La cruel mentira

Siempre se ha asumido como una verdad irrefutable el dicho de que: “los niños no mienten”,  que su inocencia los incapacita para tales desvaríos. Es por ello, que ante la confesión de un menor, respecto a cualquier acción de ultraje o abuso en su contra, nos obliga a encender todas las alarmas.

Proteger a los infantes es una prioridad universal. Sus derechos están estatuidos en la Declaración de los Derechos del Niño, emanada y aprobada en el año 1959, por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Este reconocimiento, supuso el primer gran consenso internacional sobre los principios fundamentales de sus derechos.

Cuando los titulares de los medios de comunicación nos golpean, reportando el abuso sexual de un niño, estremece la conciencia colectiva, levanta  todo tipo de censura, y se exige todo el peso de la ley para el culpable.

El  tema del abuso infantil, es muy espinoso. Este siempre se origina en el entorno familiar de la víctima, dando pie a todo tipo de especulación y conjetura.

Estudios registrados de criminólogos, psicólogos y siquiatras, a grupos de niños abusados, que oscilaban en edades de 8 a 12 años, arrojaron que esas imputaciones, frecuentemente resultan ser falsas e infundadas, que solo existían en su mundo lúdico, capaces de dibujarlas con ribetes propias de las más disimiles y fantásticas historias, algunas inclusive adaptadas para guiones, exitosamente llevadas a la pantalla.  

Por estas razones, en el mundo jurídico se recomienda ser muy cauteloso con las confesiones acusatorias vertidas por un niño. Independientemente de su capacidad de “fantasear”, en algunos casos, estos son usados como señuelo por uno de los padres, que envueltos en  procesos traumáticos de divorcio, cometen el pecado de inducirlos a tejer inverosímiles historias,  para causarle daño al otro.

Sorprendentemente, en los estados unidos, son muy altas las estadísticas de acusaciones por abusos sexuales falsos (Síndrome de alienación parental). Estas ascienden a más del 75 %, provocando que abogados, miembros del poder judicial y el sector de la salud mental,  se empleen a fondo para evitar que en procura de hacer justicia, se cometa la peor injusticia, condenar a un inocente. Son numerosos los casos en que los niños sometidos a los procedimientos de Cámara Gesell, arrojan resultados que confirman la inexistencia del abuso.

Piaget y Sigmund Freud, dos autoridades de la sicología, quienes se adentraron al oscuro  laberinto de la mentalidad infantil, descubrieron que los niños no pueden separar la realidad de la fantasía. Freud, aún va más lejos, afirma que: “La mente del niño está llena de un juego fingido, que no distingue con exactitud entre la fabulación y la realidad”. 

Boudin, afamado forense, sustentó también  la teoría de que “Los niños son capaces de codicia, de odio, de venganza, enemistad y de celos. Capaces de casi todas las pasiones que trastornan el corazón de los adultos.

Para tratadistas del derecho criminal, sumergirse en este tema, resulta fascinante, y tratarlo con amplitud en pocos párrafos resulta cuesta arriba. No todos los niños actuaran del mismo modo, cada cual, según sus rasgos temperamentales, y su personalidad marcaran la ruta de como desenvolverse socialmente en las diferentes etapas de vida.

Encasillar al menor de mentiroso, sería una afirmación muy alegre, no resiste un verdadero rigor científico. El mentir, censurado en el octavo mandamiento,  no solo persigue al niño,  es algo intrínseco al ser humano.

Se puede estar de acuerdo con estas teorías, o por el contrario, cobijarse en lo planteado por Jean Jacques Rousseau en su obra estelar el Contrato Social,  que nos dice: “El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”.

homeroluciano1@yahoo.com

JPM

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