dulcemente: 

—Nicolle, ¿por qué no te reúnes con las demás chicas? ¿Qué te pasa? Siempre estás como si estuvieras esperando por aquel príncipe azul de los cuentos de hadas que venga a rescatarte.

—No es eso Paullette, no sé qué me pasa. Te cuento, siento como un vacío en medio de mi pecho; es como si nunca lo pudiera llenar. Tengo dieciocho años y no sé cómo es el amor, si es bello, dulce o apasionante —dijo con una voz vacilante.

Y continúo contándole a la amiga su hondo abatimiento pasional mientras las demás chicas se divertían alegremente llenas de candidez.

—Sabes, pienso hablar con mis padres. Quiero ir a París a estudiar letras y humanidades en La Sobornne, donde estudiaron Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, René Descartes, Víctor Hugo y muchos otros.

—Creo que tú puedes llegar lejos, porque eres la mejor estudiante y muy perseverante, mientras que yo, en cambio, amo la tranquilidad de mi pueblito y no pienso salir de aquí. A lo mejor me case y tenga mis hijos acá, igual que mamá —dijo con seguridad. 

—Pues yo no, aquí no hay  futuro y con los pocos hombres que tenemos no quiero convertirme en una ama casa, dedicarme a cocinar, engordar y cuidar niños, mientras los maridos se van a la taberna con sus amigos a tomar vino y luego vienen a la casa y se tiran a roncar y así la vida se repite sin esperanza —expresó con lamento.

Mientras Nicolle le contaba a su amiga sus sueños, un joven se le acerca a ambas y dirigiéndose a Nicolle le dice: 

 

—Nicolle, ¿estarás en tu casa esta noche?

—¿A qué viene la pregunta Pierre? —responde Nicolle.

—Bueno, tú sabes, quisiera que me permitieras visitarte. Eres la chica que más me gusta de todas.

—Agradezco tu expresión de amor, pero debo decirte, sin ánimo de decepcionarte, eres un chiquillo y, además, sin grandes sueños.

El joven Pierre, el hijo del tendero más conocido del pueblo, observa a Nicolle de arriba abajo y antes de despedirse le dice: 

—Solamente voy a responderte con una frase de Ortega y Gasset que oí repetir a mi padre en una ocasión que charlaba con un amigo: «De querer ser a creer que se es ya va la distancia de lo trágico o lo cómico». 

Y seguidamente se marchó acongojado.

Y ella, presumida al fin, le da la espalda y seguidamente le dice a su amiga Paullette:

—Qué pretende éste que si de pronto me volviera una desquiciada y le hiciera caso me convierta en una igual que su mamá, una esclava de su esposo y de su querido hijito.  

Y colocándose sus dos manos en la cintura se le vio reír y al mismo tiempo expresó con el envanecimiento de quien ha alcanzado el éxito soñado:

—Jajajajaja. No yo. ¡Qué va! Algún día seré una novelista de fama. 

Sonrió con un gesto del que ya ha alcanzado el éxito.

Nicolle llega a su casa y sostiene una conversación durante la cena junto a sus padres y su hermano menor.

—Quisiera aprovechar que estamos todos juntos para comunicarles un gran deseo que vengo abrigando desde niña.

—¿Cuál será ese deseo tan grande hija mía? —le pregunta el padre amorosamente.

—Sueño con convertirme en una escritora famosa como fue Sidonie-Gabrielle Colette o tal vez como Francoise Sagan, quien escribió cuando apenas tenía dieciocho años de edad aquella famosa novela tituladaBuenos días tristeza.

Y llevándose los dos hermosas manos a la cara, con sus dos codos apoyados sobre la mesa, expresó: 

–Para lograr esta fantasía debo irme a vivir a París y una vez allá inscribirme en La Sorbonne para estudiar letras y humanidades  —advirtió con énfasis.

 El padre de Nicolle, entrelazando los cinco dedos de sus manos sobre su cabeza en señal de preocupación, le manifiesta a su hija querida:

—Yo también en mi juventud soñé con un título universitario, pero mis padres eran campesinos y después de graduarme de bachiller me inculcaron que debía, en cambio, seguir su ejemplo dedicándome a la agricultura. Ahora los tiempos son diferente hija mía. Cada vez que pienso que pude haberme titulado de abogado me produce nostalgia y una aflicción enorme —manifiestó con gran lamento.

Toda la familia escuchó en silencio a don Adrianne exponer su frustración. Tratando de romper el mutismo producido por lo contado por el padre a sus hijos, doña Dominique, conocedora de la triste historia de su amado esposo, dijo, haciéndose la que no le afectaba el que su compañero de toda una vida no pudiera lograr aquella ilusión de ser abogado, irrumpe:

—Bueno, bueno, se acabó. Yo pienso que debemos apoyar el sueño de Nicolle. Creo que todos nosotros debemos viajar a París para acompañar a nuestra hija a inscribirse en La Sorbonne.

Don Adrianne, después de recuperar su energía, interviene nuevamente y le pregunta a su esposa, como si se hiciera la misma pregunta a sí mismo: 

—Dónde iría a vivir Nicolle mientras estudie en París?

Doña Dominique, dispuesta a que su hija no le sucediera lo mismo que a su esposo, que no logró hacerse abogado, le responde dulcemente:

—Mi tío, Jacque-Antoine, fue un político muy influyente durante el gobierno de Georges Pompidou y vive retirado en un sector exclusivo de París. Creo que él estaría en muy buen ánimo de recibir a Nicolle. Además, recuerda que tío estudió sociología política, ejerció el periodismo en Le Monde —acotó un tanto orgullosa.

Al oír de labios de su madre su desconocido abolengo, Nicolle con gran entusiasmo se levanta de su asiento y retirándose un poco de la mesa del comedor dice con un rostro entre sorprendida y admirada:

—Mamá, tú nunca me habías contado que tenemos un tío con esas altas credenciales políticas e intelectuales. Recuerdo que yo tenía diez años cuando tú y papá me llevaron a visitar al tío Jacque-Antoine. ¡Qué casa tan bella tiene! Pero lo que más me fascinó fue su enorme biblioteca —comenta Nicolle sin ocultar su asombro.

Unos cuantos días después de esta conversación de sobremesa los padres de Nicolle acompañan su preciosa hija a la graduación de bachiller. Se reúnen con los demás padres en el salón de actos de la escuela, siendo la cominilla de la noche el viaje de su hija a París para inscribirse en La Sorbonne, donde estudiaría Letras y Humanidades.

 

La orgullosa Nicolle es rodeada por un grupo de sus compañeras de estudio, entre la que está su amiga Paullette. Una de las jóvenes aborda a Nicole preguntándole:

—¿Es cierto que te vas a vivir a París a casa de un tío que según se dice es riquísimo y famoso?

Y Nicolle, abriendo las anchas alas de su vanidad, responde: 

—Les diré chicas que fue mi tío Jacques-Antoine quien llamó a mis padres al enterarse que yo estudiaría en La Sorbonne. Le rogó encarecidamente a mamá ofreciéndole su casa para que yo viviera con él durante mis estudios.

Las amigas estaban boquiabiertas con la grandiosa imaginación de Nicolle. Una de ellas le hace una pregunta: 

—Nicolle, ¿podríamos saber dónde vive tu tío Jacques-Antoine en París?

—Bueno, mi tío es tan rico y tan famoso que un personaje así no podría vivir en otro lugar que en el suburbio de Saint-Germain, una de las zonas más exclusivas de París —contesta vanagloriándose de su supuesto linaje.

Pasan los años y la arrogante estudiante Nicolle tiene graves problemas con sus estudios, hasta el grado que la prestigiosa universidad amenaza con expulsarla de  sus aulas. A todo esto sus padres no están enterados de estos malos resultados de su hija en la universidad.

Por otro lado, el tío habla con ella y le dice que si termina expulsada de la universidad se vería obligado a retornarla a Toussus-de-Noble con sus padres.

Parece que el exceso de orgullo de Nicolle y su marcada tendencia a la fabulación, unido a que gran parte de las noches se la pasaba tomando buenos vinos con supuestas amigas y amigos del jet-set parisino han erosionado los deseos originales de esta joven de convertirse al paso de los años en una famosa novelista.

Nicolle regresa a su pueblo natal convertida en una alcohólica, sin título universitario y encuentra que su padre hacía dos años que había  muerto, su hermano se había ido a vivir a España y su madre sufría una ligera demencia a causa de los sufrimientos que le causó el fallecimiento de su amado esposo.

Una noche de luna llena el joven Pierre, que paseaba con su esposa, se encuentra con Nicolle en medio del parque de la ciudad, con una botella de vino en la mano y un copa en la otra. Su aspecto era el de una sonámbula. Pierre se queda observándola y de pronto se le acerca y le dice:

—¡Nicolle! ¿Cómo estás Nicolle?  ¡Cuánto gusto volverte a ver! —exclama con natural alegría.

Pero Nicole no le responde porque en su estado de sonambulismo no puede darse cuenta ni identificar las personas que se le han acercado. En ese momento la esposa de Pierre le habla:

 

—Nicolle, mi querida amiga, soy yo Paullette, me casé con Pierre y tenemos una hermosa niña que le hemos puesto tu nombre como recuerdo de nuestra amistad.

Nicolle reacciona porque la voz le es familiar de aquellos hermosos días de estudiante. Está lijándose su bello pelo rubio, ya con algunas canas, sus ojos luciendo un gran desaliento, pero todavía metida en sus viejos sueños de graduarse de letras y humanidades y le dice:

—Saben, acabo de llegar de París. Estoy escribiendo mi propia novela —expresa después de unas bocanadas de cigarrillo Chesterfield.

Paullette, con sus ojos llorosos al ver las condiciones de su vieja amiga, le insiste:

—Cuéntanos Nicolle, por amor de Dios, cuéntanos. ¿Cómo se llama tu novela?

Nicolle se sienta lentamente en uno de los bancos del parque ayudada por Pierre y todavía con su botella de vino colgando débilmente de su mano izquierda:

—Paullette, sé que a ti y a Pierre le va a encantar. ¿Quieres verdaderamente saber el título? —preguntó con voz exánime.

—Sí Nicolle, por favor, queremos saber el título. Eres una gran escritora.

Y moribunda en aquel banco frío del parque de Toussus-le-Noble, balbucea de manera casi imperceptible el título de aquella novela  tan soñada por ella, llamada Ilusión de amar.

jpm

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